Hoy me desperté pensando en ella

Este blog empezó hace un par de años siendo eso, un pies de foto, o al menos eso pretendía, pero con el tiempo no tardó en convertirse en un cajón de sastre; y en los últimos tiempos en un lugar en donde desahogar penas o bañarme en la ensoñación, buscándole tretas al asunto a fin de distraer de sus cuitas más próximas al pobre diablo que todos llevamos con nosotros.
Hoy me levanté cerca de la una. No, no hay para qué asustarse, nada de pereza, tres horas de mirar las ramas de los árboles y el cielo azul desde la cama. Tiempo fructífero a tope. Últimamente vengo a estar con frecuencia atrapado por el encanto de alguna idea que me sugiere esa Poética de la ensoñación que leo. Casi mi único interlocutor en los últimos días, aparte de Goncharov que me pasea por la Rusia rural de principios del XIX con una increíble historia de pereza y amor. Hay muchas cosas que nacen en esos momentos de meditación-ensoñación-reflexión. Quizás no alimento suficientemente mi blog con estos instantes, pero es que me tengo miedo, porque últimamente no sé hablar de otra cosa que no sea de lo mismo, variaciones siempre sobre el mismo tema. Me digo que debería volver a retomar lo que en esencia yo quería hacer en un principio, es decir poner pie a algunas fotos, un proyecto que databa de antes de los tiempos en que esto de los blogs se pusiera en boga y que yo imaginaba como un librito, agradable de ver y leer, con observaciones sobre la vida. Después el trabajo en Internet se hizo muy accesible y sucedió que el aspecto de un blog era atractivo, y, además, de observación inmediata, lo que podía estimular más que un trabajo que no ve su forma terminada hasta pasado un año o dos. Y así quedó la cosa, al gusto de escribir se añadió el gusto también de ver los resultados agradablemente enmarcados en el rectángulo de la pantalla del ordenador, con la añadida posibilidad de poder compartir los contenidos con unos u otros.
Hay cosas para las que es difícil encontrar una fotografía, porque suele ser así, en vez de al revés, primero se hace el pie y después viene la foto; pero esta mañana fueron el recuerdo de algunas fotografías precisamente las que me llevaron a nuevas reflexiones. El punto de partida venía a estar relacionado con el amor igualmente... para no variar. Andaba divagando de un lado para otro con esos pensamientos livianos que como la brisa se enredan entre los arbustos y cambian de rumbo sin una u otra razón, cuando inesperadamente partíme, “dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado”, hacia otras tierras, otro amor. Recordé de repente, intensamente, mi última cabalgada solitaria por los Alpes, un mes y medio de soledad e intenso caminar desde el alba a la tarde por los parajes más bellos y más abruptos de la tierra. El último día hablaba aquí de soledad; también en la soledad crecen apasionados amores. El mío fue siempre la montaña, un amor menos sangrante y desasosegado que el otro, pero amor intenso por el que muchos no han dejado de entregado su vida; porque también ella es peligrosa y agresiva muchas veces; voraz e intensamente celosa, es capaz de llevar a su amante hasta lo más oscuro del infierno cuando éste, si no está preparado, si no ama lo suficiente, pretende llegar a sus rincones más secretos, pretende escalar las luminosas paredes que penden rosadas y seductoras colgadas en el vacío inviolable de su belleza. Yo ya no soy amante de grandes paredes; quisiera serlo pero no puedo, no me llega la camisa al cuerpo; me he convertido sin embargo en un amante tranquilo que acaricia el cuerpo de su amada con suavidad, interminablemente durante largos días y noches, que bebe de sus manantiales, que sube cumbres y atraviesa valles, pero que sabe que el amor puro e intenso, extremadamente arriesgado de otros tiempos, es ahora sólo patrimonio de la memoria, anhelo de enamorado que en la distancia se arrima a su amor como al fuego ese que todavía arde en mi cabaña toda las noches, para calentar su alma, para vivir profundamente la ensoñación de la propia sustancia de uno en íntima comunión con lo que se ama... a veces en la distancia.

Esta mañana recordé con intensidad los últimos días de aquella travesía que finalizó en las cercanías de la frontera con Eslovenia. Dejaba atrás cincuenta y cuatro días de profunda vivencia, Había atravesado los Alpes; desde las mismas aguas del Mediterráneo había emprendido el arduo proyecto de caminar y recorrer de una vez todas las montañas que en los treinta años anteriores había ido escalando y visitando durante tantos veranos; los ojos me brillaban. Descansé durante tres días en un refugio solitario antes de descender de nuevo hacia el mar, a Venecia. Durante tres días viví con mi amada como vive el amante que tras largas noches de hacer el amor y yacer juntos, debe partir a otras tierras al filo de la madrugada siguiente. Esta mañana lo recordé intensamente y no deseé otra cosa que volver a aquel lugar que abandoné en agosto de 2003.
Ese fue el resultado más tangible de ese largo remoloneo en la cama de esta mañana. Amar, seguir amando más allá del sosiego, más allá de una “tranquila” vida en donde un día se sucede a otro, y en donde encuentro gratas recompensas, pero que no me sirven acaso el calor y la intensidad que mi cuerpo y mi alma necesitan para seguir sintiendo vibrante la vida entre las manos. Esta mañana es probable que haya nacido otro nuevo proyecto, la continuación de un amor. Ya mi mente viaja hacia aquel refugio en el Véneto italiano en donde descansé de mi travesía, para reemprender desde allí en el próximo verano otro largo camino de regreso por las montañas de Eslovenia, Austria, Suiza y Francia, de nuevo camino de nuestro Mediterráneo. Ojalá sea así.













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