Día 14. Ser uno con la tierra y los senderos


Refugio Meleze, 44,57436172°N, 06,98160723°E, 1 de julio de 2025

Llueve. Paso la tarde en la silenciosa buhardilla del refugio Meleze. Anunciaba lluvia a las dos de la tarde y media hora antes ya tuve que ponerme la capa de agua. No será mucha la mojadura hoy, me dije. El refugio no quedaba muy lejos. No estaría nada mal que el tiempo se organizara de modo que me permitiera llegar a los refugios con la lluvia pisándome los talones. El único inconveniente es que me obliga a pasar la tarde en algún refugio y mis hábitos de vagabundo quedan aparcados, la soledad, el íntimo estar como los sarrios o las marmotas en el hábitat propio. 

Cuatro horas y media me costó alcanzar el collado; 2800 m., decía un cartelito. El Monviso aparecía, como rey solitario de un Olimpo, envuelto por el séquito de las nubes que merodeaban por sus rocosas laderas. Las montañas que dejaba atrás eran un rosario de encrespadas aristas. Las que tenía por delante montañas más suaves que parecieran inclinarse levemente ante la robusta autoridad del Monviso al fondo. Sucede con esta montaña algo parecido con el Mont Blanc o el Cervino, que cuando te alejas o aproximas a ellos siempre los tienes a la vista durante muchos días. Son un punto de referencia de tu lento caminar. Días y días así hasta que desaparecen definitivamente tras un prominente collado. Hasta el próximo año, te dices, o hasta el otro, o el otro… Cuántas veces asoman a mi cabeza este tipo de razonamientos; hasta cuándo podré ver aparecer o desaparecer en el horizonte estas grandes montañas, hasta cuándo podré seguir encontrándome con algún especial rincón, montaña, bosque que yace oculto en mi memoria, que de repente se abre paso recordándome otros veranos, otras grandes caminatas. Hasta cuándo, y ahora según me voy haciendo mayor, y que sucede que Victoria sigue el mismo inexorable proceso, quién sabe si pronto seré yo o ella, ¡ah, la edad!, la causa de dar por terrminadas estas correrías. Y cuando sea así, no obstante, qué hermoso seguirá siendo recordar estos fantásticos veranos, veranos de momentos de exhausto no poder más, veranos de vida plena y simple, veranos de vivir conmigo mismo con esa infinita intensidad de comunión con las montañas y todo lo que ellas encierran. 

En fin, no nos pongamos nostálgicos. Recuerdo que en una ocasión José Manuel Vinches expresaba un curioso pensamiento hablando de la nostalgia del futuro. No recuerdo exactamente los términos, pero sí que la cosa me sugería un no desdeñable futuro en el que la certeza de haber vivido cierta plenitud podía dar a tu vida un halo de bienestar, de haber hecho en la vida aquello que querías, incluso aquello que querías y que requería la enorme fuerza de una férrea voluntad. El placer de cierta misión cumplida, de cierto sueño resuelto. Nostalgia de ese futuro. 

Este año controlo de cerca mi esfuerzo para no tener que lamentarlo más tarde, mi esfuerzo, mis piernas, pongo mucha atención a algún síntoma de rodillas o piernas. De hecho, después de dos semanas ni una sola vez he tropezado o caído, y cuando un ligero dolor muscular ha aparecido, he mimado muy especialmente el lugar del dolor. El caso es que el larguísimo ascenso de hoy me invitó muchas veces a parar, pero resistí, lento pero resistí. Y en el collado me tomé las pulsaciones y no pasaban de 120 pese a las cuatro horas y media y los 1200 metros de desnivel. 

Aún así todavía me daban mis pensamientos, según subía, para hacer poesía. Alimentaba esa sensación de sentirme uno con la tierra, el sendero, la hierba, las flores, las montañas. Quizás eso entra en el mismo paquete de aquel dicho budista de “cuando como, como”. Cuando estoy haciendo algo tengo todos mis sentidos en ese algo. Probablemente me acordé de este dicho porque a poco de salir del refugio, ya en plena montaña, me encontré con un monje budista que bajaba corriendo. Seguro que lo era. La cabeza sin un pelo, pero en vez de la túnica que suelen usar, éste llevaba unos largos calzones del mismo color pimentón claro que usan los monjes. Quise pegar la hebra con él y algo le pregunté sobre el camino. No hablaba italiano. Un encuentro de lo más curioso pero muy acorde con el entorno. Seguro que si Buda le hubiera visto habría dado su aprobación.

La bajada, algo más de mil metros, no tenía desperdicio. Grandes quebradas por donde se precipitaba un engordado arroyo, cortados, al final un largo descenso de empinadas praderías. Descendí de la mano de Valle Inclán. Algún espeluznante suceso en donde un usurero perdía la vida atado el cuello a una soga arrastrado por un caballo, una justa venganza, no hay enemigo pequeño, por la muerte de su chiquilín como consecuencia de sus propio actos.

Olvidamos, olvidamos las canalladas que los tiranos, los usureros, los patrones que corretearon por tierras de Latinoamérica extorsionando, esclavizando a indígenas, a todos aquellos que pudieran explotar. Olvidamos la explotación, la miseria que ha vivido el hombre a manos de todo tipo de aprovechados y criminales. Por Tirano Banderas pasa un buen puñado de esta clase de gente sin escrúpulos para los que la vida de los otros vale absolutamente nada. Los tiranos bandera de este mundo, los francos, los trums, los netanyahus, la peste de este mundo.

Con Franz

He bajado a cenar. Somos únicamente dos los clientes, Franz y yo. Nos hemos tirado toda la cena hablando por los codos. Franz hace la GTA en sentido inverso al mío, sólo unos días. Cuando intervienen los chicos que atienden al refugio, que entran también en la conversación, es divertidísimo, primero porque Franz no habla italiano y después porque a mí me cuesta montón traducir del italiano al inglés y cuando estoy con el inglés y quiero hablar en italiano, lo mezclo todo.

Con Franz y los chicos del refugio

Mañana de lluvia a la una del mediodía, lo que quiere decir que hay que salir más temprano para intentar eludirla, las seis de la mañana, así que acabo. Buenas noches. Ah, lo olvidaba, una curiosidad, nada más llegar al refugio enciendo el teléfono y me encuentro con un guasap de Javier Laguna que me manda una foto en donde aparece el refugio, con un sucinto texto: “esta es tu situación”. Jaja, me hizo gracia que alguien a dos mil kilómetros de aquí atinara con mi ubicación tan exactamente a partir de los pocos datos que proporciono en mi blog. 

Terminado este post Javier Laguna me manda mi itinerario completo de hoy. Ahí lo dejo para los curiosos.








Día 13. Empiezan las lluvias



Refugio Campo Base, 44,49743897°N, 06,91898704°E, 30 de junio de 2025

Después de dos semanas el tiempo terminó por cerrarse. No he tenido otra opción, me estaban preparando cena y desayuno para llevar, miré fuera y llovía. Estaba anunciado, pero creí que me daría tiempo a encontrar cerca un lugar para mi tienda. Así que tarde y noche de refugio.

Si en la actualidad siento vergüenza de ser europeo, y con más razón español, se lo debo sin lugar a dudas a la inmoralidad, al tufo que desprende la historia de Europa y de España. Las galopantes injusticias del mundo, la hipocresía que ha investido siempre la acción social y política en nuestro continente, repugna especialmente por la mentira con que se ha fabricado la falsía de una historia escrita a conveniencia de la élite dominante. Cosas sabidas todas, pero que en ocasiones brotan en las lecturas al contacto con las realidades de otros tiempos . Últimamente la de Aurora Roja, y hoy concretamente con Tirano Banderas, de Valle Inclán. Un ejemplo de cómo se despacha uno de los personajes de Tirano Banderas: “Los Estados Europeos, nacidos de guerras y dolos, no sienten la vergüenza de su historia, no silencian sus crímenes, no repugnan sus rapiñas sangrientas. Los Estados Europeos llevan la deshonestidad hasta el alarde orgulloso de sus felonías, hasta la jactancia de su cínica inmoralidad a través de los siglos. Y esta degradación se la muestran como timbre de gloria a los coros juveniles de sus escuelas”. 

Llueve intensamente. El refugio se ha llenado hasta la bandera. Tiempo hosco, las montañas han desaparecido parcialmente, largos hilachos de niebla suben y bajan por las laderas como almas en pena. 

Esta mañana mientras leía a Valle Inclán camino del refugio Campo Base, me acordaba de nuestro muy excelente el rey de España, ese hombre que en la universidad no fue capaz de sacar más que un cinco raspado, y me preguntaba qué coño sabrá este hombre de nuestra Historia, este hombre de mirada impostada, como de quien mira desde las alturas, mirada fabricada por palafraneros y mamporreros para dar lustre a la insignificancia de su persona. Cuando uno echa un vistazo a la Historia es imposible dejar de substraerse a la insignificancia de los personajes que han regido el destino del país, y con ello a la falsía de una historia tejida en beneficio de la clase dominante. 

Pero, oye, qué maravilla la prosa de Valle Inclán,  la riqueza de su vocabulario, la elaborada precisión de su narrativa, la aguda ironía con que retrata a sus personajes. 

Mientras me ducho y hago la colada, fuera la tormenta se ha desatado con fuerza. No me gustan los refugios, pero sí, sí me gustan con este tiempo, con su ducha de agua caliente, su confort, su dulce far niente tras la comida viendo desde la cama de mi habitación caer la lluvia. 


Un camino bien trazado fue el objeto de la primera parte de la mañana. Amplias praderas que en tiempo alimentaban numerosos ganados de vacas o cabras hoy yacen a su aire, una hierba alta por encima de la rodilla en donde cencerros y esquilas pasaron a mejor vida para siempre. En las casi dos semanas que llevo apenas he visto vacas, y cuando ha sido así pastaban en zonas bajas junto a las granjas. El monte parece que se despuebla de estos animales. La rentabilidad manda y el ganado estabulado parece que tiene ganada la partida. 

Tras el collado el sendero desciende por un variopinto bosque de pináceas. Era el momento de la lectura. Con estos madrugones el día da para mucho. A las diez y media de la mañana ya se avistaba allá abajo la aldea de Saretto y poco más tarde Chiappera. Pasé por su refugio situado dentro del pueblo, pero un aldeano me convenció para que siguiera hasta el refugio Campo Base. Éste es muy snob, me dijo, y te van a clavar el doble que en el de más arriba. Agradecida tanta gentileza.

Pegaba el sol fuerte, pero se mascaba en el aire un cambio. El pronóstico daba lluvia para las tres de la tarde, aún así mantuve la esperanza de subir un buen pedazo. Nada de nada. Estaba comenzando con la comida en el refugio cuando empezó a llover.

Una chica con la que comparto la habitación, cuando le digo que no está mal que llueva después de dos semanas de sol, me contesta que bueno, que ella esos quince días los ha pasado currando en Milano y que maldita la gracia llegar aquí lloviendo en su primer día de vacaciones. Es verdad, no hay manera de que llueva a gusto de todos. Yo por mi parte tengo la esperanza de que al menos un paraguas de nubes mantenga el sol alejado de mi camino durante unos días. El sol merma mis fuerzas. 

Las cuatro de la tarde. La hora de la siesta. 

Día 12. Piano piano si va lontano

 

Sobre el refugio Viviere, 44,44437378°N, 06,98242620°E, 29 de junio de 2025 

Chi va piano va lontano e va sano. Ese es el dicho. Hoy me lo apliqué lo mejor que pude. Primero me puse en movimiento a las seis y media de la mañana, cosa de evitar en lo posible esa ración de sol que descoyunta al más pintado. Eso y como el día anterior cuatrocientos metros de desnivel me dejaron tocado, hoy que eran 1200, requerían una buena dosis de ánimo. Era mi duodécima jornada ininterrumpida de marcha y consideré que ya estaba bien de quejarme, así que emprendí la subida piano piano y la cosa marchó, entre otras porque el sol empezó a pegarme hacia la mitad de la ascensión. Sudé pero llegué hasta el collado bastante enterito. Como para felicitarme, porque por primera vez había sido capaz de dar un estirón de 1200 metros sin parar. Y ello contando con que subía una buena cantidad de agua previendo el desierto pétreo que tenía que atravesar. Un momento, voy a dar la vuelta a la tienda que la tengo en el secadero. La tienda, que es muy ligera, setecientos gramos, aunque no llueva en general la condensación la moja por dentro casi siempre. 

Me encanta cuando mi cuerpo pasito a pasito va tomando altura casi sin darse cuenta. Esta mañana no me entero del paisaje, mi vista está permanentemente a unos pocos centímetros de mis pies, uno, dos, tres, cuatro, una curva, otra, se hace camino al andar. Después en algún momento asoma el sol y entonces tengo que echarle un plus de fuerza a la cosa. Al poco estoy sudando como un pollo. Aparece un lago a mi derecha, después dos más pequeños y así poco a poco una loma tras otra va apareciendo lo que podría ser el collado, y que casi nunca es. Ya muy alto el camino se bifurca, consulto el gps y efectivamente el collado que nunca es queda a la izquierda y hay que seguir subiendo todavía un poco más, un poco más. Y así de repente, llegué. 

Me refugio en una sombra bajo unas rocas y contemplo la desolación del paisaje que tengo delante. A lo lejos sobresale por encima de todas las montañas el Monviso, la gran montaña de esta parte de los Alpes. Desde aquí tengo que alcanzar otro collado, pero en esta ocasión se alcanza bajando. ¡Aleluya, cada uno con la suya! Sólo cuando he bajado doscientos metros de desnivel caigo en que por allí he pasado más de una vez por distintos itinerarios. Es un paisaje muy particular, un valle totalmente lunático carente de vegetación pero extraordinariamente bello. Desde el collado que contemplo a mis pies se extiende un ancho valle de laderas verdes en cuyo centro se alza el refugio Gardetta. Y al final del todo una gran montaña en forma de badila, una alargada pala muy apuntada que creo que se llama Roca la Meja.


Tierras conocidas. Pierdo la memoria de por dónde he pasado este año y los otros muchos anteriores, pero de tanto en tanto me sorprendo pisando un paisaje familiar que he cruzado por lugares diferentes. Me gusta. Aprecio esta familiaridad que tengo con tantos valles y montañas a lo largo y ancho de todo el arco alpino. ¡Tántos años pateando estas tierras año tras año! La primera de estas travesías fue en el 2003. Entonces todavía no me había jubilado y aproveché las largas vacaciones de maestro para hacer mi primera travesía de mar a mar. Después, cuando dejé de trabajar –estuve dos años sin sueldo antes de jubilarme– y a partir del 2006, compatibilicé mis salidas veraniegas a los Alpes con viajes alrededor de todo el mundo. ¡La jubilación fue una fiesta para tántas cosas; sigue siendo una fiesta…!

Tras aquel conocido paisaje mi memoria volvió a cerrarse a cal y canto. Un largo descenso me llevó hasta el refugio Viviere. Allí consulté el teléfono. Tenía un guasap de Paco que hasta la fecha no había logrado localizar mi blog de los caminos. Espero que sea una excepción. En el último post había un comentarista anónimo que echaba de menos no saber exactamente por donde transcurre mi recorrido de este año. Le explicaba que salí de Menton, junto al mar, siguiendo el GR52, después enganché con la Vía Alpina, tramo Rojo (existen cinco recorridos por distintos lugares de los Alpes bajo este nombre), y posteriormente, en este instante hago compatible la Vía Alpina con la GTA (Gran Travesía de los Alpes).

A partir de mañana seguiré la GTA. Más o menos siempre porque cuando me da por ahí opto por otros itinerarios. Las ventajas de seguir estas rutas está en la información disponible de refugios, lugares de abastecimiento, tiempos de recorrido y el consiguiente track. 

Atendiendo a este comentarista incluyo el recorrido que emprendo hoy, más o menos. El que lo desee lo puede encontrar aquí:

https://gta-trek.eu/index.php/stages/dayhike/14:chiappera-to-rifugio-pian-meleze

Indicaba también al comentarista anónimo (coño, decid al menos vuestro nombre :-)) que todos los días coloco las coordenadas de donde termina mi jornada. Un garbanzo con que orientar a quien lo desee. 

Mi recorrido desde esta mañana se puede apreciar en la imagen de más abajo 


Una de las cosas que más agradezco estos días es encontrarme con gente agradable y servicial. Hoy fue el caso, un chico de raza negra aficionado a visitar el Museo del Prado y una mesonera chiquita y jovencísima toda simpatía empeñada en facilitar todas las necesidades del caminante agobiado nada más entrar en el refugio por un calor de fuego y con las piernas temblorosas por el largo descenso. Sin la ayuda de la mesonera no habría sido capaz de localizar el lugar en el mapa, un 50.000 que había comprado días atrás y que todavía no había consultado. Sabía que tenía que dejar ya mismo la Vía Alpina para dirigirme hacia el NE por la GTA y no estaba seguro. Con el trazado de la GTA en la mano, una ruta que hice hace unos  años, ahora era labor de Garbancito hasta cerca de Domodossola, al este ya del Monte Rosa. Por ahí pase hace años cuando hice el recorrido Chamonix – Zermat – Dolomitas, y ese punto será el momento de considerar los derroteros que puede tomar mi proyecto de este verano. Ah, y sigo tocando madera para que no se tuerza nada. Hasta ahora, quitando ese cansancio que tuve que atravesar principalmente la primera semana, todo parece marchar. 

Provisto con tres litros de agua y comida para un día entero, salgo al sol de las cuatro de la tarde para tratar de hacer algo de la subida para el tramo siguiente. He tenido que poner la tienda en un terreno muy inclinado, pero al final he conseguido la horizontal del colchón calzándolo con parte de la impedimenta y las botas. El panorama desde aquí es agreste y hermoso. 










    





Día 11. El ciego sol por la terrible estepa castellana

 



44,36171281°N,  06,99572146°E, 28 de junio de 2025 

Si no estás en las redes no existes. Me sonrío levemente cuando constato las visitas de mi blog desde que he abandonado Facebook e Instagram. Me picaba la curiosidad pensando en si quedaría algún lector de mi blog después de esta espantada mía. Mis sospechas se confirman. La impresión de que la dependencia de las redes en cierto modo maniatan nuestro comportamiento, se confirma. Estamos tan en las manos de esos manipuladores mundiales que hacen dinero con nuestro querer comunicarnos con los otros, que es imposible hacerlo sin la mediación de ellos. Si no estás en las redes no existes. 

Si han sido unas pocas veces los intentos de abandonarlas sin resultado, es simplemente porque el contacto con compañeros y amigos quedaba roto. Ahora, después de semanas alejado de ellas, creo sentirme más libre. Ha desaparecido esa tendencia mía a consultar el teléfono en exceso, a estar algo pendiente de comentarios y demás. Me alegro. He hecho muchas amistades en este tiempo de frecuentar las redes, pero es hora ya de quitarme el yugo de una dependencia que no me agrada y de la cual se aprovecha un sistema, un Zuckerberg, un Elon Musk, y tanta gente que no me gusta y que de algún modo atenazan el mundo desde sus plataformas. 

Sonó el despertador a las seis y media, pero estaba tan cansado, mi cuerpo tan roto, que no fui capaz de ponerme en movimiento hasta media hora después. De alguna manera se atoran los sentidos en situaciones así. Desayuné, recogí y me puse en marcha. A mi derecha dejé el refugio Migliorero alzado en lo alto del valle junto al lago Isquiador como un castillo medieval. Los quinientos metros de desnivel hasta el paso Rostagno me costó dios y ayuda. A dos tercios de la cuesta ya me sentí impotente y tuve que caer  derrengado en una de las curvas del sendero. 

Pensaba reponer fuerzas en el refugio Zanotti, quinientos metros más abajo tras el paso, pero resultó que el refugio estaba cerrado. Mis apuntes, sacados de una antigua página de la Via Alpina contienen en esta parte de los Alpes errores imperdonables y una información sesgada. El refugio Zanotti es un final de etapa y llegar allí y encontrarte que... pues eso. Había un grupo de italianos y con su ayuda y un mapa de papel pude orientarme. La ruta normal me llevaba al refugio tras un collado que se veía desde allí en lo alto, y desde éste tendría que superar un nuevo collado de 2600 metros. Toda una broma para el sol que caía sobre las montañas como el rescoldo de una hoguera. Tarde o temprano en estas salidas mias del verano me sale una cita que yo atribuia a Manuel Machado, aquello de “sangre, sudor y lágrimas, el Cid cabalga”. 

“El ciego sol, la sed y la fatiga.

Por la terrible estepa castellana,

Al destierro, con doce de los suyos

–polvo, sudor y hierro– el Cid cabalga”. 


Paco y Antonio Montes me rectificaron en una ocasión e indagué. Al final resultó que la cita tampoco era de Manuel Machado, sino de una famosa frase que pronunció Churchill en el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Dice así: “I have nothing to offer but blood, toil, tears and sweat.” (“No tengo nada que ofrecer sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor.”)

Para Europa venían tiempos difíciles. No hay verano que en algún momento no
traiga a colación esta idea. Churchill o Manuel Machado la nutren de esfuerzo y sudor que hoy hacían de mi caminar algo extraordinario. 


Recordé estos versos mientras decidía qué hacer. En mi mochila no quedaba más que una barrita energética, una miseria para atravesar todavía dos puertos y descender después mil metros de desnivel. Así que me puse a indagar otras posibilidades en el teléfono. Encontré que desde allí mismo bajaba un sendero que llevaba a una pequeña aldea llamada Pietraporzio que quedaba a unos pocos kilómetros de mi destino, Pontebernardo. El único problema era llegar a tiempo al restaurante de Pietraporzio, más de mil metros de desnivel más abajo. Pies para qué os quiero, que decía mi novia. Pero mis piernas no daban más de sí. Tuve que hacer dos paradas bajo ese sol de fuego en unos raquíticos arbustos. Era una pequeña aldea de muy poco movimiento. Llegué al restaurante a las dos menos cinco. Uffffff… Aunque igualmente me habrían dado de comer. El dueño del restaurante resultó ser un guía de montaña en activo. No sólo me trataron bien sino que tras saber de mi aventura se ofreció a llevarme en coche al punto en donde podría retomar mi ruta. Gente maja que hay por el mundo. En el último refugio privado que había comido el día anterior, el dueño con toda seguridad era un ladronzuelo. Me cobró 54 euros por el equivalente de lo que había pedido y comido hoy, sólo que hoy además de atentos me cobraron 34 euros, comida y bocadillos para esta noche y mañana, barritas y chocolate. A aquel estuve por pedirle el listín de precios, pero pudo mi tranquilidad de espíritu. 

Beppe, mi benefactor, cuando estuvo todo listo, me llevó en coche hasta mi punto de partida dándome además toda clase de explicaciones e indicándome un lugar ideal para echar la siesta y pasar la noche. Por la mañana temprano había dado un cursillo de orientación a un grupo de muchachos, al mediodia hizo de camarero y tras ello ejerció de taxista gratuito para mí. 

Paso la tarde tripeando bajo un serbal del cazador al que todavía no le han salido sus frutos rojos. Mañana la primera tirada son mil trescientos metros de desnivel de subida. Intentaré madrugar más para sortear en lo que pueda el calorazo del sol. 

Y se acabó. 








Día 10. Una jornada de diez horas

 


Junto al refugio Migliorero, 44,28017142°N, 07,01651037°E, 27 de junio de 2025 

A veces es difícil entender que a esta hora, casi las siete de la tarde hoy, pueda tener fuerzas para ponerme a escribir. Si no fuera porque es un hábito adquirido desde hace muchos años y consolidado en momentos difíciles, ya sea en invierno como en verano, creo que coger el teléfono para escribir algo me exigiría un trabajo imposible de emprender. El hábito hace al :-). Fuera bromas, después de muchas cuestas que subir y muchas que bajar y haber marchado en torno a las diez horas, a paso lento, eso sí, porque de otro modo nanáis, uno está tan hecho unos zorros que lo único que vendría a cuento sería despanzurrarse en el colchón inflable. Comí en San Bernolfo, cuatro casas y un restaurante, y quise dormir allí mismo porque venía muy tocado, pero no había manera. Cargué tras la comida con agua, cena y desayuno con la intención de buscar un lugar en los alrededores para pasar la noche, pero naranjas. Tuve que chuparme más de 800 metros de desnivel y cuatrocientos de bajada para encontrar un lugar posible, en realidad no muy lejos del refugio Migliorero. Estar hecho unos zorros y caminar con el solazo 900 para arriba y 400 para abajo ni soñando hubiera pensado que fuera posible.. Bueno, subí y bajé por esta parte de los Alpes pero en realidad estuve en el Madrid de los tiempos de Cánova, es decir cuando nuestra ciudad era poco más que un pueblo grande. A uno le sale una sonrisa cuando Baroja, recuerdo que voy leyendo desde ayer Aurora roja, describe las calles de entonces, Ferraz, Hortaleza, todas lidando con el puro campo, calles por donde circulaba el ganado, donde no era difícil chapotear en el barro. Los tiempos adelantan que es una barbaridad, que se cantaba, creo, en alguna zarzuela. También donde yo viví en mi infancia lindaba con el puro campo, los altos del Paseo Extremadura.

Las nubes, que cubrían el cielo hace poco, han empezado a bajar arrastrándose indolentemente por las laderas. El bronco sonido del riachuelo cercano y el insistente liar de algún pajarillo son la música de esta hora de la tarde. 

Recuerdo ahora esa sensación de cansancio y de dolor de los músculos de brazos y piernas cuando esta mañana desperté. No todos los días soy consciente de ello. Esta mañana dio el sol en la tienda antes de que sonara el despertador y vagueé durante un buen rato sintiéndome muy cansado. Luego te echas al camino y es como si el cuerpo se olvidara de tu cansancio. El otro día Tatiana me decía que después de seis días caminando hubo de descansar un día completo porque su cuerpo no aguantaba. Lo he oído decir muchas veces, eso de tomarse un día de reposo. Yo nunca lo he hecho. Creo que perjudicaría al ritmo interno que desarrolla el cuerpo. De hecho te despiertas cansadísimo, como hoy, y luego eres capaz de caminar nueve o diez horas y además hacerlo de subida en la hora de más calor. No es fácil entender al cuerpo. Éste sabe tantas cosas que nosotros no sabemos… no sólo de los esfuerzos que es capaz de hacer en determinadas situaciones, también de nuestras emociones, nuestras querencias, nuestros deseos. No es difícil que en algún momento especial nos sorprenda la humedad en los ojos, unas lágrimas, una emoción súbita ante una escena, un momento de plenitud en medio de una tormenta o una intensa lluvia. 

En la novela de Baroja, “Aurora roja” es el nombre del local donde se reúnen semanalmente un grupo de anarquistas con tendencias muy variadas, y que sirven al autor para ofrecernos un amplio abanico de conceptos y pensamientos de los movimientos de la época. En algún momento me sonreí leyendo la descripción que hace del Parlamento uno de los personajes. Sonrisa al comprobar lo poco que ha cambiado el comportamientos de los próceres de nuestra castigada España:

“—¿Vosotros habéis visto la jaula de monos del Retiro?…, pues una cosa parecida… Uno toca la campana, el otro come caramelos, el otro grita…

—¿Y el Senado?

—¡Ah! Esos son los viejos chimpancés… muy respetables”.

Reír por no llorar, cuando efectivamente uno comprueba lo poco que han cambiado los políticos a lo largo de un siglo, especialmente en la bancada de la derecha. 

Las marmotas también andan por aquí rondando. Aquí son precavidas y asustadizas. En cuanto te ven desde su promontorio, un alto, una roca, como quien monta guardia, ya están dando la alarma. Al norte del Mont Blanc, en una ocasión las vi acudir junto a los caminantes con la evidente intención de buscarse una variación a su dieta corriente. Se alzaban como perritos pidiendo una golosina. Se trataba de un caso muy especial porque como mucho lo que hacen es jugar contigo. Chillan, salen pitando, se meten en su madriguera y desde allí, como una vecina que quiere cotillear lo que sucede en la escalera, sacan primero el hociquillo, luego la cabeza, te observan y si no te acercas allí se quedan descaradas sentadas sobre los cuartos traseros observándote. 

Las ocho. Voy a ver si ceno algo, carne de cabra que me ha sobrado de la comida, un trozo de bocadillo que me sobró también de anoche y de postre algo de chocolate con un trozo de torta. 









Día 9.Con nocturnidad y alevosía

 


Arriba el Santuario de Sant’Ana de Vinadio, 44,24493001°N, no 07,10139692°E, 26 de junio de 2025 

Me he pasado media tarde cosiendo, cosiendo a mano porque habría sido demasié traerme la máquina de coser a cuestas, y que sin embargo hoy me habría venido de perlas. Así que coge hilo, la aguja, una que cada vez que pretendo enhebrarla tardo diez minutos, cosa a cosa y dale. La primera parte ya la cumplí en Sant'Ana di Vinadio, un rato que estuve después de comer dando un primer hilvanado porque el destrozo era de órdago. Por aquí he pasado un par de veces y aunque el restaurante es un poco pijo, un lugar donde llegan los turistas ociosos de los Baños de Vinadio, turismo de dinero, la verdad es que se come bien y la gente es muy atenta. 

Hoy nada más despertarme lo primero que hice fue dar una batida por los alrededores a la búsqueda de algo que había echado de menos. Poca cosa. Eran las siete y media cuando comencé a caminar. Cabritos, me iba diciendo mientras arremetía con las primeras cuestas. Un ejercicio más de tolerancia a la frustración. Ya se sabe, cuando las cosas no salen como uno quiere. Día soleado agradable de andar, un valle recoleto en donde los rododendros eran la joya de la mañana. Es una buena época para disfrutar de ellos porque con el calor enseguida se mustian. El riachuelo que me había servido de sonajero por la noche nacía en un pequeño lago que a su vez recibía sus aguas de otro superior. Las praderías apenas me duraron media hora, después los pedregales convertían el valle en un desierto de piedra. 

Intenté leer por un rato, quería volver a encontrarme con un libro que había leído de joven, Aurora Roja, la novela de Pio Baroja, pero no tenía el ánimo para lecturas. Tenía un asunto en la cabeza que no sabía como resolver y me despistaba. Cercano ya al paso de Orgials empezó a soplar un sospechoso aire frío. Cuando me asomé a la otra vertiente el panorama había cambiado totalmente, negras nubes dispersas ocupaban el cielo. La temperatura dio un bajón y al poco rato ya me estaba poniendo el equipo de agua. 



También el paisaje había cambiado, ahora las montañas eran menos agrestes y tras un descenso no muy largo durante el cual paró de llover, me tocó caminar un par de kilómetros por asfaltado hasta la frontera francesa. Del recorrido que llevo haciendo tengo que decir que es repetición y que hasta hoy no he sido capaz de recordar absolutamente nada, como si no hubiera pasado por aquí nunca. Sólo despertó mi memoria cuando llegué al Puerto, que recordé únicamente por un detalle, allí estaba un kiosko donde en dos ocasiones anteriores había tomado un refrigerio. 

Desde allí es caminar por una especie de Cuerda Larga para en su final bajar no a Miraflores de la Sierra sino a Sant’Ana de Vinadio. Llegando a la Najarra encendí el teléfono y en efecto había cobertura. Un guasap de Santiago Pino me decía que si me había comido la lengua el gato, que desde el 18 de junio no había escrito nada. Mi desaparición de Facebook debe de tener la culpa. Imagino que algún amigo más habría accedido al blog estos días si hubiera puesto el vínculo allí, pero… creo que ya he asumido suficientemente que no, que casi con toda seguridad no vuelvo a las redes sociales. Había otro guasap de Ángel Luís Santamaría recordándonos que este año la Galayada será la primera semana de septiembre. No sé si habré terminando mi travesía por entonces pero si es así y encuentro un compañero de cordada seguro que voy. De la anterior convocatoria salí encantado. 



Tanto que decir que en realidad durante parte del camino vine especulando sobre cómo me las apañaría las noches siguientes con mi sufrida tienda. Como había cobertura llamé a Victoria, me coloqué el teléfono en el bolsillo de arriba del chaleco y me dispuse hacer el trozo de bajada que me quedaba hablando con ella. Cuando me tocó el turno después de ponerme al tanto de los asuntos familiares le conté la ajetreada noche que había pasado. Me había dormido bastante temprano y la primera vez que me desperté eché mano de la manguerita de la bolsa de agua que siempre tengo cerca. ¡Había desaparecido! Nada nuevo, no hace mucho en Guadarrama algún zorro me la robó. Entonces la encontré intacta a la mañana cincuenta metros más abajo.  Hoy cuando encendí la linterna vi que estaba a un par de metros de la tienda. La metí dentro y me despreocupé. Debía de haber unos dos litros y medio en ella. Por la mañana descubriría que le habían hincado el diente y todo el agua bañaba una parte importante de mis cosas. No recuerdo cómo se llama la fase esa primera del sueño. Ese rato en que duermes profundamente. Viajando hace muchos años con Emiliano de Diego en moto, llegamos a Estambul, de vuelta en esa misma fase del sueño nos birlaron a los dos todo lo que teníamos mientras dormíamos en una plaza de Roma. Hoy estaba muy dormido pero no lo suficiente para no despertarme repentinamente con el ruido brusco de un desgarramiento de telas. Me incorporé asustado, pensando en qué se yo, un trueno. Y al volverme hacia el lado opuesto a la puerta me encontré con un enorme hueco de casi un metro, la tienda estaba totalmente rasgada, podía salir yo por el hueco sin problemas. La bolsa de la comida había desaparecido… Salí fuera con la linterna. Zorro cabrón, pensé. Nada, ni rastro. He vivido muchas experiencias con zorros al cabo de los años. En Alpes me birlaron dentro de la tienda también la comida de tres días, tuve que desviarme y bajar a un pueblo a por provisiones. Pero, coño, esto. En Marichiva un invierno me rompieron un par de tiros y se llevaron también la comida, pero joder… este destrozo. 

La verdad es que tampoco me alteré mucho porque momentos después estaba de nuevo profundamente dormido. Dormido hasta que sentí algo parecido a cuando Mico, nuestro gato, se sube a mi cama y camina por los pies. Hosti, me incorporo un poco, veo fugazmente en la oscuridad un animal que me parece como un gato algo grande, le pego una patada, lanzo un grito y lo que sea sale pitando por el desgarrón. Dos veces más lo sentí rozando la tienda. Por la mañana descubriría que había mordido y desgarrado parte del mosquitero de la puerta. 

Y sí, mientras le voy contando esta aventura a Victoria por teléfono, la tía que se tronchaba de risa, que no me dejaba seguir. Ella, que tenía la voz cansada de trabajar en casa y trajinar con mi nieto Manuel, de golpe se lo estaba pasando pipa… ¡no te jode!. 

Y fijo que me ha llevado un montón de tiempo solucionar el desaguisado, pero que ya está la tienda otra vez disponible. Estuve indagando por los animales que corretean por la zona y casi con toda seguridad se trataba de una marta (martes foina), también conocida como garduña. 

La mayor parte de mi trabajo de costura la hice en un lugar idílico, un pequeño lago cubierto de flores, un buen rato arriba el santuario de Sant’Ana. Espero que la mosca tras la oreja abandone pronto el lugar, ahora eso sí, la comida cerrada a cal y canto y dentro del macuto, aunque parece que la curiosidad de las martas van más allá de la búsqueda de comida. En fin, ya veremos.