Vivac en las Torres (Pedriza)

 



Bajo las Torres de la Pedriza, 13 de marzo de 2024

Pensaba llegar a lo alto bajo las Torres para ver atardecer y me encontré en medio de la noche a oscuras con la nieve por encima de la rodilla siguiendo a ratos unas viejas huellas que iban erráticas de un lado a otro del bosque. La señal del GPS no iba demasiado lejos de la línea del sendero, pero la ausencia de cualquier señal, los brezos y la biblia en verso me habían dejado al arbitrio de la noche. Me negué a mí mismo a sacar la linterna, puesto que el atardecer se había marchado ya hacia rato, no había prisa y caminar a oscuras por aquel laberinto nevado era una experiencia digna. Hacía años que no experimentaba este tipo de circunstancias, así que era cosa de recordar viejos tiempos en que perderse era asunto bastante frecuente. Me habría servido cualquier lugar para pasar la noche. Apartar un poco de nieve, construir un pequeño nicho y punto. Había metido la pala en el coche con intención de subirla, pero al final olvidé cogerla, así que si hubiera sido necesario, manos y pies para qué os quiero. Hoy no iba a necesitar la tienda y me hacía gracia construirme un nicho en el único día que probablemente iba a tener oportunidad de dormir entre la nieve.

Caminar a trompicones en la oscuridad en una nieve que parecía que iba a tener y que de repente se venía abajo, no es que sea muy divertido. Con nieve recién caída sobre brezos o piornos siempre tienes la fiesta servida. Bueno, todo esto cuando se hizo de noche, porque antes lo cierto que este tramo de la Pedriza, arriba los Cuatro Caminos para alcanzar la Cuerda de las Milaneras y el collado de Prado Poyo, es de lo más bonito que tiene la Pedriza; y mira que hay rincones hermosos en nuestra Pedra, pero es que hoy era algo muy especial. Las nevadas de días atrás habían dejado un grueso manto de nieve y ahora ésta, transformada en torrentes y arroyos impetuosos, llenaban de ecos y músicas la precipitada violencia de su fragor. Hacía mucho tiempo que no recorría este sendero y subía sorprendido por su belleza y por este plus polifónico del agua que me acompañaba a lo largo del camino. Naturalmente de tanto en tanto el bosque se abría y allí abajo aparecían el paisaje familiar de siempre, esos riscos de toda la vida, conmigo vais, mi corazón os lleva, el Pájaro, la Muela, cancho Buitrón, el Cocodrilo…


Tengo la sensación de que alguien se enfada cuando digo que Machado hacía poesía de oído hablando de nuestro Guadarrama (por cierto, que pediría de favor que dejáramos de llamarla Parque Nacional del Guadarrama; no me suena, sabe a impostado, una guinda molesta sobre un pastel de nuestras querencias montanas. La Sierra, nuestra sierra, así, sin más. Que los bombos y los platillos le sobran a nuestras sencillas y queridas montañas, que lejos están de aspirar a convertirse en parque temático, que es lo que los administradores del Parque parecen estar buscando. Además, ya sabemos en qué para esa historia de parque nacional, en cuatro o cinco vándalos venidos de Marte dispuestos a llenar de prohibiciones nuestra sierra. Cierro paréntesis). Decía que Machado hace poesía de oído cuando escribe sobre el Guadarrama, algo que no le sucede a Unamuno, en su caso Gredos, que sí pateó aquella también nuestra sierra. A don Antonio sí que le hubiéramos deseado conocer a fondo nuestras montañas y Pedriza. Bien seguro que de aquel conocimiento habrían salido versos tan dignos y bellos como sus Campos de Castilla.

Tras esa visión de los riscos que fueron y son un paisaje tan familiar y cercano para todos nosotros, y pasado el cruce de los Cuatro Caminos, el sendero se enrisca, se hace barroco, pasa bajo grandes bloques, gigantones de granito que algún dios inspirado esculpió en tiempos remotos haciendo de esta parte de la Pedriza un hermoso rincón de piedra y fantasía, entre los que hoy cantaban abundantes arroyos de corta vida que compartían su canto con algún esporádico petirrojo.

Y así, poquito a poco empezó a languidecer la tarde, los riscos se pusieron su traje de caramelo, el bosque se cubrió de nieve y misterio, yo me hundí en la penumbra del pinar, se hizo de noche y entonces el caminante vagó en la oscuridad abriéndose trabajosamente paso entre la nieve y los brezos.

Arriba ya, entre la nieve encontré una rocas despejadas. Sopesé la posibilidad de que desde allí se viera amanecer, y como pensé que sí, descargué y antes de que me enfriara decidí hacer una sesión de fotos.

Tan sólo uno bajo cero a medianoche, pero ello no evita el relente. Mi saco ya está completamente mojado por fuera. Sobre mi cabeza, la Osa Mayor. ¿El panorama? El familiar de tantas veces, abajo la colmena ambarina con la que los sapiens han sembrado el llano madrileño y arriba ese firmamento que cada noche nos habla de nuestra extrema pequeñez.

Hora de dormir. Buenas noches.

 





 

 

 

 

 


Con los amigos del Navi. Noche en Cabeza Arcón

 



Cabeza Arcón, 6 de marzo de 2024 

A ver si mi querida esposa  termina  de acomodarse en el saco y ponemos un poco de calma en la tienda, tienda para uno y medio en donde la estrechez del espacio del lugar impone un cierto orden, ahora tú, luego yo. Pero, mira por donde ahora sale a fumarse el cigarrillo de después de la cena, lo que me da tregua para empezar a escribir y ponerme en contacto con mi diario y parlotear un rato con él.

¿Que por dónde pilla eso de Cabeza Arcón?, pues al sur de Bustarviejo y al norte de Guadalix de la Sierra, dos picos que sobresalen sobre el llano, más al sur, el Cerro del Pendón y Cabeza Arcón en el norte, dos montañas apenas visitadas que bien merecen una caminata, una caminata para descansar de las memeces de los administradores del llamado Parque Nacional del Guadarrama. No quería, pero es que cada vez que me acuerdo de esta gentecilla se me llevan los demonios. Los que leísteis mi último paso por Pedriza estaréis al tanto. Pues bien, después de aquello y de ponerles de vuelta y media, un amigo me envió un documento del Parque en el que se daban cuenta de la presencia de la procesionaria en un parte importante de la Pedriza. ¿Podréis creer que en todo el documento estos inútiles en ningún momento proponían una solución?Informaban, nada más, ni una sola medida ni intención de que fueran a tomarla; trampas ninguna, nada. Son los responsables del parque pero ni la imaginación ni la voluntad parece llegarles más allá del ombligo, incluidos esos ecologistas de chichinabo metidos a prohibidores, que lo único que parece que saben hacer es fabricar prohibiciones. Entre ineptos y vándalos anda el negocio de la administración del llamado Parque Nacional.

Hoy comenzamos el día con un paseo hasta la cascada del Hervidero desde San Agustín de Guadalix con los amigos del Navi, el siempre cariñoso reencuentro con esta pandilla incombustible que llueva o nieve dedican todos los miércoles del año a caminar por la sierra y a celebrar una amistad de que se prolonga más allá de medio siglo ya. Hoy le contaba yo a Solís, Eduardo y Martín cómo llegué yo hace sesenta años al Grupo Deportivo Navacerrada, abreviado, el Navi. Era mi primera salida a Pirineos. Habíamos descubierto la sierra Emiliano de Diego y yo unos meses antes y la fiebre de aquel descubrimiento fue tal que unos meses después, a mediados de junio, con los conocimientos que adquirimos en un par de libros sobre cartografía, orientación y los rudimentos elementales de manejarse en la montaña y un poco de material imprescindible, allá que nos plantamos en un valle de Ordesa totalmente solitario. Corría el año 66. Como abobaos mirábamos aquel reino encantado, el Tozal de Mayo, aquellos grandes murallones, las imponentes cascadas. Una belleza inconcebible en la que nos adentrábamos como en un maravilloso sueño. Subimos hasta el refugio de Goriz, entonces un chamizo solitario perdido en la montaña . En nuestros mapas del ejército del año la pera habíamos trazado un itinerario que pasaba por el collado de Marboré, bajaba a Tucarroya y descendía por el balcón de Pineta hasta Bielsa. Todo sin tener ni idea de nada. Bueno sí, por los libros, cómo se usaba un piolet, qué hacer si te pillaba una tormenta, para qué servían los crampones, poco más. Por allí andábamos con nuestros interrogantes cuando por la puerta del refugio aparecieron tres expertos montañeros; esa era la impresión ante nuestros ojos de neófitos. Eran Julito, Solís y Carlos Piñón. A partir de aquella tarde se convirtieron en nuestros ángeles de la guarda. Traían cuerda, nos enseñaron a atarnos y a manejarla, nos ayudaron a descender las pendientes de nieve, para nosotros terriblemente empinadas que bajaban a Tucarroya, y ya a salvo en el valle glaciar, nos indicaron el camino de descenso del Balcón de Pineta. Ellos siguieron su camino no sin antes recomendarnos que nos pasáramos a la vuelta por los locales del Navi. Abandonados a nuestra suerte tras despedirnos de nuestros ángeles de la guarda, quedamos frente a lo que era para nosotros el mayor espectáculo del mundo. Una montaña se elevaba ante nosotros imponente, la Munia; bajo nuestros pies un despeñadero que nos asustaba y que sólo se remansaba mil metros de desnivel más abajo en el valle de Pineta. Después de aquello ya puedes visitar las más altas montañas del mundo, los paisajes más extraordinarios, será inútil, nunca nada se comparará en nuestro recuerdo a aquella primera visión de la alta montaña desde los labios del Balcón de Pineta; unas montañas entonces sobrecargadas de nieve y accidentadas que nos hacían sentirnos infinitamente pequeños. Llegamos a Bielsa como dos náufragos salidos de un naufragio en alta mar, pero felices como unas castañuelas.


De muchos momentos así hablábamos hoy camino de la cascada. Aquellos primeros sacos, incluso aquellas primeras cuerdas de cáñamo de las que comentaba Eduardo, aquellos primero todo que fueron los iniciales contactos con la montaña a mediados de los años sesenta. No es que siempre alimentemos nuestras conversaciones con batallitas y daguerrotipos, pero sí da gusto encontrar lugares y circunstancias comunes que todos vinimos en aquella época.

 El Navi hoy es un centenar de amigos de aquellos tiempos que, aglutinados por Martín que tiró de todos los hilos posibles y llamó a todas las puertas para seguir los rastros de antiguos socios, hoy, unidos por nuestro cariño por la montaña y por la amistad de décadas, seguimos haciendo honor a una pasión que nos llevaremos hasta el mismísimo final.

Nosotros no somos muy asiduos, así que cuando volvemos a reencontrarnos siempre hay novedades, asuntos de salud, nuevas experiencias, algunos que marcharon a caminar a Madeira, otros que volvieron de esquiar de Pirineos o Alpes, algunos que tuvieron nuevos nietos; incluso, dado que todos somos septuagenarios y octogenarios, el recuerdo de aquellos que nos dejaron, como fue el caso hace unas semanas de Julio Armesto al que todos echamos de menos.


Nos tuvimos que despedir con cierto apresuramiento porque queríamos dormir en Cabeza Arcón, así que después de qbien comidos y bebidos y concluida la tertulia nos despedimos hasta la siguiente.

El camino que sube desde Bustarviejo a Cabeza Arcón es un cómodo sendero. Cuatrocientos metros de desnivel de agradable caminar desde donde se puede observar el familiar paisaje de La Cabrera, al este, siguiendo el collado Medio Celemín, el Regajo, también llamado Peña Negra, el Mondalindo, Peña de la Braña, Canencia y ya más allá la Najarra, Cuerda Larga y naturalmente la Pedriza. Un buen miradero.

Hubiéramos preferido dormir a la intemperie pero hay pronóstico de lluvias hacia el amanecer, así que…

 

 


 

 

 


Un día de viento en Pedriza

 



Los Llanillos, 29 de febrero de 1984

Lloviznó cinco minutos nada más salir, más arriba granizó otros cinco minutos; después Pedriza quedó toda en manos del viento. Es un día de esos típicos en que lo mejor que uno puede hacer es quedarse en casa junto al brasero con las piernas bajo las faldas de la mesa camilla. Eso cuando uno está aquí ya y la cosa no tiene más remedio; y ello pese a que algunos, incluido yo mismo, que defienden que a la montaña se va llueva, nieve o caigan chuzos de punta, pura retórica de lo que se dice cuando uno ha tenido que apencar con un tiempo inesperado. De todos modos días atrás había leído un artículo de un alpinista que elogiaba el viento, un raro misticismo que cuando lo leí me dije que eso había que probarlo. Hoy era la oportunidad. El viento por muy amigo que quiera ser de los amantes de los caminos, la verdad es que es siempre un incordio. Lo era hoy con su uuuuuhhhh soplando en el bosque como si fuera un fantasma de un castillo medieval. El viento de hoy parecía sobre los árboles el gemido de un alma en pena.

Hoy tenía una colección de posibilidades al salir de casa, la más atractiva era subir a la dormir a Bailanderos por el norte desde las cercanías de Rascafría pasando por el chozo del Pinganillo, pero ya desde la puerta de mi casa toda la zona centro de la sierra era un nubarrón gris impenetrable. La segunda posibilidad era Peña Citores y su refugio, esa magnífica proa de barco que parece echarse a la mar desde el embarcadero de Dos Hermanas y Peñalara, pero era claro que no iba a ver ni pijo y el viento lo mismo me llevaba por los aires, así que opté a última hora por la Pedriza donde, si el viento amainaba, podría subir a dormir al collado de Matasanos, y si no buscar cobijo por los Cuatro Caminos o en los alrededores de la Bota por Prado Pollo. Opté por esto último.

Así que enderecé mi camino hacia collado Cabrón y allí tomé la vereda que se dirige a la cuerda de Las Milaneras a través de los Cuatro Caminos. Lo que me llamaba mi atención en el bosque eran los cientos de orugas de la procesionaria por todas partes. El calor les ha debido de engañar y andaban apelotonados en montones como intentando protegerse del frío. En las ramas de los pinos colgaban por todos los lados como farolillos chinos esos grandes racimos blancos en donde se desarrollan estas orugas. Mi reflexión viendo ese panorama devastador fue dirigir mi mirada hacia esa banda de vándalos que son los responsables del rimbombantemente llamado PN del Guadarrama, que empeñados a tuttiplen en redactar prohibiciones a diestro y siniestro, parece traerles al pairo el que los pinos de la Pedriza estén siendo devorados por la procesionaria. En todo mi recorrido de esta tarde no he visto ni una sola trampa y sí montones de pinos devorados por la plaga. ¿No entra en las funciones de los responsables del llamado PN del Guadarrama velar por la salud de los árboles del parque, de ellos y de esos tarados metidos a ecologistas que jamás parecen haber pisado nuestra sierra? Lo de vándalos ya lo expliqué en varias ocasiones por aquí; no quiero repetirme, sólo recordar que vándalos son aquellos que destruyen abrigos y protecciones de roca que los usos y la costumbre crearon a lo largo de las décadas tanto en la cumbre de Peñalara como en la Pedriza. Tengo que decir que en este caso los forestales no se diferencian mucho de los bomberos de Fahrenheit 451, la novela de Ray Bradbury; en ella los bomberos se dedican a quemar libros, aquí los forestales destruyen abrigos y lugares que la cultura montañera ha levantado.

En una senda que subía hacia Tres Cestitos, en un lugar llamado Los Llanitos había un pradito bastante apropiado para quedarme, pero sopesando el peligro de dormir bajo los pinos, algo peligroso para un día de viento como hoy, decidí seguir más arriba. Encontré un pequeño promontorio no lejos de allí ideal para la tienda. No fue tarea sencilla montarla. Las rachas de viento eran tan fuertes que una y otra vez las ráfagas arrancaban las primeras piquetas. Hube de recurrir a grandes piedras para asegurar los vientos.

Mi tienda de cien y pocos euros más ha resistido tantas tormentas y vientos durante veranos en los Alpes, tantas, que goza de mi total confianza. El ulular del viento no la arredra, se mueve violentamente a los embates de las ráfagas, pero nada más.

Cuando estuve a resguardo preparé la cena, una sopa china y unas lentejas, y tras el chocolate y un vaso de leche me estiré en el saco y decidí prestar atención a mis sensaciones. ¿No son ellas una de la razón de ser de nuestro vivir? La sensación de soledad, el viento, la identificación con los elementos, con el bosque, con este recoleto rincón en el que paso la noche. Esta noche soy un elemento más de la naturaleza con los  musgos, las rocas, el viento, la oscuridad, el granizo.

Me dormí acunado por el sonajero del viento. 

 

Nota: Que los señores del Parque, esos vándalos a los que me referí más arriba, no se alarmen: todo lo escrito en este post es producto de la imaginación, todo excepto que la procesionaria en estos días está destruyendo una parte considerable de los pinos y ellos ni se enteran ni parece que estén haciendo nada para evitarlo. Las dos imágenes de más abajo muestran la línea de actuación de los responsables del Parque: el abandono a sus suerte del medio ambiente, la plaga de la procesionario, y a su vez la destrucción de bienes culturales como el chozo de más abajo que tenía más de medio siglo de existencia.

 

 




Pedriza mon amour

 


Risco el Acebo, Pedriza, 16 de febrero de 2024

Mi inclinación hoy era salir a dormir por alguna altura. Llevo tanto tiempo haciéndolo que casi salir a dormir al monte se ha convertido en sinónimo de hacerlo en alguna cumbre. Hoy el hecho de  haber dormido ya en todas, o en casi todas las del Sistema Central, esa costumbre infantil de hacer colecciones, me va a llevar a buscar otros entornos donde pasar las noches bajo las estrellas. Esto de las colecciones algo me recuerda a Ramón Portilla, gran aficionado a hacer colecciones de todo tipo, las montañas más bellas del mundo, las más altas, los techos de España. Para mí que esto lo que nos dice es lo mucho que conservamos todavía de la niñez. Incluso Eduardo Martínez de Pisón el otro día comentándole en Instagram el cariño con el que yo recordaba mi año de niñez de cuando leía a Emilio Salgari, contestaba al mío, con sus ochenta y seis u ochenta y siete años, diciendo que “algunos no hemos salido todavía de ella”. Felicidad, sí, esa de seguir siendo un niño. Juanjo San Sebastián en uno de sus libros le tomaba el pelo a Ramón con eso de su adicción a las colecciones, pero se entiende que bromas entre “hermanos” lo que hacen es confirmar la bondad de esa faceta infantil que nos acompaña en nuestra vida de adultos.

En todo caso creo que debo dar por concluida esa colección. Quizás ahora toque hacer un recorrido semanal por todos los vivacs más guapos de hace tiempo, conociendo mi afición a los vivacs me regaló un documento donde aparecían las coordenadas de todos los abrigos pedriceros. Son montón, así que quién sabe. No sólo eso, sino que tiene una enormidad de jardines y lugares idílicos para pasar la noche y, puestos, ya se sabe que de lo que se trata es de encontrar un lugar bonito donde pasar la noche bajo las estrellas.

Pedriza, mon amour. Y para quién no, esta Pedriza que nos vio nacer en los alrededores del Tolmo y el Pájaro, esta Pedriza en la que crecimos escalando y en la que nos hicimos amantes incondicionales de la vida a través de la yemas de los dedos y el calor del granito, esta Pedriza en la que aprendimos a ver las estrellas y en la que descubrimos el valor de la amistad, el peligro, el riesgo, la felicidad del vacío, donde descubrimos lo fuertes que podíamos ser. Esta Pedriza de las jaras en flor y los perfumados narcisos de primavera; la plena de belleza cuando la niebla se enrisca entre sus fantásticos monolitos, asomando entre sus guedejas como personajes de un reino imaginario. Dicen que el único amor que siempre se mantiene candente es aquel que está separado por una distancia. Me sucede a mí hoy; después de tanto tiempo sin pasar una noche en ella siento rejuvenecer mi sintonía con este espacio que vio nacer mi amor por la montaña y por la naturaleza.

Hoy subía a de uno de esos lugares privilegiados donde es obligado pasar la noche, uno cerca de Los Fantasmas del que me había hablado Santiago Pino. Así que para allá me fui después de dejar el coche en el aparcamiento de Canto Cochino. A mitad de camino se me ocurrió que también podía vivaquear en otro de esos lugares tan especiales de , del Yelmo. ¡Qué lugar tan particular este precioso rincón! El sol comenzaba a caer sobre el horizonte, así que subí a una de las prominencias. El Yelmo y sus alrededores ya se estaban empezando a bañar en el color ámbar del fin de la tarde. Tomé unas cuantas fotografías y salí pitando hacia los prados altos del Yelmo. No, me había entretenido tanto en los alrededores de que se me hizo tarde. Me conformé con montar mi vivac en las cercanías del risco del Acebo, una balconada orientada hacia donde sale el sol por la mañana.

La luna tiene un halo rojo un tanto y sospechoso y las estrellas brillan entre nubes que parecen un rebaño de borreguitos. Una respetable capa de escarcha cubre ya el saco de dormir.


Nota. Me comentó el amigo Santiago que está segunda parte de mi post no le gustaba, besos, feminismo y esas cosas, un asunto en el que vengo cayendo estos días, así que me lo cargo. Se acabó. Gracias, Santiago por la observación. Algo más. Todo esta escritura es producto de la imaginación, también las fotografías nocturnas. El que quiera entender que entienda.





Querido Julio, mi despedida desde la noche de La Camorca

 

Original de Ángel Pablo Corral. Gracias, Ángel


Cima de La Camorca, 31 de enero de 2824

Querido Julio,

Al vivac me llega el suave olor de la estufa de leña. Victoria y dos chicos segovianos se quedaron allá charlando. Yo preferí refugiarme unos metros más allá en el saco de dormir para escribirte estas líneas. Es agradable ese perfume que desprende el fuego, ¿sabes?  Por encima el consabido paisaje de las noches de invierno sobre las montañas que tan bien conoces, Orión, Casiopea, Sirio… Quién podría decir que no son ya después tantos años parte íntima de nuestros momentos más preciados, ¿verdad, Julio, Julio Armesto? ¿Verdad Julio que sí? Tú nos has dejado, te llevaste en tu corazón tantas y tantas noches de estrellas, cielos infinitos sobre los vivacs del Pirineo, siempre surgiendo sobre las montañas, enormes, bellas, infinitas, acompañando al final de una larga jornada de escalada, de caminar por las cumbres, a ese dulce cansancio que dentro ya del saco de dormir era como una caricia. Estrellas, cansancio, el gozo de contemplar el firmamento al final de todas las fatigas.

¿Sabes? Me dejó algo jodido esta mañana la noticia. Fue un breve guasap de un amigo, unas escuetas y sentidas palabras: “Buen día, Alberto. Siento darte esta amarga noticia: Ha fallecido Julio Armesto… D.E.P. 🙏”. Sentí por dentro un pequeño estremecimiento. Y mira que me había relacionado contigo bien poco, algunas breves conversaciones en las salidas con los amigos del Navi, el último día que nos vimos en Guisando en aquel encuentro de escaladores donde celebrábamos nuestra mutua pasión, y sin embargo cómo no tenerte tan cerca, cómo no recordar esa vitalidad con la que nos regalabas hablando de tu cáncer como si fuera un mero quinto grado que en un plis plas ibas a superar para de inmediato seguir adelante en esa escalada que es la vida largo tras largo.  Ayer, como todas las últimas noches, leía a Sylvain Tesson, Blanco… “Lo había visto todo. Lo puro, lo impuro, la muerte y las panteras con piel de hombre. Y estaba ya maduro para callar y morir”. ¿Serían una premonición aquellas palabras?

Querido Julio, mira que es cosa rara esa de morirse. No para ti que ya te marchaste por los senderos de la nada; rara para los que nos quedamos todavía unos días más; rara porque es muy difícil comprender que tú, que me contaba esta mañana José Luis Ibarzábal, que le decías el pasado sábado lo ilusionado que estabas esperando el nacimiento de tu nieto, que dentro unos días vayas a tener un nieto y se encuentre sin abuelo; raro que el entusiasmo con el que te recuerdo en Guisando ya no exista… raro ser un hombre y una hermosa historia y de repente ser nada, no ser.

Surcaste la sustancia de la vida, tus manos treparon por hermosas paredes de granito, hiciste de la existencia un hermoso relato personal. Ignoro cómo fueron tus últimos minutos, pero pienso que si te cupo la plena conciencia en el momento de tu propia despedida, satisfacción no te debió de faltar. Yo, que ya tengo bastantes años también, pienso con frecuencia en esto de la muerte y creo que no debería ser demasiado triste morirse, algo sí por las cosas hermosas que dejarás atrás, por la familia y los amigos, por los proyectos inconclusos, pero también, siendo como es ley de vida, la satisfacción por haber vivido una existencia de plenitud tiene que ser un buen contrapeso a esa tristeza. Al fin y al cabo, si la vida la consideramos como un cuadro que vamos pintando a lo largo de nuestra existencia, también contemplarlo desde ese punto final tiene que ser algo entrañable. Adiós a todos. Gracias por vuestro amor, gracias por vuestra amistad, gracias de todo corazón. Adiós, adiós, adiós…

Apago por un momento el teléfono. Me alzo un poco. La cola de la Osa Mayor desciende en la oscuridad hacia la cumbre de Peñalara. ¿Cuántas veces pisaste esa cumbre, ¿eh, Julio? Enfrente Siete Picos, un poco más a la derecha Montón de Trigo y el collado de Tirobarra y la Pinareja. ¿Te acuerdas, verdad? Más de medio siglo recorriendo estas cumbres, siendo, como diría Tesson, pasajeros de la sustancia.

Ínfimos, infinitamente pequeños en este universo que habitamos, pero sin embargo, cuánta pasión, cuánta amistad, cuánta vitalidad engendró esa vida que acabas de abandonar…

Adiós, hasta siempre, amigo, adiós…













 

 

Vivac en Cerro del Pendón

 


Cerro del Pendón, 25 de enero de 2024

Las cuatro de la mañana. La luna, llena esta noche, ha recorrido ya un cuarto de su viaje por el cielo. Quise recuperar un sueño en donde no ocurría nada extraordinario, pero fue inútil. Llevaba durmiendo siete horas, así que consideré la posibilidad de hacer los habituales deberes. Lo deberes esta noche eran hacer perdurar un presente que se me estaba yendo de las manos debido al cansancio. Me había llevado cuatro horas y media subir desde Guadalix y estaba en exceso cansado para hacer otra cosa que dejarme llevar por lo que el cuerpo deseara, que fue quedarme dormido de inmediato mientras miraba la luna a través del hueco del saco de dormir. Demasiado tiempo sin pisar el monte. Seiscientos metros de desnivel, aunque un largo camino entre encinas y robles y prados, no justificaba mi cansancio, pero estaba cantado que casi cuatro meses de inactividad me pasaban factura. “Así la quisiéramos la montaña cuando la pereza nos puede reanudando el suplicio de Sísifo. Consolaría mi pena buscando la extenuación en los caminos blancos. (Tesson, Blanco).

Leo a Sylvain Tesson desde hace más de una semana, a poquitos, saboreándolo, como el buen vino. Tesson atraviesa los Alpes en invierno con un par de amigos. Tesson se alimenta de sustancias, describe escasamente; trata de hacer de su paso por la montanas, del frío y del peligro de las avalanchas, la sucinta expresión de sentimientos que buscan, pasados a través del alambique de un lenguaje hecho con el oficio del orfebre, la expresión de la pura verdad del vivir. Literatura para paladares exigentes, recorrido interior de quien atraviesa montañas con la idea de nutrir su alma, de hacer de cada jornada entre un refugio y otro un tránsito por la acerada belleza que surge del blanco y del intenso frío de la madrugada, el siseo de los esquís, la inquietud, el alba apuntando por oriente dorando de ámbar las montañas, el canto de sirenas que viene de más allá del deseo de alcanzar cada día al otro lado del esfuerzo y la incertidumbre el descanso, el fuego acogedor que les espera al final de cada jornada. Trabajo de Sísifo al que es difícil encontrarle un sentido pero donde el alma la escondida razón de la existencia.

Subir, bajar, subir, bajar, salir de las cercanías del agua de un mar para llegar a otro mar. En eso consiste el libro de Tesson.

Y después nada, después volver a casa… y recordar, que en eso va a consistir también una parte importante de la vida cuando los años vayan siendo muchos. Después, cuando los largos días de un tiempo lejano induzcan a la ensoñación frente al sol del atardecer. Cosas para el gusto de unos pocos.

Mandaba días atrás a Toti una viñeta de El Roto, “Deberían poner las cumbres a ras del suelo para democratizar su acceso”. Esta era su respuesta:

 

Ya se sabe que las ideas “democráticas” pueden derivar en el absurdo, que a la democracia el alma le importa un bledo y la montaña, entre otras cosas, como brazo de palanca con la que despabilar la pereza, es un buen antídoto contra esas ideas democráticas que ponen el mundo a los pies de cualquier ciudadano con money. Democratizar la montaña. Que el Señor nos coja confesaos. ¡Socorro, que vienen las masas!

Las masas le quitan la chicha y la sustancia a todo lo que pisan, por eso Tesson se va a vivir un invierno al lago Baikal, donde sabe que los treinta, cuarenta grados bajo cero van a ser una barrera infranqueable a la democracia, o se va al Himalaya detrás del leopardo de las nieves. La democracia sirve, aunque de muy mala manera, para hacer política, pero muy poco más.

A la cima del Cerro del Pendón me costó llegar. Peor que los piornos allá por Gredos cuando en cierto momento perdí el sendero. De noche y con los arbustos resecos de estepa negra por medio, no fue fácil llegar al punto más alto. Es largo el camino que llega hasta la cumbre, una cima secundaria que se alza al sur de la cordal prolongación de Cuerda Larga, que nace en el puerto de Moncuera, se alza hasta la cima de la Genciana, continúa por el puerto de Canencia, el Mondalindo y se desvanece en Peña Negra. Frente a mi vivac se adivina, como un  imprevisto resurgir de crispación granítica, la sierra de la Cabrera.

Noche de una calma desacostumbrada, noche primaveral, noche de luna llena. ¿Se disolverá en los años por venir el invierno como un azucarillo en un vaso de agua? ¿Se convertirán los veranos en un infierno de sol y arena?

Cerca de las seis de la mañana. Voy a ver si intento dormir un poco. Por aquí amanecerá a las ocho y media, así que todavía tengo algo más de un par de horas. Siempre merece la pena poner el despertador por ver si el amanecer se presta.