Arriba el Santuario de Sant’Ana de Vinadio, 44,24493001°N, no 07,10139692°E, 26 de junio de 2025
Me he pasado media tarde cosiendo, cosiendo a mano porque habría sido demasié traerme la máquina de coser a cuestas, y que sin embargo hoy me habría venido de perlas. Así que coge hilo, la aguja, una que cada vez que pretendo enhebrarla tardo diez minutos, cosa a cosa y dale. La primera parte ya la cumplí en Sant'Ana di Vinadio, un rato que estuve después de comer dando un primer hilvanado porque el destrozo era de órdago. Por aquí he pasado un par de veces y aunque el restaurante es un poco pijo, un lugar donde llegan los turistas ociosos de los Baños de Vinadio, turismo de dinero, la verdad es que se come bien y la gente es muy atenta.
Hoy nada más despertarme lo primero que hice fue dar una batida por los alrededores a la búsqueda de algo que había echado de menos. Poca cosa. Eran las siete y media cuando comencé a caminar. Cabritos, me iba diciendo mientras arremetía con las primeras cuestas. Un ejercicio más de tolerancia a la frustración. Ya se sabe, cuando las cosas no salen como uno quiere. Día soleado agradable de andar, un valle recoleto en donde los rododendros eran la joya de la mañana. Es una buena época para disfrutar de ellos porque con el calor enseguida se mustian. El riachuelo que me había servido de sonajero por la noche nacía en un pequeño lago que a su vez recibía sus aguas de otro superior. Las praderías apenas me duraron media hora, después los pedregales convertían el valle en un desierto de piedra.
Intenté leer por un rato, quería volver a encontrarme con un libro que había leído de joven, Aurora Roja, la novela de Pio Baroja, pero no tenía el ánimo para lecturas. Tenía un asunto en la cabeza que no sabía como resolver y me despistaba. Cercano ya al paso de Orgials empezó a soplar un sospechoso aire frío. Cuando me asomé a la otra vertiente el panorama había cambiado totalmente, negras nubes dispersas ocupaban el cielo. La temperatura dio un bajón y al poco rato ya me estaba poniendo el equipo de agua.
También el paisaje había cambiado, ahora las montañas eran menos agrestes y tras un descenso no muy largo durante el cual paró de llover, me tocó caminar un par de kilómetros por asfaltado hasta la frontera francesa. Del recorrido que llevo haciendo tengo que decir que es repetición y que hasta hoy no he sido capaz de recordar absolutamente nada, como si no hubiera pasado por aquí nunca. Sólo despertó mi memoria cuando llegué al Puerto, que recordé únicamente por un detalle, allí estaba un kiosko donde en dos ocasiones anteriores había tomado un refrigerio.
Desde allí es caminar por una especie de Cuerda Larga para en su final bajar no a Miraflores de la Sierra sino a Sant’Ana de Vinadio. Llegando a la Najarra encendí el teléfono y en efecto había cobertura. Un guasap de Santiago Pino me decía que si me había comido la lengua el gato, que desde el 18 de junio no había escrito nada. Mi desaparición de Facebook debe de tener la culpa. Imagino que algún amigo más habría accedido al blog estos días si hubiera puesto el vínculo allí, pero… creo que ya he asumido suficientemente que no, que casi con toda seguridad no vuelvo a las redes sociales. Había otro guasap de Ángel Luís Santamaría recordándonos que este año la Galayada será la primera semana de septiembre. No sé si habré terminando mi travesía por entonces pero si es así y encuentro un compañero de cordada seguro que voy. De la anterior convocatoria salí encantado.
Tanto que decir que en realidad durante parte del camino vine especulando sobre cómo me las apañaría las noches siguientes con mi sufrida tienda. Como había cobertura llamé a Victoria, me coloqué el teléfono en el bolsillo de arriba del chaleco y me dispuse hacer el trozo de bajada que me quedaba hablando con ella. Cuando me tocó el turno después de ponerme al tanto de los asuntos familiares le conté la ajetreada noche que había pasado. Me había dormido bastante temprano y la primera vez que me desperté eché mano de la manguerita de la bolsa de agua que siempre tengo cerca. ¡Había desaparecido! Nada nuevo, no hace mucho en Guadarrama algún zorro me la robó. Entonces la encontré intacta a la mañana cincuenta metros más abajo. Hoy cuando encendí la linterna vi que estaba a un par de metros de la tienda. La metí dentro y me despreocupé. Debía de haber unos dos litros y medio en ella. Por la mañana descubriría que le habían hincado el diente y todo el agua bañaba una parte importante de mis cosas. No recuerdo cómo se llama la fase esa primera del sueño. Ese rato en que duermes profundamente. Viajando hace muchos años con Emiliano de Diego en moto, llegamos a Estambul, de vuelta en esa misma fase del sueño nos birlaron a los dos todo lo que teníamos mientras dormíamos en una plaza de Roma. Hoy estaba muy dormido pero no lo suficiente para no despertarme repentinamente con el ruido brusco de un desgarramiento de telas. Me incorporé asustado, pensando en qué se yo, un trueno. Y al volverme hacia el lado opuesto a la puerta me encontré con un enorme hueco de casi un metro, la tienda estaba totalmente rasgada, podía salir yo por el hueco sin problemas. La bolsa de la comida había desaparecido… Salí fuera con la linterna. Zorro cabrón, pensé. Nada, ni rastro. He vivido muchas experiencias con zorros al cabo de los años. En Alpes me birlaron dentro de la tienda también la comida de tres días, tuve que desviarme y bajar a un pueblo a por provisiones. Pero, coño, esto. En Marichiva un invierno me rompieron un par de tiros y se llevaron también la comida, pero joder… este destrozo.
La verdad es que tampoco me alteré mucho porque momentos después estaba de nuevo profundamente dormido. Dormido hasta que sentí algo parecido a cuando Mico, nuestro gato, se sube a mi cama y camina por los pies. Hosti, me incorporo un poco, veo fugazmente en la oscuridad un animal que me parece como un gato algo grande, le pego una patada, lanzo un grito y lo que sea sale pitando por el desgarrón. Dos veces más lo sentí rozando la tienda. Por la mañana descubriría que había mordido y desgarrado parte del mosquitero de la puerta.
Y sí, mientras le voy contando esta aventura a Victoria por teléfono, la tía que se tronchaba de risa, que no me dejaba seguir. Ella, que tenía la voz cansada de trabajar en casa y trajinar con mi nieto Manuel, de golpe se lo estaba pasando pipa… ¡no te jode!.
Y fijo que me ha llevado un montón de tiempo solucionar el desaguisado, pero que ya está la tienda otra vez disponible. Estuve indagando por los animales que corretean por la zona y casi con toda seguridad se trataba de una marta (martes foina), también conocida como garduña.
La mayor parte de mi trabajo de costura la hice en un lugar idílico, un pequeño lago cubierto de flores, un buen rato arriba el santuario de Sant’Ana. Espero que la mosca tras la oreja abandone pronto el lugar, ahora eso sí, la comida cerrada a cal y canto y dentro del macuto, aunque parece que la curiosidad de las martas van más allá de la búsqueda de comida. En fin, ya veremos.
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