Día 8. Vagabundo

 


44,21673193°N, 07,17465162°E, 25 de Junio de 2025 

El piu piu de las marmotas cercanas, el glu glu del arroyo a mi lado, las nubes correteando por aquí y allá indecisas sobre hacer caso al pronóstico del tiempo y terminar juntándose para traer un poco de lluvia a la tarde o acaso simplemente seguir jugando con las montañas y las aristas de roca. A lo lejos frente a mí, lejos como a jornadas de marcha, el collado de donde vengo y los neveros. Parece mentira que se pueda caminar tanto. Ahora la niebla empieza a ocupar el valle, corre una pequeña brisa y aquí despanzurrado al sol que viene y va contemplo la tarde atento con la tienda preparada por si tengo que salir pitando a ponerla.

Quizás sea el primer día que a esta hora disfruto una soledad desacostumbrada. Cuando esta mañana Tatiana dijo que iba a hacer un par de etapas hacía el norte, hasta el santuario de Santa Ana de Vanadio, pensé que nueve o dos horas de marcha eran una locura. Hasta ayer no tenía prisa, había partido como yo del mar y cada día decidía hacia donde seguir. No llevaba un rumbo determinado pero después de nuestra larga charla aquello de ir de mar a mar que era mi proyecto debió de abrirle un apetito repentino de hacer algo parecido, más no teniendo tanto tiempo como yo para llegar a las aguas del Adriático le debieron de entrar unas repentinas prisas. A mí me sucede lo contrario. Después del último refugio estaba indeciso por el pronóstico de lluvia, pero estando medianamente despejado me decidí por una subida de trescientos o cuatrocientos metros de desnivel que me dejaría junto a un pequeño lago, un buen balcón para pasar el resto de la jornada. Es el primer dia que a las cuatro de la tarde estoy mano sobre mano en puro y tranquilo hacer nada. El glu glu del agua atempera mi ánimo y le deja suave y receptivo a lo que me rodea, algunos cantos de pájaros y sobre todo esa agradable sensación que sigue al cansancio.

He atravesado un bosque de alerces. Junto a uno de ellos, enorme, un cartel contaba su historia. Se le calculaba una edad de 200 años. Me acordé de ese tojo que hay subiendo por el carril que lleva a Galayos. Siempre me paro junto a él cuando subo a Galayos. Le recuerdo siempre igual, la sensación de que en sesenta años no hizo nada por crecer. Y siempre me pregunto por lo viejo que puede ser. Hace unas semanas Noelia, la chica de Capri, me mandó una foto del lugar recordándome una conversación que tuvimos junto a él hace meses. Ayer bajando me acordé de ti….y lo que te gusta este arbolillo, decia su mensaje. 

Capri y el arbolillo

Los árboles son un recuerdo de parte de mis correrías, cementerios de ellos tras las avalanchas invernales en diferentes partes de Alpes, la vida y la muerte de muchos bosques en el recorrido de la isla de Córcega y esos ejemplares magníficos que se enfrentan en las alturas a los vientos huracanados y que estos moldean como pelambreras al viento en dirección a los aires dominantes de la región, de esos ejemplares magníficos de pinos en los alrededores de Majalasna y Siete Picos, los extraordinarios ejemplares desmelenados de sabinas en la isla de El Hierro. 

Una pausa. Me estoy asando al sol, voy a ver si organizo un tenderete con la tienda. 

Ya está. 

A medio metro del agua planté mi tienda. Buen sonajero para mi sueño de esta noche. Debería aprovechar y darme un baño, pero creo que eso crearía precedentes en un guarro como yo cuando estoy en camino. Quizás un día de estos que pille una ducha. En casa, verano e invierno me ducho con agua fría a diario pero aquí resisto la tradición de los puros vagabundos. Sería imposible decir que soy un vagabundo si me duchara a diario. Cosa de llevar la corriente a todos esos que terminada su jornada se duchan y se afeitan, se ponen guapos o guapas y después pasan la tarde jugando a las cartas. Si a uno le gusta ser vagabundo hay que serlo con todas las consecuencias. Tampoco es tan malo oler un poco a tigre ;-). 

Alguna vez he contado, e incluso en este blog, cómo durmiendo en algún lugar de la orilla del Mediterráneo, hacía toda la costa a pie, fui benefactor de alguna limosna cuando a la noche dormía en algún espigón o playa. Una experiencia verdaderamente interesante, especialmente cuando en una ocasión, aclarando que no era un mendigo, mi benefactor me contó que tenía tres hijos treintañeros en casa sin trabajo y que tenía que estirar la pensión haciendo equilibrios económicos. Y sin embargo allí estaba intentando ayudarme. 


Ya me mosqueé anoche pensando que Tatiana me propusiera caminar algunos días juntos. Date, me decía cuando eso significa colada y ducha diaria… ¡horror! Nada, vida como antiguos trotamundos, y aquí paz y después gloria. Recordaba una conversación reciente con dos amigas que iban a hacer una ruta de una o dos semanas caminando. En cierto momento la conversación se dirigió al número de bragas necesarias que tendrían que llevar. Había opciones como llevarlas desechables. No me valía el asunto porque en ese caso yo habría necesitado al menos 90 calzoncillos. Otra opción era llevar dos o tres y lavarlas todos los días. Tampoco me servía, no todos los días me iba apetecer hacer la colada. El término mío a tales propuestas era más sencillo. Dos mallas para todo el verano, propuse. La que me quito la pongo en el tendedero de mi macuto y al final del día el sol la ha dejado como nuevas. Y es que hay asuntos simples que, aparentemente sencillos, son una coña. Tres meses después de extirparme la próstata todavía tenía que llevar pañales. Ya pensaba yo por entonces que de seguir la cosa así tendría que alquilarme un burro para llevar suficientes pañales de repuesto. 

Bueno, y dicho lo dicho el caso es que repantigado a la sombra de la tienda pues que me ha venido un cierto tufillo, y mejor me desdigo, busco el jabón y me lavo un poco que tampoco hay que llevar eso de hacer de vagabundo hasta las últimas consecuencias. Así que pausa… Al río voy, no vaya ya ser que me encuentre con Tatiana y tenga que utilizar mi pinza de la colada para su nariz. 

Bueno y ya estoy bien limpio y oliendo a jabón. Espero que después de ésta no me expulsen del club de los vagabundos. 


Hay tardes en que me resulta difícil reconstruir el recorrido de la jornada, y no te digo si se trata de los días anteriores. Aunque me levanté a las siete, cuando llegué al refugio Martin y Tatiana ya habían desayunado. Tatiana tenía una larga jornada por delante y apenas se entretuvo. Quizás volviéramos a vernos en días posteriores. Martin se tomaba el día de descanso y el día posterior volvía a casa, a Alemania. La jornada de hoy era especialmente atractiva, muchos lagos en el recorrido, un alto paso y un descenso por laderas norte sembradas de neveros que atravesar. Bajé un rato leyendo Robert Hughe, El tránsito del arte decimonónico al cubismo, pero lo dejé. No tenía sentido la lectura sin tener a la vista los cuadros que se mencionaban. El paisaje me recordaba algunos parajes del Pirineo más salvaje. Novecientos metros de descenso me dejaron bastante cansado. Después de comer en el refugio de Malinvern dudé un rato sobre qué hacer. Las apps del tiempo daban un sesenta por ciento de lluvia, pero estaba tan despejado que preferí subir a dormir en la soledad de un pequeño valle. Aquí paso toda la tarde contemplando el ir y venir de las nubes. En este momento la niebla empieza a engullir todo el valle. Es hora de vestirse y organizar el interior de la tienda. 













No hay comentarios: