Hosanna

Camino de Santiago. Hontanas, 14 de agosto de 2008
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Sus pasos rápidos se alzaban por la senda camino del cielo. Brumosa la mañana, algo fría, aunque no desapacible. Pero no él, deshojando hojas de margaritas, recorriendo cuerpos blancos y ondulados. El cerro, como un castillo se alzaba en la prominencia gris sobre el llano amarillo. El suelo era rugoso, el paso, en ningún momento aminorado sobre la fuerte pendiente, las caderas movidas rítmicamente, uno dos uno dos, incidía en su imaginación como golpes ligeros sobre el yunque. Aglomeración de sensaciones, sutiles en el roce, aliento de la memoria, dulce temblor de alas de paloma. Delante sólo el camino, el promontorio, la cumbre, espectadores todos, o acaso no escenario tan solo, indecente, campo tostado de tigres primaverales ya decapitados. Nada, viento, dulces sensaciones, muslos al aire, la fica en el medio, oscura como el terciopelo, la redondez de una duna, dos confluyendo desde las ondulaciones de las caderas. Mañana fría, difícil. Pero hoy levantó sus alas el ángel y cayó como una flor a besar su prepucio; la lágrima, húmeda de rocío que asomaba brillante frente a la lejana catedral de piedra, frente a las campanas de bronce, solemnes, en silencio en esta hora. Silencio, dulce frescor de campanillas, el coro de la misa, la elevación del cáliz, la fuerza primigenia alzándose sobre los arquitrabes, los algoritmos, los arcos de las arquivoltas: ¡Hosanna! Y Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros y ellas se abrieron de piernas y sus cuerpos fueron habitados entre ahogados sollozo. Niente da fare. Calor de hoguera en fría noche de viento. Fuera el ulular del viento, dentro el calor de unos muslos, el maná de unos pechos dulces, pura hidromiel, tonificante refrigerio, regazo. Más tarde el camino vuelve a inclinarse, ahora en sentido contrario. A lo lejos las ruinas de un castillo, iglesias de piedra color de lechosa miel. La culebra de piedra y tierra del sendero fluye hacia el llano. Viene gente. Atención. Espera. Buen día, buenos días. Y de nuevo la llama tibia, el calor próximo, el pecado. El fuego eterno, dulces besos, mirada acariciadora, la gentil naturaleza frente a la servil represión. ¿No oís el aire rumoreando entre los secos arbustos alzando sus manos hacia el caminante? Tibio juego, amoroso juego, dulzura extrema de mi cuerpo: hosanna. Las suelas de goma, clacclac clacclac, las aves grogró grogró, el llano llano, y el cerro de bellas formas con su pueblo de piedra, con sus casas de piedra, con sus campanas de verde bronce al fondo decorando la misa, la mañana, el camino, la piel, los ojos, la memoria, el cuerpo entero. “Tu entierro será mañana, pero sigues delirando, delirando, deli…”
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Hoy, último día de esta parte del camino, pasé por uno de los paisajes más bellos que nunca haya recorrido: nubes, campos de labranza, rastrojales, las formas alargadas de los álamos, una soledad que hacía sentirse uno en medio de un maravilloso desierto.


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