El carrilano de Benifons

Cursiva

Leo Caminar cada día –tener un volumen propio entre las manos genera siempre una extraña y agradable sensación de dualidad-; la gracia del valor añadido, la escritura como piedra preciosa engarzada en el camino, trenzada a los pensamientos y emociones que recorren al caminante mientras de la mañana a la tarde va atravesando hoy un valle umbrío con un arroyo cantarín al lado, mañana el páramo desierto de Castilla. Recuerdo mis largas caminatas de meses, y encuentro que ésta última de patear España, a diferencia de las otras muchas, tiene la espacialísima gracia de la escritura consigo.
Leo, no sé a qué parte del recorrido pertenece mi lectura, pero leyendo enseguida se abre el ojo de la cerradura de la memoria y veo la encina, la noche aquella, los pensamientos que me recorrían en aquel momento, la emoción que me abrazó durante parte del día. Algo que sería muy difícil de recobrar de otras experiencias parecidas. La ilusión de un proyecto, su puesta en marcha, la densidad que aporta mi vagar por la escritura y la memoria y, además, en esta mañana solitaria en la cabaña, el placer del texto, el valor de la propia estima: existo, no soy un fuego fatuo: todo un descubrimiento, sí, señor.
No faltan ocasiones en que en mis largas tardes de no hacer nada mirando al horizonte, eche de menos aquellos garbancitos que fui dejando por los valles y montañas de los Alpes y los Pirineos durante algunos largos veranos. Con aquello podría haber hecho un río de palabras con las que componer un mosaico, un cuadro, algo que me ayudara a recuperar los hilos de la emoción que aquellas aventuras solitarias me proporcionaban; ese ejercer de pintor y poeta, una pincelada aquí otra allá, unos versos arrancados al cansancio y a la fatiga, otros a la densa sensación de soledad de algunos bosques y quebradas, al esfuerzo continuado día a día durante semanas.
La belleza, engastar de belleza nuestros proyectos, rizar el rizo, hacer poesía de la poesía del camino. El mundo interior poblando los caminos, a la vez que los caminos se hacen música en nosotros, notas colgadas del pentagrama de un día que comienza. En algo así debe consistir eso de hacer de la vida un arte; la multiplicidad de las vibraciones vitales aunadas bajo el hilo conductor de la escritura.
Me siento perderme cuando me alejo de mí mismo. De ahí que tenga que recordarme con frecuencia mi existencia y mis emociones por escrito como vellón dejado en los arbustos del tiempo para que éste no termine haciéndolo desvanecer. Debería ser preceptivo ir haciendo con la vida buñuelos, enlatar las emociones en el cuerpo de unos versos, llevar presto el cazamariposas de las intuiciones fugaces, sacarle partida a este invento de ir contando las cosas del camino.
Se lo cuento esta mañana a mi amigo Ignacio Aldea Cardo, que recientemente hizo un libro con una de sus caminatas, El carrilano de Benifons, y le digo que, leyéndole, siento la emoción compartida de los caminos que siempre hemos amado desde nuestra adolescencia. Le voy a proponer a Ignacio colgar ese libro en algún lado para que pueda servir de gozo de otros caminante lectores. Si acepta aparecerá aquí el vínculo en los próximos días.
Ambos somos amantes de un caminante y navegante notable, Julio Villar. Él introduce su libro con estas palabras de Villar:
Me iré a pasear por donde me lleven el viento y las estrellas. Nada es demasiado grande. Todo lo puedo hacer. Todo lo puedo abordar. Nada es demasiado pequeño. Todo vale la pena de ser hecho. Sólo me he de conformar con ser feliz. (Julio Villar, ¡Eh, Petrel!)
Las aventuras de Julio Villar dando la vuelta al mundo en solitario en su pequeña embarcación, pertenece, creo, tanto para mí como para Ignacio, a la mejor antología de nuestras lecturas de siempre. Si Julio Villar no hubiera escrito aquel libro, muchos nos habríamos visto privados de la emoción de una lectura que nos acompañará siempre, de la misma manera que lo hace nuestra experiencia más significativa. Le paso esta idea a mi amiga Marisa, a ver si se anima a compartir sus relatos. También desde aquí le mando un saludo a Ignacio, a ver si nos regala con alguna que otra caminata, ese otro cuaderno de bitácora que seguramente guarda en algún cajón de su casa.




Nota: El carrilano de Benifons puede ser leído en formato PDF haciendo clic en la imagen superior del libro o en cualquiera de los vínculos. Recordar que la obra está protegida por los derechos de autor.










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