A Coruña, 21/05/2009





Día neblinoso, cerrado, con un viento del norte que hace el caminar un tanto desapacible; la costa está desierta, pequeñas construcciones, casas aisladas por aquí y por allá. Yo camino dentro de mi sonsonete búdico, mi rato de meditación matinal. Atravieso una pequeña playa y tras ella avisto un edificio sobre cuya fachada un cartel anuncia un bar. Paso de largo, cuando no hay ni Dios en esta parte del mundo es inimaginable encontrar un bar abierto, pero date, vuelvo la cabeza y me sorprende ver luces en el interior. Está abierto. Dentro el barman y un cliente enfrascado en el periódico; me sale un buenos días campechano y sonoro propio de quien entra en un acogedor refugio: silencio, nadie contesta. El parroquiano ni se inmuta, sigue enfrascado en su periódico; quizás sea sordo; el barman me mira con ojos de idiota. Éste no es sordo, atiende a mi pedido indiferente. Barañán se llama el lugar.

Más tarde, caminando junto al mar, escucho al disgustado Machado que no se corta un pelo con los destripaterrones y ganapanes de Castilla; son la misma especie que habita en tantos lugares de España, desabridos y hoscos como el cierzo o como este viento que barre hoy la costa. Al fin le llega el turno a esa pista solitaria que bordea la costa lejos del asfalto. Es el momento de los versos, pero tras rodear una radea el viento arrecia y los versos de Machado se llenan de aire y viento y las palabras se me pierden con la ventolera, aunque el sentido permanece, versos concocidos por otra parte, envuelto y casi sofocado no importa, la fuerza de la evocación está presente; la mujer manchega, los olivares de junto a Baeza le vienen bien esta fanfarria que llega del mar. Recordaré estos versos así de la misma manera que Las tierras de Alvaragonzález quedarán grabadas en mí desde un lejano viaje por tierras de Urbión. Muchas de mis lecturas hace tiempo que quedaron vinculadas a algún recorrido de caminante, el Tajo, la primavera verde de Guadalajara, los Arribes, Valencia, todas ellas tienen su libro, de la misma manera que Pessoa tuvo momento mientras andaba perdido por tierras lusitanas el pasado verano. Hoy Machado es la costa gallega camino de A Coruña; el mar bravo y crecido a mi izquierda y el viento que me obliga a torcer la cabeza protegiendo los versos del viento.
Hacia el medio día el camino se hace complicado, sortear el complejo de una enorme central térmica, después grandes canteras, más tarde un rosario de industrias. A diez quilómetros de A Coruña decido coger el autobús, estos caminos no son para mí. Será agradable terminar el día retozando en un hotel y paseando largamente por la ciudad vieja después de la caída del sol.


No hay comentarios: