Costa Ártabra, A Gebeira, 27/05/2009



Dos hombres y un destino, anoche, con Robert Redford y Paul Newman. Nada más ver aparecer los títulos de crédito me sale una sonrisa de oreja a oreja: Robert Redford. Siempre es lo mismo cuando veo una película de este actor. Asunto de una novia que tuve que cuando se enfadaba conmigo, me decía: ¿es que te has creído un Robert Redford o qué? Como si uno tuviera necesidad de ser otra cosa diferente a lo que es.

No está mal la peli, algunos bellos primeros planos al principio, el pistolero superrápido y jugador excepcional de naipes, una larga secuencia de Paul Newman en bicicleta luciéndose delante de la chica y una larguísima persecución de dos personajes cuyo cometido en la vida es asaltar bancos y tener una mujer entre los brazos. Una película hecha en clave de humor que viene a decir lo loquitos y ciegos que somos confundiendo el culo con las témporas.


Me admira este país tan espléndido e inigualable que tenemos. Tanta belleza dispersa a lo largo y ancho de España, tan heterogénea; no creo que se encuentre en ningún lugar del mundo un país así.

No sirven los prospectos turísticos ni las guías para tener esa visión generosa de la que hablo, es necesario caminar, caminar mucho y vivaquear en sus bosques, sobre sus acantilados, en las playas, en las cumbres; pasar las horas de la tarde frente al espectáculo del crepúsculo tendido sobre el horizonte del mar o de Castilla o en la azulina atmósfera en donde las montañas convertidas en pura y etérea atmósfera parecen convertirse en aire de infinitas transparencias. Hoy, sin ir más lejos, ésta costa Ártabra, de la que jamás había oído hablar antes y que es una de las riberas marítimas más bellas que conozco; un lugar que, salvado de la densidad de población de los alrededores de A Coruña, y a una discreta distancia del Ferrol, parece como si hubiera salido del vientre de la Tierra ayer mismo. O los gallegos son muy sabios y saben conservar algunos entornos maravillosamente bien, sin las memeces de esas consejerías de medio ambiente tan de moda en España, que, o ponen su impronta aparatosa en el medio que pretenden proteger o no te dejan en paz pensando que la gente es gilipollas; eso, o simplemente hacen un admirable despliegue de sentido común. Lo cierto es que apenas encontré paseantes en todo el día en este paisaje extraordinario que por demás aparecía inusitadamente limpio. Algunos rincones solitarios con gente tomando el sol en bolas, praderías con caminos de cuento zigzagueando solitarios por entre los acantilados… admirable. Y, además, sin un puñetero cartelito hortera diciendo por donde tienes que ir o no o si debes mantener el lugar limpio, o si… etc. Estas cosas, que son de cajón, no son necesarias cuando la gente tiene dos dedos de frente. Me aburren esa sobreabundancia de los organismos que se parecen a esas mamas que les gritan a sus hijos cuarenta veces y muy en alto advertencias de atención con el único objeto de hacer notar ante los demás o ante sí mismas lo buena madres que son.




Bueno, pues aquí estoy otra vez, un día de viento, pero precioso, subido en el morro de una prominencia que cae sobre el mar y el crepúsculo que poco a poco va estrechando su estela luminosa mientras a mi alrededor las gaviotas chillan como condenadas. Este aire lo cura todo. El otro día en A Coruña, entré en el hotel y ya cogí un constipado de mil demonios. Sólo lo solté cuando caminando fui dejando la ciudad atrás. Ni en dos días metidos en una mojadura continua volvió a visitarme el enfriado. Caminar sigue siendo la mejor receta para echar por la borda los males.


2 comentarios:

slechuga dijo...

Bueno cuando llegues a Cedeira, tomaté unos blancos Viña Costeira, que ahi mismo con Dori, despues de los vinos la tuvieron que escayolar la pierna.
Ten cuidado y bebelos con prudencia.
Santiago

Alberto de la Madrid dijo...

En Cedeira estoy, y como el vino me sube la tensión me tomaré una cerveza sin alcohol a vuestra salud.
Un abrazo a los dos