Atardecer sobre el Puig Tomir




Puig Tomir, 30/07/11

Había hecho tiempo en Sóller para esperar a mi autobús de las tres y, cuando llegué a Lluc, ni siquiera al pueblo porque el conductor tuvo la amabilidad de dejarme a pie de camino, pese a los numerosos lugares que se me ofrecían al sesteo nada más echar a andar, mi cuerpo me pedía otra cosa que rezongar. Se veía que las prolongadas horas de sueño de la noche anterior me habían dejado dispuesto para aprovechar el cielo nublado que se cernía sobre la sierra. Después de hablar brevemente con casa cogí un ritmo de esos de los de disfrutar sintiendo los músculos en plena y satisfecha actuación. Valles poblados de olivos, pequeños calveros, sinuosas cuestas, el paisaje propio para la lectura: Goytisolo. Y así transcurrió un largo tiempo de caminata hasta que quise comprobar con el gps la corrección de mi ruta, y zas, la leche, me había salido del camino como de costumbre. Estudié la posibilidad de acortar por la derecha para acceder al camino correcto, pero aquello estaba bastante impracticable. Así que vuelta atrás. Dejé a medio acabar la historia de Ana, hija de una familia humilde que empieza a enterarse de lo que es la revolución poco después de aterrizar en un ambiente bien para el que lógicamente no ha nacido. Apagué resignado el ipod y di media vuelta. Al poco rato descubrí que las señales del gps eran erráticas, el camino de vuelta con ser el mismo que el de subida lo marcaba a un centímetro a la derecha. Aun así bajé hasta el preciso lugar en que todas las señales confluían. Allí tuve que sacar la brújula. Todo indicaba que el camino correcto era el mismo que el que acaba de descender. No había ni rastro de otro sendero posible. Probé a ver qué hacía ahora el gps si volvía a subir: la leche, ahora la marca de subida se ceñía perfectamente al camino programado: tres caminos en el display para un mismo recorrido. Ya me sucedió en alguna ocasión que el aparatito este se volviera loco, aunque siempre en lugares muy cerrados donde las señales de los satélites llegan con más dificultad.



La senda tiraba derechita por encima de unos canchales hacia lo más alto de la sierra, algo que me extrañó porque yo, mirando el mapa someramente, me había parecido todo un caminito bucólico no más allá de los encinares. 
Hasta lo más alto, y además con pasajes de subir a cuatro patas. Más arriba me crucé con una familia de franceses que hacían cola en un lugar laborioso ayudándose de cadenas fijas. Fue gratificante llegar a lo alto de la dorsal: una ligera niebla cubría la bahía de Alcudia, la vista alcanzaba hasta el otro lado del mar por oriente. Una breve loma seguía hacia el norte para después caer como en cascada por breves lomas hasta las cercanías de Pollença; la Tramontana moría más adelante como un gran lagarto prehistórico que hubiera fenecido en el intento de seguir cabalgando sobre el mar. Más allá de Pollença este bicho prehistórico que es la Tramontana, pura piedra caliza y por consiguiente acumulación prehistórica de seres vivos que anduvieron correteando por estas tierras millones de años atrás, más allá se hundía definitivamente en el mar después de dejar su larga cola allá por las tierras de Ibiza y Formentera.



Las nubes, que hacían presagiar nuevas tormentas para esta noche, se han disuelto y ha quedado la tarde como preparada para un abierto vivac bajo las estrellas. Quizás si avanzo más y subo a aquel pico que tengo delante, lo mismo llegue incluso a tener visión sobre el atardecer del otro lado de la isla. Andar por lo alto tiene sus privilegios y compensaciones, un miradero acaso desde donde igual pueda ver el crepúsculo que el amanecer. Esas cosas sólo suceden en islas chiquitas similares a esos planetas diminutos en los que el Principito hacía las veces de farolero, un trabajo arduo por el hecho de tener que apagar y encender de continuo dada la brevedad de la circunvolución. Situado en el lugar más prominente de esta isla quizás fuera posible no perder de vista al sol en todo el día.
Tuve que buscarme una muy escasa sombra a ras de suelo tirado en el camino. Ahora el sol ya declinó y es tiempo de ir buscando un lugar para mi vivac. A ver si con un poco suerte no le da por llover.


Estoy en lo alto más alto, mi altímetro marca 1099 metros pero es como si estuviera a tres mil. El ambiente es magnífico. Voy a tener que recomendar al amigo Santiago Pino que se deje descansar un poco al Pirineo y se dé una vuelta por la Tramontana, de verdad que merece la pena. Hoy me hubiera gustado compartir esta ascensión con alguien, llamé por teléfono a Víctor, mi cuñado, que anda por Porreres, pero no estaba libre. Lo siento.




Al contrario de Carlos Garrido, cuyo libro Castillos en el mar, leo en la actualidad, a mí más que castillos, hoy, desde este punto extremo de la Tramontana, la cumbre del Puig Tomir, la sensación que me produce esta isla es la de un enorme animal prehistórico, una manta sáurica de encrespado y espectacular lomo dispuesta a que le canten una nana antes de adormecerse envuelta en la bufanda dorada del crepúsculo. 















3 comentarios:

Noches de luna dijo...

¡Pero qué guapetón estás! Me encanta esa cara llena de salud (las otras fotos también me gustan, jeje.

Javier dijo...

Ya veo que estás por Mallorca. Espero que no estés pasando mucho calor. Suerte con la caminata.

Alberto de la Madrid dijo...

Pues sí estoy pasando calor, pero a todo se acostumbra uno. Lo que parece imposible desde casa, cuando te encuentras con las manos en la masa, es eso, otro trozo de vida más. Un saludo