Los extremos se tocan





Irún, 31/03/13

Robbe-Grillet compone en La casa de citas un mosaico en donde se reúnen el sexo, la droga, la intriga; todo construido con una prosa precisa, fabricada con economía de medios, breve, en donde los cuadros, expuestos en un orden poco acostumbrado, aunque pendientes de un hilo conductor aparentemente insignificante (la presencia de un perro o no en alguno de ellos), adquieren por sí mismos un valor autónomo. La lectura del final quedó detenida cuando el camino, que venía llaneando discretamente en la falda de la prolongada cordal montañosa de Jaizkibel Mendi desde donde el alumbrado público se veía ya iluminado ininterrumpidamente hasta Irún, la lectura quedó detenida cuando el camino decidió precipitarse frente a la ermita de Santiago, un angosto sendero en donde volvieron a reaparecer los familiares barrizales que me habían acompañado durante los últimos días.


Antes, en una curva pude tomar mi última fotografía del camino cuando apenas había luz para ello; enmarcado por la sombra de un árbol al fondo aparecía ya casi sepulta en la oscuridad la bahía de Irún, la ría, la extensión de sus construcciones. Estaba a punto de cerrarse un nuevo ciclo, lo comprendí como tal cuando empecé a chapotear con mis botas en el barro en plena oscuridad. ¿No fue así mi salida de Sevilla, cuando un veintitrés de enero comencé a andar camino del norte junto a la ribera del Guadalquivir? Sin duda era una escena curiosamente similar: los extremos se tocan, el eterno retornar al punto de partida, el ayer y el hoy mezclados intrincadamente en la pasteta de un tiempo que creemos lineal pero que acaso sea circular y por tanto reiterativo, abocado a recurrir a cada momento a su inicio para recomenzar una nueva peregrinación en la que reconocemos indudablemente las huellas de una experiencia anterior. No sólo sucede con los caminos, también en la vida esto es así; ya hablaba Platón de ello. Lo que una hora antes podía aparecer lejano y ubicado a más de dos mil kilómetros de camino en Andalucía, un rato después se aproximaba, quedaba como la reinterpretación de algo ya sucedido dos meses atrás. Y no es que esto sean apreciaciones subjetivas solamente, producto de una impresión momentánea, todas estas cosas forman parte de la médula del ser y por tanto están en el centro mismo de la realidad que es siempre, sin lugar a dudas, la realidad de un individuo, Pepe, Juan, yo, quien sea. La otra realidad, la de la otra gente, la del mundo, es algo, con mucho, bastante menos importante, cosas de segundo orden en el ámbito personal y mental de cada hombre o mujer. Las vivencias del individuo, el cómo pasa por el tiempo, se mueve en él y cómo son sus relaciones con el espacio y con las personas forman en defintiva un buen pedazo de la existencia.

¿Y que cóño tiene que ver todo esto con mi camino y su acercamiento al fin? Bueno, todo empieza y todo termina, para volver más adelante a comenzar y terminar, la vida, un proyecto, un orgasmo, un libro. Nuestro componente cíclico aparece como un metrónomo interior que tarde o temprano terminara por guiar nuestros pasos siguiendo una determinada evolución en el pentagrama; la atracción de la tónica, la reiteración de la melodía primera, el recreo en pasajes que ya sonaron aquí o allá y que surgen de la mano de un clarinete, una flauta en cualquier rincón del tiempo como canto de cisne o como trompetas de Jericó dispuestas a reavivar nuestro espíritu adormecido, a recrearlo.


Me gusta esta mañana temprana en una cafetería de Irún mientras hago tiempo hasta la hora de salida de mi tren. Música de fondo, un borrachín al que lo mismo se le podía retratar como primo hermano de Bécquer, perilla, pelo ensortijado y abundante, ojos risueños, que como un espadachín de época al estilo de Errol Flynn o los tres mosqueteros; la charla de los clientes, el sabor de un zumo de naranja, el olor del café con leche, acaso incluso el olor de la famosa magdalena de Proust, esa conexión con otro tiempo, un sabor, un olor, un ambiente, el calor que encuentra uno en la vuelta a casa tras una larga ausencia.

Mis largos días de camino acaban, los madrugones, las horas de atravesar desde la noche al amanecer, estrellado, con luna, bajo la lluvia, envuelto en el canto de los grillos o aquel otro del mar; las horas del dolor de espalda, de cruzar bosques y acantilados, las nevadas bajo las que también caminé, la espléndida belleza de este mundo que han pisado mis pies, recreado mi vista, aspirado profundamente mi olfato. La también espléndida compañía de un amigo, Ramón, durante tantas semanas, el paso cadente de Vendrell, su caballo, las carantoñas de Dop, su pastor alemán trotando aquí y allá del camino y metiéndose hasta la barriga en todos los charcos y ríos que se encontraba a su paso; las largas conversaciones con Victoria saltando por encima de cientos de kilómetros y sintiéndonos ambos como si estuviéramos de charla en el cuarto de estar de nuestra casa.

Lo decía más arriba, todo es ciclo en la Naturaleza, y precisamente por ello quizás no pase mucho tiempo antes de que emprenda otro nuevo camino, otro nuevo ciclo, quizás como continuación a éste en forma de vuelta a España, emulando así a Ramón y su cuadrilla, atravesando el Pirineo, llegando a Ampurias, descendiendo de la mano de Mediterráneo, alcanzando el Guadiana, terminando de nuevo en Sevilla para confirmar una vez la condición de ciclo de la vida. Quizás. No podría poner ahora la mano sobre el fuego. El proyecto me atrae con fuerza. La debilidad de seguir escribiendo no es la última motivación para continuar caminando; el camino no sé qué tiene, pero hay algo en él que estimula esta faceta mía, que aunque fatigosa en ocasiones, ofrece un placer adicional al hecho de caminar. La gente, su encuentro, su compañía, su conversación, también cuentan; no sólo la del camino, también la que uno encuentra en el ciberespacio; estos días, por ejemplo, un reencuentro con Luis Basanta, un compañero de los tiempos aquellos en que la pasión de la escalada nos arracimaba empeñativamente a muchos en torno a los Galayos o la Pedriza, un compañero que alcanzó a localizar casualmente mi blog de los caminos y se ha hecho lector asiduo del mismo. Sí, el mundo es un pañuelo, Luis, me alegro del encuentro.


Y final, la paz de la mañana (ningún cansancio encima después de haber caminado ayer por más de cuarenta kilómetros), el rumor de las conversaciones, las lecturas que haré hasta que llegue a casa, el paisaje que atravesaré, la sensación de un cuerpo satisfecho, de un ánimo relajado y tranquilo llenan este final de aventura.

***

PD. Una última nota: En una o dos semanas estarán disponibles en la librería de Amazon.es dos libros que llevarán por título: El Camino de la Plata y Camino Norte de Santiago, ambos podrán adquirirse tanto en formato digital como en papel; será el resultado de todas estas andanzas que he venido reflejando en este blog.
Hasta pronto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por la mencion y gracias tambien a pepe Moreno que fue el que me paso el enlace y por ultimo te pongo esto que ha salido de mi lapiz hoy y que se titula "Farolero"


Yo maldigo al farolero
que no enciende las candelas
y solo veo fantasmas
que desde la sombra acechan

Voy por la calle
pensando y solo
siempre ansioso
por ver tus ojos

Es noche cerrada
y no veo nada
aunque creo verte
junto a tu ventana

Y es tanta la pena
cuando no veo tu cara
que la congoja me puede
y se me encoje el alma
LuisBasGz