Caminando entre las nubes




Val Llobre, 27 de agosto 

Anoche me dormí con una emoción mal contenida, la intensidad del día, la lluvia, la soledad, lo inhóspito del lugar eran un auténtico escenario para, caliente y confortable en el saco de dormir, sumirse en un sueño lleno de satisfacción,  un suave placer me susurraba en el oído una especie de nana. En el pecho, mientras seguía oyendo repicar la lluvia sobre el techo de mi tienda de campaña, un dulce cansancio venía con su tibio calor a acunar mis sensaciones. Hacía calor en el saco, fuera llovía pero dentro todo estaba seco, lejos se oían las esquilas de las vacas mezcladas con el ruido de la lluvia. ¡Qué agradable era dormirse de aquella manera después de un largo día de caminata! 




Mientras la árida lectura de Jung transcurre como irremediable paso en el que el lector espera encontrar algo sustancioso para su conocimiento, mientras los trece kilómetros y pico de asfalto me llevan a Setcases después de haber abandonado el refugio Ulldeter, a la vera del asfalto voy observando la laboriosidad de las abejas que pueblan la corola de la flores de lo cardos. Las abejas no paran, saltan de flor en flor libando su néctar; aprovisionarse como un servidor para que no falte el sustento. Meten su trompetita entre los rosados estambres, aquí y allá, después vuelan a otra flor. Conseguirse el sustento , como está escrito en el mandato bíblico... Y ganarás el pan con el sudor de tu frente. Este laborar simple y natural que todo el mundo comprende, con el que nos hemos de ganar la vida y que el vagabundo hace tiempo pretendió explorar en la obra Trabajar y producir de Hannah Arendt, sin conseguirlo en absoluto y produciendo en el lector por una parte la sensación de torpeza intelectual, como si su inteligencia no estuviera ni mucho menos a la altura de aquel libro, y por otra rumiando la posibilidad de que habiendo personas muy bien dotadas éstas se dedican a crear un especial mundo como quien escribe poesía o pinta asuntos que solo él y otros allegados son capaces de interpretar. Me sucedía algo así el otro día leyendo a Roland Barth, que hacía de una cosa bastante sencilla, la fotografía , una especie de compleja entidad a la que para interpretar correctamente habría que seguir algunos cursos en la Sorbona. No es que la cosas sean sencillas, eso lo entiendo, pero de ahí a sacar punta a asuntos que uno entiende bastante sencillos hasta convertirlos en un galimatías ininteligible... 

Ni que decir tiene que la simplicidad e incultura del vagabundo puede estar tras la anterior afirmación, pero ahí queda, que uno no da para más y ha de atenerse en consecuencia al cociente intelectual con que la madre naturaleza le dotó. A uno se le escapan sutiles diferenciaciones y entonces laborar, currar, trabajar se le antoja que no da para llenar un tocho de cuatrocientos o quinientas páginas como es el de Hannah Arendt. Otra cosa es escribir lo que hace Metternich con la vida de la abejas, ese explicarnos con pelos y señales el maravilloso mundo de estos animales. Un libro que leyera de niño, Vida de las hormigas y la abejas, y que de adulto volví a releer con sumo placer. Tengo la impresión de que muchos filósofos rizan el rizo del análisis con tanto esmero que, la realidad monda y limonada que todos vivimos, termina por desaparecer de sus obra para convertirse en una especie de esperanto particular sólo accesible a aquellos expertos que están en posesión de determinadas claves que ellos mismos han elaborado para consumo de una élite. Eso o que acaso las uvas, como le sucedía al zorro, están verdes.




Y así entre las abejas, Jung, del que leí un rato sobre el complejo materno de la hija, la terminación de La madre naturaleza, de Emilia Pardo Bazán, la fotografía de Roland Barth y las prolíficas disquisiciones de Hanna Arendt a las que me había llevado la observación de las abejas libando en las flores de los cardos, los trece kilómetros de carretera que llevan hasta Setcases se van pasando apaciblemente. Mi única duda es que la tienda está empapada y el saco algo húmedo y chispea de vez en cuando y si no lo seco, el frío que ha hecho esta noche pasada es un mal augurio para la próxima. Dormí con toda la ropa puesta y aun así pasé frío, además, por la mañana tuve que apañar unos calcetines de lana como guantes, así que si añadimos la mojadura etc.



Estas montañas por arriba son la típica montaña de vacas, romas y pacíficas, pero cuando desciendes valle abajo se hacen encrespadas y agrestes, un bello y abrupto valle que baja hasta Setcases tortuoso y surcado de barrancos escarpados. 




Anteayer, al final de la tarde me encontré en alguna parte del camino unos mapas de la zona y un cartel que decía: Nuria 3 horas. Después anduve por una hora y media y monté mi vivac. Al día siguiente después de caminar durante dos o tres horas, por encima de Queralt, volví a encontrarme otro cartel en donde había escrito esto: Nuria 3 horas 8 minutos (?). Esta mañana pregunto al encargado del refugio cuánto hay a Setcases y me contesta: dos horas. Bajo por el camino algo más de media hora y cuando llego al asfalto me encuentro otro cartel: a Setcases 14 kilómetros, tres horas y cuarto. Nuevo interrogante. Se ve que por aquí el concepto tiempo tiene mucho de aleatorio. 



Desde el prado en donde coloqué la tienda hoy recuerdo las primeras horas de camino de la mañana, heladoras subiendo el col de Neufonts, la niebla enredada en las cumbres, la aparición de dos caminantes entre la niebla, los colores suaves de la roca, el largo descenso hasta el col de la Marrana y el refugio Ulldeter. Numerosos grupos subían a ver el nacimiento sin pena ni gloria del río Ter. Tengo la sensación de que en muchos catalanes existe una especie de chauvinismo consistente en peregrinar a especiales lugares como el monasterio de Montserrat para rendir homenaje al la Virgen del mismo nombre; otros eligen ascender a la Pica d'Estats, la cumbre más alta de Cataluña y, como lo de hoy, quien peregrina a las fuentes de uno de los ríos notorios del país. 

Está cubierto, una gruesa capa de nubes se enreda en lo límites del bosque, la esquila de las vacas, como tantas veces, sirven de tonadilla de fondo a la tarde. 



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