Vida y muerte




Refugio Baiau, 20 de agosto 

La ladera era abrupta, unas grandes lajas de roca enlosaban el camino que caía casi en un vuelo sobre el valle de Tavascán. Venía pensando en que haría en septiembre, si continuaría o no la dichosa vuelta de España que quedó aparcada en junio, cuando de repente un ruido como de trotar de caballos irrumpió delante de mí. ¿Caballos allí? Levanté la vista, enormes, negros, dos, tres, cinco, no, ocho jabalíes subían en tropel cuesta arriba. Estaba tan sorprendido que apenas me dio tiempo a sacar la cámara, solo alcancé a fotografiar uno y malamente. No me atemorizan bichos de estos que por demás suelen huir cuando te huelen, pero en aquel momento si el camino hubiera sido la única alternativa de paso no sé qué hubiera sucedido. En una ocasión en que el camino atravesaba una zona de inclinadísimas pendientes de pasto tuve que litigar con una vaca que, consciente de que si se salía del camino la palmaba, y lo mismo me sucedía a mí, se negaba a dejarme pasar. Estaba claro que entre una vaca y un caminante la preferencia la tiene el caminante, ¿o no? 

 
  

El recorrido de hoy fue especialmente hermoso. Estaba preparando mis cosas de madrugada cuando me llegó un agradable olor a hoguera. La pareja de franceses que había dormido en la choza se calentaban mientras preparaban el desayuno. El día anterior había declinado su ofrecimiento de compartir el fuego porque la choza no tenía chimenea y no quería que todas mis cosas quedarán impregnadas con el olor característico de la fogata. Nos despedimos calurosamente, también de Naco, su perro, con el que había estado jugando el día anterior por un buen rato. Era un buen rastreador, tirase a donde tirase el palo el tío lo encontraba. Atravesé los meandros que discurrían por la parte plana del valle y me encaminé hacia la cordal cimera que tenia que ascender. Desde lo alto, por el oeste, la vista llegaba hasta la Maladeta; por el norte aparecía toda la cordal del Certascan. Más adelante la loma se desvanecería y caería abruptamente hacia val Ferrera. Un bello espectáculo de montañas y lagos intensamente azules. 




A la dos de la tarde me tumbé junto al río para comer algo y acaso echar una siesta. Pero no estaba a gusto allí, las boñigas de vaca habían dejado el lugar poco habitable. Total que decidí buscar otro lugar, pero buscando buscando terminé dirigiéndome al refugio Baiau. 

Hoy no había rastro de tormentas. Por la mañana hizo bastante frío, pero después de salir el sol el día se hizo especialmente agradable. Recordaba las líneas que me había mandado el amigo X a raíz de un post anterior que hablaba de las tormentas. Era un asunto curioso que llamaba mi atención. Copio aquí la líneas y sigo a continuación, decía :

SOBRE LAS TORMENTAS
Joder Alberto me has traído a la memoria allá por el año 1991, haciendo un recorrido de 3 días por el Pirineo francés, con una amiga, acampamos en el lago de Migouélou, en una pequeña tienda, cuál sería la intensidad de los rayos, que se nos ocurrió, que si había que morir fulminado por uno de ellos, que fuera placenteramente, y experimentamos los orgasmos más increíbles, que habíamos vivido jamás. Que cerca estaría la tormenta, que los truenos y relámpagos eran simultáneos. Y así se nos ha quito el miedo.
Creo que es buena fórmula para parejas con miedo.

Un abrazo Alberto

El tema que llama mi atención es la relación, que no es la primera vez que me encuentro, entre el acto sexual y la proximidad de la muerte. Alguien me contó en una ocasión que en una circunstancia muy dolorosa, se le había muerto su madre, se vio sorprendido por una necesidad inaplazable de follar (perdón por la expresión, es que eso de hacer el amor cada vez me gusta menos, no suena bien en mis delicados oídos). Lo que cuenta X, aunque no lo he experimentado, soy capaz de imaginármelo perfectamente. Tengo la sensación de que la muerte tiene en nuestra psique una íntima relación con la vida y viceversa. Yo considero que acaso son los que aman la vida con mayor intensidad los que viven las experiencias extremas, son ellos, los que exponiendo su vida viven la cercanía de la muerte con mucha más intensidad que cualquier otra persona. La cercanía de la muerte pone en juego en el individuo lo mejor de sí, en esa circunstancias nuestro yo más auténtico lo tenemos en la piel, en el hilo cálido de nuestra respiración, el calor de las vidas inunda el organismo, aunque esté mezclado con una gran dosis de miedo, produciendo una compleja mezcla de la que el individuo sale purificado, por decirlo de alguna manera. En unas circunstancias así el individuo sufre una especie de revelación, una conversión. La imagen de San Pablo cayéndose del caballo como punto de inicio de una conversión es válida par esto que trato de decir. 

Hay gente que no aprende de la muerte, la muerte no cambia su filosofía de la vida, no le hace reflexionar sobre lo grandes temas humanos, pero aquellos que sí, para aquellos para los que la muerte de un ser querido ha supuesto un replanteamiento de su vida, una profunda reflexión sobre el hecho de vivir, para éstos acaso sea más fácil comprender esta vinculación que intento establecer de la muerte con la vida. 

El sentimiento de muerte de que hablaba X, que se acerca, que uno lo ve cernirse en medio de una tormenta que nos rodea con sus poderosos brazos hasta hacerte sentir que de un momento de otro puedes dejar de existir, tiene aquí su respuesta más lógica y más tajante en el acto precisamente mediante el cual se engendra la vida. La muerte de aquella madre de que hablaba más arriba, llama a la vida de otra ser, al acto sexual que lo engendraría. De nuevo vida y muerte, como en el caso de aquel que vive una situación de alto riesgo en la montaña, se hermanan, se complementan. 




El refugio Baiau, una estructura de hierro y madera en forma de medio cañón, se ve arriba en lo alto como un águila que estuviera contemplando desde su atalaya el valle. 

En el refugio me encuentro con Javi y Belén, la pareja de vascos que ya aparecían hace días en este blog cuando salía del refugio Colomers. Hemos seguido itinerarios diferentes pero  estamos en el mismo lugar después de unos cuantos días. Javi y Belén empezaron el GR–11 en Fuenterrabía, están recién casados, este es su viaje de luna de miel. Encantadora manera de empezar una vida en común. En las próxima vida yo también quiero tener una luna de miel así.









 

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