En lo alto de Garraf





28 de septiembre 

Se me hizo tan tarde ayer que al final me tocó dormir de mala manera en las afueras de Sant Vicenć dels Horts, probablemente una de las zonas donde los jóvenes del lugar iban a tomarse el botellón los fines de semana, un lugar protegido y a resguardo de las miradas. De hecho cuando estaba cenando apareció en la oscuridad una pareja que vieron ocupado el sitio que quizás para ellos era su nido de amor de algunas noches. Sorry. Uno ha dormido en tantos sitios curiosos que cuando se encuentra en uno nuevo es inevitable despertar a los recuerdos. En éste los muy cucos habían llevado incluso un colchón, unas grandes piedras junto a él debía de hacer de cuarto de estar cuando lo reunidos fueran varios. Los restos de un fuego con un redondel de piedras a su alrededor indicaban cierto grado de sibaritismo. La noche no espera a que uno haya encontrado su lugar de reposo. En una ocasión, viajando por la costa del mar Negro, se nos echó la noche encima. Nos habíamos reunido con mi hijo Mario que viajaba en autostop por Turquía, y nos encontrábamos en un pueblo oscuro de calles estrechas donde no había forma de encontrar una habitación. Después de dar muchas vueltas y mucho preguntar, alguien nos indicó un segundo piso de cierto callejón. Un portal apenas iluminado por cuyas escaleras hubimos de subir a tientas. Cuando llegamos al segundo piso nos encontramos con una estancia grande en donde un viejo de largas barbas y aspecto patriarcal tomaba té y fumaba en un narguile rodeado de mujeres con cierta cara de aburrimiento. Era un espectáculo un tanto insólito, Nos pidió los pasaportes, los guardó en una caja fuerte que tenia a su espaldas y sin más preámbulos nos mando al cuarto piso. En el vestíbulo a donde daba nuestra habitación había un lavabo. Nuestro cuarto, donde mi hijo y nosotros cabíamos estrechamente, tenía las paredes de cartón piedra. Todo era bastante raro y cutre, pero a esas horas de la noche no había tu tía, había que conformarse con aquello o dormir en la calle. Estábamos cansados y no tardamos en dormirnos. Nuestra ingenuidad no había reparado en cantidad de detalles que después nos parecieron tan evidentes. No habíamos pasado la fase ram de nuestro sueño cuando nos despertamos sobresaltados por los estruendosos gémidos de un somier que parecía estar a punto de descuajeringarse por las 
acometidas a que era sometido por un varón en la habitación de al lado. La cosa duró toda la noche, puertas que se abrían y cerraban, voces, la rítmica batalla de los somieres, hombres y mujeres empleados en algo que, oyéndolo, podía parecerse a un espectáculo de lucha libre. 


La noche era cálida y al final el lugar me pareció acogedor. Soñé que me encontraba con Julio Villar, alguien me había proporcionado la manera de llegar a su cabaña, un altozano en la costa de Tarragona, y me presenté allí con mi mochila a la espalda. Había una mujer y unos niños mozos. A Julio Villar no le gustaba en absoluto la visita, parecía huir de la notoriedad, le molestaba que la gente pudiera localizarle en aquel apartado rincón del mundo.

Había escrito antes de dormirme a un bloguero que estuvo allí, preguntándole por la dirección y esa debió de ser la razón de mi sueño. Ya veremos si cuando esté más al sur indago el asunto. No estoy muy seguro de si lo haré o no, objetivamente me apetece mucho, pero en algún otro momento dudo, es un personaje que duerme dentro de mí envuelto en la soledad de los océanos y la noche, algo un tanto irreal y poético que tiene mucha fuerza en mí. Una realidad 
que con toda certeza es una mezcla de mis propias proyecciones y esa misma realidad pero en donde predominan mis expectativas de vida intensa que veo reflejada en ¡Eh, petrel! Acaso habla también el tímido que llevo dentro, o acaso el respeto que me producen las opciones de vida que toman otras personas en donde la publicidad o las visitas de desconocidos no sean bien recibidas, como sucedió en el sueño, en donde Julio Villar se mostraba atento y cortés pero con un fondo de molestia por la idea de que su cabaña se convirtiera en una lugar de tránsito. 


En los montes cercanos a Sant Clement de Llobregat me encuentro con que los caminos están ocupados con una batidora de jabalíes, cada cierto tiempo me tropiezo en una curva del camino con algún cazador montando guardia con la escopeta preparada. El bosque es intransitable fuera de la pista. Me intereso por cómo funciona aquello y me dicen que no debería poder pasar nadie, en todos los camino han puesto carteles advirtiendo de la batida. Pero la gente no hace caso, me dice uno de los cazadores, y me explica que no, que no hay peligro, que primero tienen que oírse a los perros. Y cuándo le pregunto que donde disparan a lo jabalíes me dice que naturalmente en la misma pista, que lo perros los empujan hacia allí; y debe de ser verdad porque el bosque es empinado y no permite el tránsito de una persona. El caso es que me cruzo con ciclistas y algún que otro caminante. Me pregunto qué sucederá si en una de éstas aparecen algunos jabalíes corriendo por el único lugar posible, la pista por donde camino. A esto se llama ecuanimidad, todos tenemos libertad para caminar a la vez por la misma pista y además hacer lo que nos gusta: unos andar, otros pedalear y unos terceros liarse a tiros. ¿Realmente son compatibles estas tres actividades a la vez y en el mismo sitio? 


Mi afición por dormir en las alturas me lleva una vez más a buscar un nido de águila para pasar la noche. Esta vez será la cumbre de la Morella en las montañas de El Garraf; miro alrededor y creo que es la montaña más prominente de la zona, tampoco la busqué aposta, me la encontré no más y decidí quedarme. Hace un viento respetable y lo único que encuentro un poco abrigado es un trozo de camino lleno de piedras que me va a obligar a dormir encogido. El tiempo no está muy allá pero espero que se porte y no traiga lluvias. La vista sobre las montañas y el mar es hermosa. 

Pensando siempre en el mar, cuando decidí seguir el GR–11, no llegué a imaginar  esta grata diversidad con la que me estoy encontrando, esta mezcla de valles, montañas y rincones donde la vegetación crece apretada e impenetrable como si de pequeñas selvas se tratara, todo ello junto a las calas y acantilados de la costa norte que hacen del caminar algo tan sumamente atractivo. 


Ando despistado con la distancia y los tiempos y ello me obliga a cargar con comida y agua en demasía. Y sucede que después del mediodía me encuentro un restaurante, que de saberlo me habría evitado etc. No puedo hacer otra cosa. Salí de Sant Clemente pensando que tardaría un par días en llegar a Sitges y ahora creo que puedo estar allí mañana a la hora de comer. Vamos, que me sobra bastante comida, entre ella una fideuá por la cosa de los hidratos de carbono que maldita la gracia. 

Estaba escribiendo estas notas en la oscuridad de la cumbre, cuando de repente oí unos ruidos. Me levanto y hete aquí, veo la oscura silueta de un ciclista. Jo, que afición. Me dice que ha calculado mal el tiempo. Todavía tiene que bajar hasta la costa. La afición por recorrer la montaña en bicicleta en esta parte del mundo es verdaderamente entusiástica. Charlamos un poco y enseguida se vuelve a cargar la bici a la espaldas. Veo su sombra desaparecer camino de la pista que cruza más abajo de la cumbre. 

La línea de la costa esta sembrada por el ámbar del alumbrado público. De tanto en tanto veo una luces que se elevan hacia el cielo, es la línea donde está situado el aeropuerto. El viento sopla salvaje y un poco alocado. Encima de mí Vega y Deneb como otras noches. El cielo está casi despejado. 

1 comentario:

luisBas dijo...

Jo tio , ten cuidao , con toda la fauna y sobre todo con los biciclistas que "joen" mas que las parejillas , si te pillan , por lo demas , genial .