Otra vez junto al mar




Tarragona, 1 de octubre 

Horror. Llego a las cuatro y media a Tarragona, me meto en un bar a comer y pacientemente, porque el televisor lo tengo irremediablemente delante, se me mete por ojos y oídos lo que allí se está cociendo. No llego a comprender bien lo que allí está pasando, si es que esa gente que aparece en la pequeña pantalla es gilipollas o por el contrario, atendiendo a que el trabajo esta tan mal, se ve obligada a fabricar un producto in situ a la medida de la inteligencia de muchos de su congéneres que, vacíos de todo rastro de inteligencia, necesitan, como lo escarabajos que muestra el programa posterior en la televisión, acumular estiércol y basura para hacer pelotillas con ellos y así pasar el resto de la jornada redondeando el moco con los dedos. En el programa se alardea de la labor de investigación que los reporteros han hecho y que coronan con la caza y captura de una tal María José Campanario, de la que han averiguado interesantes asuntos como si le va bien con su madre, si han hecho las paces, si su pareja etc. Después le toca el turno a la reina, que el fin de semana no va a ver a su marido que está en el hospital y sin embargo viaja a Suiza para celebrar el cumpleaños de su nieto; y sigue, faltaba más, Leticia, que se ha comprado unos vaqueros que cuestan ciento diez euros y que realzan su culo, que corre el peligro de empezar a caerse. Sí, señor, el programa de Televisión Española para la hora de la sobremesa. Se me hace difícil pensar que haya gente con dos dedos de frente que se apunte a ver esta clase de programas, hortera, soez, vocinglero, de una vulgaridad que linda en la grosería más chabacana. ¿Que parte de este país, del electorado, es asiduo espectador de este tipo de programas? Uno, que ha seguido en lo manuales de historia la evolución de la democracia en Europa, se siente inclinado a anular su derecho al voto a todos aquellos televidentes asiduos visitantes de este tipo de programas. Bendito señor Marina, que esperanzoso con las cosas de la vida pública gasta su tiempo en la esperanza de convencer a sus lectores de la necesidad de ejercer su sentido crítico. 

Pero todo tiene su límite y uno minutos más tarde el asunto queda zanjado sustituido por un documental sobre lo animales que pueblan el subsuelo del jardín, tema con mucho más interesante que el burdo chismorreo que lo precedía. La vida de escarabajos y otras hierbas, interesante y aleccionadora historia que, como otros tantos televidentes, saben aprovechar la basura y el estiércol como materia prima de su nutrición. El caminante es algo intolerante con este tipo de cosas, qué le vamos a hacer. Cuando piensa que todos hemos de arrimar el hombro para mejorar el entorno y la sociedad en que vivimos y se encuentra con esta clase de paridas que tanta gente ve, es inevitable que se alarme y pierda la esperanza de que este mundo pueda mejorar, la carne de cañón que ve este tipo de programas, que mira la vida pasar como si ésta fuera un cuento de hadas y solucionar los problemas sociales no fuera cosa suya, le hace inevitablemente pesimista. 


Y es que a veces hasta el camino llegan estas cosas. Todos proyectamos la ruindad o la bondad de nuestra manera de pensar. Hoy mi caminar fue algo accidentado, en mi itinerario se interpusieron autovías y urbanizaciones que no aparecían en mis mapas. En determinado momento mi camino se corta, una señal, que no aparece en mis tracks, me indica que debo subir un monte y volver a bajarlo para evitar una urbanización y una autovía nueva, ninguna explicación. Me niego a seguir esas indicaciones y trato de continuar con las señales de mi gps. Resultado: un par de vallas que saltar. Cualquiera con un bote de pintura puede evitar el paso del GR. Antes me había tropezado con una cantera: prohibido el paso sin más en medio del trazado del GR–92. Tuve que derribar la valla, no cabía otra, como en lo tiempos con Ramón en que de vez en cuando teníamos que hacer uso de las tenazas para abrirnos paso en nuestro camino. En uno de los tramos dejo atrás un cartel muy elocuente: prohibido el paso, solo se permite pasar a lo vecinos. ¡Hele! Así las cosas podíamos compartimentar el mundo, nadie podría moverse más allá de su propia casa.


No, si la tarea de organizar el mundo no es nada fácil, no es que haya chorizos y aprovechados por todos lo lados, es que, además, concertar voluntades tan dispares, cortos de vista, gente que no ve más allá de sus propias narices debe de ser una tarea ardua. 

Cada cual va a lo suyo. Usted se hace con una cantera en un amplio territorio, usted cerca todo y llena aquello de prohibidos el paso, no se le ocurre que por allí pasa una camino que recorre el país y que deberá facilitar el derecho de tránsito a los caminantes. Ni se le ocurre, vallas por aquí y por allá. Si usted hace una autovía, igual, arrasa con todo, se pasa por el trasero el que aquello sea transitado por gente que ama caminar por el mundo. Si cuatro vecinos tienen fincas dispersas por el monte, ponen un cartel en la entrada del valle: prohibido el paso a los no vecinos  y todos tan contentos. De puta madre. Sí, señor, así se construye una sociedad, un país. No me extraña que muchos, engañados por un nacionalismo de mirada corta piensen en la independencia creyendo que ésta les va a solucionar un tipo de males cuya raíz está en el corazón de nuestra propia conducta, alimentada y exacerbada tantas veces por una educación estúpida asentada continuamente por lo medios de comunicación, que en vez de contribuir, en la medida de lo posible, a la educación del ciudadano, lo que hacen es volverle cada vez más estúpido, darle gato por liebre, arrimar el hombro para que la confusión siga siendo la tónica reinante. 



Llegué a Tarragona cansado y un tanto harto del sorteo de vallas y de buscar caminos alternativos al GR–92 que había sido barrido del mapa por lo hacedores de autovías y urbanizaciones. Encontrarme con el mar suavizó mi malestar. Las palmeras, el cielo azul prusia y la olas rompiendo contra  las rocas me hacen desear con  fuerza un rato junto al Mediterráneo. El GR tira ahora al norte dando un gran rodeo para llegar a Reus. Lo siento pero me quedo junto con mar, seguiré la costa por mi cuenta, hoy tengo un gran deseo de dormir junto a las olas. 



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