Mi cuñada y los guerrilleros de Podemos


Olmillos - Madrid, 10 de abril

Cuando salí al frío de la noche en las desoladas calles de Olmillos no habría podido imaginar que sería mi último día de caminar por la Ruta de la Lana. El día anterior había perdido un guante y la temperatura fuera era de rigurosos invierno.

Es la tierra de Soria árida y fría

La luz naranja de la plazuca iluminaba fantasmalmente las fachadas. Crucé la calle hasta la puerta de Constantino, deposité la llave del centro social en su buzón y eché a caminar hacia las afueras del pueblo, una estrecha carretera de asfalto que se perdía en la absoluta oscuridad una vez abandonada la última farola. Tras ella no existía más que la nada. Algo se asomó la luna media hora más adelante:

Soria, ¡tan bella! bajo la luna!

Antes del amanecer ya empecé a oír el rumor del río a mi derecha. ¿Qué río será?, me dije. Pero no tardé mucho en recordar los versos de Machado:

Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas
por donde traza el Duero
su curva de ballesta

El río corría rumoroso entre dos hileras de álamos,

Alamos del río,
conmigo vais
mi corazón os lleva.

Llevo días en que a todo a mi alrededor suena a Machado. No creo que nadie haya retratado mejor nunca una tierra como lo hizo Machado en sus Campos de Soria, versos escuetos, adustos, plenos del vigor de su historia y la soledad de sus campos.



 No había dormido bien esta noche, el dolor de espalda con el que me había acostado no había desaparecido durante las horas de sueño, pasé la noche cambiando de posición sobre el duro suelo. Me veía por delante un día duro, mi cuerpo trabajaba de modo anómalo, como si lo hubieran echado a la calle de una patada en el culo cuando lo que él necesitaba era dormir a pierna suelta un montón de horas más sobre un mullido colchón. Amaneció además sórdido y gris, no había nada de poético en caminar esta mañana a la vera del amanecer en compañía del río. Cuando el cuerpo no va todo se hace trabajoso y pesado. Hasta las calles de San Esteban de Gormaz aparecían desangeladas y tristes. No encontré un solo bar abierto en mi camino y hube de alejarme de allí como huérfano que hubiera esperado un calor y no encuentra otra cosa que las puertas cerradas, la soledad de las calles.

El resto fue aguantar y tumbarme un par de veces junto al camino para tratar de aliviar mi espalda. Hoy curiosamente mi cuerpo me pedía fruta, algo raro en mí que postergo hasta que no hay más remedio que equilibrar la dieta. Comí el par de naranjas y la manzana que me había puesto la mujer de Constantino tumbado junto a un raquítico pinar y luego continué mi camino. Sólo encontré a un hombre en el primer pueblo, no, había bar pero sólo lo abrían un rato por la tarde, contestó a una pregunta mía. Caminando entre Matanza de Soria y Villálvaro empecé a comprender la inutilidad de seguir practicando un deporte que consistía en caminar y caminar hecho unos zorros. No era una cosa divertida. Entrando en Villálvaro pregunté, no tampoco había bar ni tienda. ¿Y un autobús que pase por el pueblo?, adelanté ya inclinado a dejar la continuación de mi aventura para otro momento. No, no hay autobuses. Probablemente la desolación de estos pueblos es mayor ahora que en los tiempos del poeta, pueblos que se van quedando vacíos y en donde sólo quedan unos pocos viejos que se niega a terminar sus días lejos de donde vivieron siempre, como oiría después a una señora en la estación de autobuses hablando de una anciana de noventa y dos años que vivía prácticamente sola en el pueblo y que se negaba a abandonarlo a su edad. No me quedaba otra opción que andar veinte kilómetros en dirección norte hasta Quintanarraya donde encontraría un albergue y seguir así arrastrando mi espalda por los caminos o volverme a casa.


Al poco oí el motor de un coche que se acercaba. Levanté el brazo, alcé el dedo pulgar y el coche milagrosamente paró. Quince minutos más tarde estaba en la estación de autobuses de San Esteban de Gormaz. Había un autobús que salía en dos horas y media para Madrid.

En San Esteban de Gormaz, mientras me tomo alguna cosa en un bar, echo una ojeada al correo y al Facebook y descubro enseguida una pequeña joya en forma de comentario a uno de mis post. Esta es la perla de comentario que me encontré: "os pegais una vida padre que por supuesto os la mereceis y luego apoyais a guerrilleros como podemos no entiendo nada cierto soy vuestra cunada luisa". ¿Qué os parece? Seguro que sin conocer a la persona en cuestión ya os hacéis una idea de ella y conoceréis qué tipo de televisiones ve. Este país va a ser muy difícil que vaya a salir adelante mientras encontremos gente que se traga sin masticar todo lo que le dicen a través de la caja tonta.

La demostración de cómo la derecha se apoya en la ignorancia más recalcitrante para anatemizar a Podemos me ha caído esta vez de un precipitado comentario de una cuñada que considera a este partido como guerrilleros en toda regla, un calificativo que yo admitiría en el justo sentido de quien quiere cambiar drásticamente el mundo pero que, puesto en palabras de ella, es una auténtica demostración de cómo se ceba el PP haciendo uso de la televisión de todos en su provecho, el PP y todos los que quieren seguir mangoneando España. Cuando alguien desde su mentalidad infantil, en donde no hay asomo de haber utilizado su propia cabeza para emitir una opinión, se despacha con una afirmación similar ha tenido que llover mucho en forma de telebasura sobre su cerebro para llegar a tan lúcida conclusión.

El amigo Santiago Pino hacía días atrás un comentario en mi blog a mi paso por Las Inviernas, un pueblo primitivo en que me tropecé con vecinos como salidos de las cavernas de la Edad de Piedra, relacionándolo con que seguro que verían en Podemos el mal de todos los males; algo como para espantar a cualquiera, pero que no sólo se da en los pueblos.

Hombre, no se trata de poner de rosas a todo lo que se haga o diga en Podemos, la perfección no es de este mundo, pero de ahí a no saber distinguir una mediana buena voluntad de cambiar un país, actualmente en manos de sinvergüenzas y aprovechados, en algo un tanto más honesto va un largo trecho.


En mitad de viaje de vuelta en el autobús pude comprobar que mi cuerpo no estaba en el mejor momento, llegué mareado y amodorrado a la Avenida de América donde Quique y Lucía pasaron a recogerme. Después de mi ducha me repuse algo y pasamos una agradable tarde de conversación mientras mi espalda descansaba sobre el sofá. ¡Quien sabe cuando volveré a retomar mi camino a Santiago!


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