Xinaliq, un lejano rincón del Cáucaso


Xinaliq, Cáucaso, Azerbaiyán, 5 de septiembre de 2015

El camino que lleva a Xinaliq, una hora y media de asfalto y camino de tierra, habría sido digno de recorrerse despacio y a pie en un par de jornadas. Esta pequeña agrupación humana de las estribaciones del Cáucaso en donde las cumbres todavía llegan a cuatro mil metros y que hacen frontera con una Rusia todavía golosa del petróleo de este país (Lenín justificó la invasión de Azerbaiyán basándose en la necesidad que tenía Rusia del petróleo de la zona), tiene la frontera tan cerca que ya con anterioridad nos hizo pensar que tendríamos problemas para caminar por estas montañas.

Decía que habría sido digno de hacer el camino de aproximación de otro modo que no fuera en un todoterreno, porque como tantas veces yendo en coche perdemos una gran parte del divertimento; bosques, breves desfiladeros, la impetuosa corriente de los ríos, la abruptas laderas. Lo sabemos, claro que lo sabemos y sin embargo...

Xinaliq es un curioso entorno humano y físico que merecería la pena ser estudiado con dedicación. Situado a más de dos mil metros en una ladera abierta desprovista de vegetación, cuando uno lo ve en la distancia aparece como un conjunto de pequeñas construcciones aisladas en la soledad agostada de unas laderas en donde no es posible descubrir un árbol; acaso lo puedes imaginar como uno de esos lugares donde los pastores pasan la época estival para volver a sus casas cuando llega el otoño; no más.

Pero es fácil subestimar la capacidad que ha tenido siempre el hombre para aferrarse con uñas y dientes a los lugares más inhóspitos y solitarios. De hecho conoceríamos después que esta pequeña localidad de vecinos llevan algún centenar de años viviendo aquí. Se da además el hecho excepcional de que este puñado de habitantes, probablemente no más de un centenar o dos, tienen su propia y específica lengua que no guarda ningún parecido con azari, la lengua del país. Cómo una lengua puede ser propia de una comunidad tan pequeña quizás lo pueda justificar el aislamiento en que han vivido, pero no deja de ser admirable esa posibilidad de creación y desarrollo de una lengua en un ámbito tan reducido. Uno pasea por el pueblo y lo que ve son construcciones totalmente rusticas hechas de bloques de hormigón en donde el tejado ha sido sustituido por una terraza de tierra prensada. Unas altas vallas hechas con la bosta prensada de las vacas les sirve para delimitar los patios y las propiedades, además de como deposito del material combustible. Con la bosta se hacen una especie de ladrillos de una dimensión cuatro o cinco veces el tamaño de un ladrillo ordinario; una ve, y moldeada la bosta se deja secar al sol hasta que adquiere la dureza de una roca. Estos ladrillos se apilan alrededor de la casa y en invierno se usa como combustible.

La casa en donde nos hospedamos, una pequeña cocina, un comedor y dos habitaciones, estaba levantada sobre el establo. No vimos ninguna clase de hogar. Supusimos que el calor de las vacas y la descomposición de la bosta proveniente de debajo del piso sería su sistema de calefacción.

En la casa nadie entra nunca calzado. Todas las habitaciones están cubiertas con alfombras. Se duerme en el suelo sobre colchones que durante el día permanecen apilados en un rincón. El retrete, un pequeño cobertizo a cincuenta metros de la casa, tiene un agujero en forma de rectángulo en el centro. Eso es todo. Junto al agujero hay dos recipientes, que se mantienen llenos de agua, uno con forma de tetera,  que se usa para lavarse (no usan el papel higiénico) y otro más grande para mantener limpio el lugar. Me llamó la atención la limpieza que reinaba allí. A una veintena de metros existe un pequeño deposito de chapa con agua del que sobresale un grifo. No parece que tuvieran agua corriente. Habría sido grato enterarse de otras cuestiones relacionadas con la vida diaria de esta gente pero la carencia de una lengua común lo hacía casi imposible. Coincidimos en el lugar con Thomas, un viajero húngaro afincado en Croacia que hablaba algo de ruso. A través de él pudimos comunicarnos con la familia que nos acogió usando el inglés y eventualmente el italiano.

La experiencia de vivir con gente del lugar fue realmente agradable. Él padre de familia, moreno, de pronunciados pómulos y mirada humilde, un hombre que pretendió hacernos la vida fácil en todo momento, después de ajustar el precio de la estancia no paro un instante en facilitarnos las cosas; nos buscó un arriero, nos indicó los caminos, nos advirtió de los problemas con los soldados, nos habló, en fin, del peligro de los perros que cuidan el ganado en la montaña; cuando nos fuimos a dar una vuelta insistió en que tomáramos nota de su número de teléfono por si teníamos algún problema.

Al arriero lo despedimos porque, parece, acostumbrado a los precios que pagan algunos esporádicos turistas americanos nos confundió con ellos y nos pedía una desproporcionada cantidad de dinero por un trayecto de un día. Tampoco teníamos claro por donde ni como nos iba a llevar a Laza. El idioma de los gestos no es nada propicio a las concreciones. Nosotros queríamos atravesar las montañas en una marcha de doce horas hasta otro pueblo cabecera de valle, Laza, pero nos habían dicho que había problemas para hacerlo debido a algunas restricciones del ejército en relación con la cercana frontera fusa. El arriero parecía contar con que con él podríamos pasar. Por la tarde confirmaríamos, después de andar una hora larga valle arriba, que de pasar nanáis. Dos jóvenes soldados azaríes atendieron contestemente nuestras preguntas a base de gestos con una indicación que reproducía el gesto de cortar el brazo con la mano del brazo contrario. Más claro el agua. Nuestra proyectada marcha a través de la montaña, una ruta que habíamos bajado como casi siempre del Wikiloc, terminó frente a una garita del ejército.

Al regreso visitamos un pequeño museo etnográfico que recogía materiales diversos relacionados con el pueblo. El encargado nos recibió con fuerte apretón de manos. Era sorprendente un museo diariamente abierto dedicado a un pueblito de montaña uno o dos centenares de personas. Y más sorprendente el esmero de los responsables de haber hecho posible a que la pieza de museo en un lugar tan insólito y solitario.

Pasamos el resto de la tarde "charlando" con algunos vecinos y haciendo una sesión de retratos con nuestros anfitriones. Pensamos elegir otra zona para caminar en días sucesivos pero dadas las relaciones tan poco amistosas entre rusos y azaríes y la excesiva cercanía de sus fronteras preferimos curarnos en salud. No nos gusta nada la cercanía del ejército. Este país no nos huele nada bien en materia de seguridad. Durante todo el viaje desde Bakú a Quba la carretera estaba vigilada a razón de un policía o un soldado por cada medio kilómetro. Daba reparo salir al aire libre y empezar a caminar campo a través. El país está sembrado con grandes carteles donde aparece el careto del presidente de la República; a veces tan altos como un edificio de siete u ocho plantas. Es una democracia que no está muy clara, la sospecha de pucherazo está presente en todas las crónicas que hemos leído. Por otra parte los tropezones que hemos tenido en nuestra vida viajera con el ejército o con la gentecilla de uniforme de algunas fronteras nos invitan a buscar otras latitudes mientras hacemos tiempo para la fecha de entrega del visado de Uzbekistán.

Nuestras dudas sobre qué hacer se resolvieron durante la cena; resolvemos volver a Bakú a la mañana siguiente. A las cinco y media de la mañana ya estábamos en pie. Fuera de la casa se veía uno de esos cielos estrellados que recordarás durante años, nítido, oscuro como la brea, silencioso y magnífico en su despliegue de estrellas y constelaciones. Vimos amanecer con el estómago encogido por el miedo. El conductor, tomando aquella estrecha pista por un circuito de fórmula 1, conducía tan endemoniadomente que no me fue posible recrearme en el alba que poco a poco fue penetrando en las angosturas del Valle, en la alborotado corriente del río que acompañaba a la carretera. Todo el viaje temiendo que en algún instante el irresponsable que llevábamos delante podía acabar con nuestras vidas. Sí, también estás cosas pertenecen al ámbito del viaje. Uno pone con excesiva frecuencia su vida en manos de conductores suicidas. Ah, y no les digas nada porque ya sabes lo que te van a contestar aunque no sepan una palabra de inglés: ¡no problems, no problems! 



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