Indonesia, al norte de Lombok

Sugian Bay, al norte de Lombok, Indonesia, 23 de enero de 2016

Lo que nos han vendido como un razonable yate para un viaje de cuatro días a través de las islas de Nusa Tenggara, al final resultó poco más que una cáscara de nuez, un viejo barco de madera de los tiempos de Maria Castaña. Veremos.
Navegamos al norte de la isla de Lombok. Me acabo de despertar con el descubrimiento de que el susto había pasado. El mar andaba muy encabritado, esta cáscara de nuez subía y bajaba endemoniadomente sobre las olas y en algún momento me entró un mareo del carajo que me dejó echo unos zorros, incluyendo una vomitona de rigor. Jo, me puse fatal y eso que me había preparado para la navegación con un montón de horas de lectura metido en barcos de piratas. Sí, como niño ando estos días siguiendo los pasos del Sandokán de mi infancia. El caso es que me fui un rato a la cabina y allí arropado en el mareo y el malestar logré quedarme dormido. Me desperté como una rosa.
Quitando que este barco lleva motor todo lo demás pertenece al ambiente de mi libro de aventuras. Por cierto que ayer abastecí mi kindle con nuevos libros acordes con los lugares que vamos a navegar, cuatro días de un lugar a otro de las islas de Nusa Tenggara que deberá terminar en Flores al norte de Timor. ¿Dónde se puede encontrar algo más adecuado en la literatura del mar que no sea en los libros de Joseph Conrad? Un puñado de ellos me acompañan. Si los viajes por mar se prolongaran más adelante mucho ya echaré también mano de Melville y su ballena blanca. Por cierto que en el paquete que hemos comprado también se incluye la posibilidad de avistar ballenas; quizás se trate como otras tantas veces de la imaginación de vendedores ambulantes que recorren este país intentando venderte cualquier cosa.
Como no podía ser de otra manera el acostumbrado diluvio de las tardes ha llegado también a nuestro barco y a nuestro mar. Cuando me he asomado por la pequeña ventana de babor el mar era de un intenso color metálico salpicado su lomo por los circulitos de la lluvia. Nuestra cáscara de nuez, ajena al temporal y como si éste no fuera con ella se balancea de estribor a babor como en una feria; pero no va a más la cosa, pareciera que el mar pese a su agitación tuviera la consideración de dejarnos atravesarlo sin demasiados sustos encima. Una de las primeras cosas que nos preguntamos nada más subir a bordo es si este vejestorio tendría chalecos salvavidas. No me suena. En proa hay una canoa de juguete donde cabrían apretadas dos personas. Quizás los tengan por ahí. Algo de intringulis si me da porque aunque el mar me fascina mis dotes natatorias no pasan de sostenerme en el agua braceando con dificultad. Durante las primeras horas de navegación no he podido quitarme de la cabeza el protocolo (jaja con esa palabreja que tan de moda está) que tendríamos que seguir si esta barquilla hace aguas. No estoy seguro de qué tendría que procurar llevarme. ¿La camara? Total, con la mojada que iba a coger en un naufragio iba a ser inútil, así que descartada, la cámara se iría al fondo del mar. A ver qué más cosas. Joder, tendría que atender primero de todo a mi amor, si la pierdo en estos mares mis hijos no me lo perdonan, además en este viaje nos está yendo tan bien que estoy empezando a enamorarme de nuevo de la hortelana. Bueno, ya hay una cosa clara, si naufragamos me ocuparía primero de todo de la hortelana. ¿Y después? Jo, menudo aprieto, ¿la pasta, las tarjetas de crédito, el pasaporte, el teléfono? ¿Qué aburrido no? Total, que si llega el momento del naufragio y me pilla pendiente de esas naderías de la pasta o la burocracia lo mismo no tengo tiempo para pensar en mí y en cómo no irme al fondo del mar. Y entonces miro las olas y las veo tan aparatosamente gordas que se me encoge el estómago con sólo pensar en nadar en medio de las negras fauces de sus aguas.
Por cierto, que hablando de naufragios sigo con la lectura de un libro de versos que es de lo mejorcito del género que he leído en mucho tiempo y que es altamente recomendable. El libro se titula Cuando llega el naufragiocuyo autor es un servidor (para modestia la tuya, tío). El caso es que cuando lo leo alucino, primero por la calidad de los versos y, segundo por haber sido yo, yo mismo, joder, el que ha vivido esa aventura amorosa de tintes cercanos al Romeo y Julieta. Vamos que se juntan dos admiraciones (vaya cojones de narcisista este tío, ¿no?) una el que un tío tan insignificante como el que esto escribe haya sido capaz de escribir tamaña obra de arte ;-) y otra más ardua todavía, que hubiera llegado a enamorarme cercano a la jubilación de una manera tan loca de una mujer que a duras penas llegaba al metro y medio de estatura y cuyas rarezas sólo eran comparables a las mías. Pero quizás se entienda mejor si confieso que los cuerpos chiquitos como de niña, esos cuerpos en donde extiendes los brazos y ya llegas a todos sus rincones, me pirrian. Lo mío, aunque quizás debería decir lo nuestro, fue un flechazo con todas las de la ley. A la vejez viruela. Viví algunos años como enajenado, un tiempo en que ella, cuando freía un pollo para su familia, mi amor tenía marido, como en el poema de Lorca, y dos hijos, lo sazonaba con detergente porque tenía su cabeza en su reciente amor, y en el que yo a las doce en punto de la noche salía al jardín de mi casa para despedir a mi amada a través del céfiro que llevaría hasta su dormitorio mi beso volatero de enamorado.
Jo, estoy empezando a pensar que me estoy yendo ligeramente del tema. Y es que no lo puedo remediar, últimamente en cuanto me descuido "la pluma"  se me va a algún asunto relacionado con las féminas. Victoria se ríe un montón porque aunque aunque yo intento hablar en serio, en el último post por ejemplo, que titulaba pomposamente con ese Del asombro a la fascinación, ella enseguida se huele por donde va el asunto, faldas y más faldas. Así, aunque yo intento disimular, y al referirme a la fascinación meto de rondó a los científicos y a cualquier bicho viviente que se acerque por sus aficiones a algo parecido a la fascinación, ella, como sabe que fascinación en mí no hay más que una, como Dios, se carcajea y me desluce el post porque es verdad, este viajero es incapaz de esconder o disimular entre otros conceptos lo que en esencia más le gusta en este mundo. Sólo me consuela de padecer esta enfermedad la absoluta certeza de que un tercio de la humanidad, la del género masculino, sufre una enfermedad semejante.
Y así, como quien no quiere la cosa, ya he sobrepasado las típicas mil palabras de mis post y todavía no he empezado a decir lo que quería. Un delicado azul prusia baña el final de la tarde. La tripulación ha echado el ancla junto a la playa al norte de Lombok y ahora el barco se mece suace. Al final del día la brisa que llega a cubierta es una agradable caricia. Dieciséis viajeros de distintas partes del mundo compartimos esta aventura.

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