Fin de la Ruta de la Lana


Burgos – Madrid, 31 de diciembre de 2016

Viajo confortablemente instalado en un autobús que me devuelve a Madrid. Miraba distraídamente el paisaje cuando sonó un whatsapp. Era de Marichu, que me felicitaba el nuevo año desde Oviedo. Nostalgia, nostalgia del pasado, nostalgia de la gente bonita, de la buena gente con la que uno se va cruzando en la vida, y que desaparece, y que vuelves a encontrar en algún recodo del camino.

La gente y la tierra que habitamos.

Sí, bello país el nuestro también. Pasamos frente a una ermita románica, más adelante la sierra del Pico del Lobo aparece suavemente enharinada y con  un sol liviano sobre sus cumbres; el campo muestra los restos de la escarcha matinal. Bello país el nuestro, sí. Tenemos que cuidarlo, mimarlo, es la tierra en la que nos ha tocado vivir, pero además es tan, tan hermosa… Los musulmanes van una vez en su vida a la Meca, nosotros deberíamos tener la oportunidad de recorrer una parte grande de España a pie para aprender a amar esta tierra, sus paisajes, su historia, su iglesias y ermitas, sus gentes. Estamos tan emponzoñados con la zafia modernidad que nos cuesta descubrir en la realidad que nos rodea el tesoro que ésta alberga. Caminarla, amarla; pero por favor, ligeros de equipaje, no abrigados en el turismo multitudinario que impide la contemplación y el gozo. El sol acaricia las colinas, los álamos del río, álamos del río, conmigo vais, mi corazón os lleva, una calina azul se refugia a los pies de la Pedriza, el cielo se viste de malva.

El nuevo teléfono que uso, un Xiaomi, me había admirado hasta ahora por la velocidad con que trabajaba el gps. Lo encendía al salir del albergue y en unos pocos segundo ya tenía fijada la posición. Sin embargo esta mañana debía de tener los mecanismos un poco atorados; tampoco funcionaba bien la aplicación que uso para orientarme, el OruxMaps. Total, me tocó deambular a las seis de la mañana de un lado para otro del pueblo en un intento de hacerme una idea de hacia dónde debía caminar. Luego, ya a las afueras, busco el sendero con la linterna y descubro que las baterías se han ido al carajo. Bueno, todavía me quedaba la linterna del teléfono para orientarme en los cruces.

Hoy me fue especialmente duro caminar  hasta cerca de las cuatro de la tarde con apenas un café con leche en el estómago. A mitad de camino hube de parar un buen rato; me quité la ropa de abrigo junto a un talud y yací con los ojos cerrados en el suelo bebiéndome pocillos de sol poco a poco con el placer de quien piensa que el mundo se ha detenido y ya no había que preocuparse por nada más. Pero tuve que levantarme y proseguir, era necesario llegar a Burgos, todavía a veinte kilómetros.

Después abrí la novela de Belén Gopegui y con ella en los oídos recorrí el paisaje soleado de los álamos, los olivos, las encinas, las tierras rojas y arcillosas consteladas de juncos y campos rotulados donde tímidamente había empezado a despuntar la cebada. Un libro inteligente donde al goce de la lectura es posible añadir el complejo mundo urbanita donde ideología, aspiraciones, amor, éxitos y fracaso componen un apasionante tapiz del que uno no sale inmune; es difícil escapar al agudo análisis de la autora que página tras página unas veces revuelve con su palito indagador en las heridas y otras se entretiene en poner a sus personajes en situaciones comprometidas que obligan a los interesados a un esfuerzo inusitado de sinceridad y análisis del que no siempre salen indemnes.

Fue en alguna parte de la novela que decidí cambiar mi proyecto inicial para estos días. De repente empecé a entrever que a las novelas que he escrito hasta ahora les faltaba algo esencial y escurridizo que yo, sumido en la narración de un relato en donde el componente biográfico era bastante patente, no había sido capaz de narrar y que la novela de Gopegui me hacía repensar. Acaso sería tiempo ya de retomar un relato teniendo en cuenta aspectos nuevos que no consideré antes. En algún momento me imaginé los próximos días levantándome en casa al amanecer pergeñando ideas para un nuevo relato. Quizás. Luego pensé que si me meto en la ruta entre León y Oviedo me sería más difícil volver a casa para Reyes. Total, interrumpí la lectura, tomé el teléfono, llamé a Alsa y obtuve un billete para Burgos-Madrid para una hora más tarde. Me quedaba algo más de media hora para llegar a Burgos.

Desde que nuestros hijos se hicieron autónomos no hacemos nada especial en nochevieja. Creo que el pasado año no nos enteramos siquiera de la cita con las uvas. Oh, perdón, no, el pasado año sí, pasamos de año en medio de una fiesta multitudinaria en la principal plaza de Yakarta. El caso es que también me dio algo de cosa que Victoria pasará el último día del año sola. Me vino la vena romántica, esa que cada vez está más lejos porque uno se vuelva tan prosaico que casi se da miedo.

Bueno, que tengáis un bonito año. Hasta otra.













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