"Sólo moriría por mí mismo”. (¿Hizo una tontería Echevarría?)

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Col de Golese, 20 de junio de 2017
  
Ayer terminé el día  escuchando a Bruckner junto a un riachuelo que corría silencioso por mitad del bosque. Caminata tranquila y de lecturas, de pensamientos livianos que merecía, después de acabar con mis deberes de cronista tras lo comida, no marchar muy lejos a fin de que la paz del camino, la extrema suavidad del día armonizara con el final de la jornada. Terminar la etapa según los dictados del recorrido suponía bajar hasta el fondovalle donde viviendas y una carretera con toda seguridad me robarían esta paz que traía conmigo, así que sal del camino, coge una trocha del bosque que se aleja de cualquier habitáculo humano y pide suerte para encontrar ese lugar de excepción que buscas. Y que la hubo, un florido prado, no aquel precisamente donde folgaron Zeus y Hera mientras Aquiles y los de Priamo se rompían entre sí la crisma allá abajo en tierras de Troya.

La tumultuosa octava sinfonía de Bruckner no es precisamente la música apaciguadora que yo esperaba para la hora del anochecer, pero me tropecé con ella sin proponérmelo y no resistí; y para más inri se trataba de la versión dirigida por aquel otro tempestuoso director alemán, el señor Karajan; vamos, para que el cielo se derrumbase en alguno de sus movimientos. Pero no importa, la noche ha caído casi del todo y la música llega a mis oídos como canto de ángeles en este bosque del que me he apropiado momentáneamente.


 Había salido de Samoans, a donde me había desviado para desayunar y comprar algunas cosas y empezado a leer mi novela del momento mientras ascendía por el bosque del valle de Allamands, que lleva al refugio Bostan. El sol había empezado a apretar y se agradecía la estrecha senda en sombra que trepaba entre los abetos. Llevaba algo de más dos horas caminando y todavía no había tenido tiempo de ver el paisaje que me rodeaba. El bosque era tupido, con bruscos descensos entre la rocas que habían sido atrezados con escaleras y barras de hierro a modo de pasamanos. Esa sensación de que uno sigue un camino sin tener idea de lo que se yergue a los alrededores. Habían desaparecido las grandes montañas y el camino había tocado fondo en los ochocientos metros.

Acogido a la hospitalidad del bosque me llegó la hora de la lectura, en este caso una novela que había empezado hace días, La broma infinita, de David Foster Vallance, de la que me vengo enterando medianamente con sus saltos en el tiempo y en personajes y situaciones que en principio parecen no tener relación entre sí. De momento no es una cosa que me preocupe, a veces se encuentran en las páginas de algunas novelas mosaicos humanos que en sí mismos constituyen una buena motivación para alentar la curiosidad del lector. El caso es que después de un rato de lectura, mientras numerosos zigzags salvaban una ladera donde asomaban dispersos algunos abedules, me tropecé con un personaje que hacía esta rotunda afirmación ante la propuesta de un compañero que defendía cierta clase de heroicidad: “Yo sólo moriría por mí mismo”. Esta afirmación desvío de inmediato mi atención hacia el joven español que días atrás había muerto apuñalado por un terrorista mientras intentaba ayudar a alguien. La prensa lo había llenado de halagos e incluso el presidente de gobierno había ido al aeropuerto a recibir el féretro. Es un asunto que debió quedar en interrogante en mi cabeza y que volvía a aflorar ahora empujado por otras circunstancias. Este joven, Echevarría creo que se llamaba, en el visto y no visto de unas circunstancias imprevistas ¿realmente llegó a ser del todo consciente del fregao al que se estaba enfrentando? ¿Actuó por instinto? ¿Tuvo tiempo de hacer un análisis de la situación y tomar un decisión? ¿Qué es lo que merece la pena y qué no en esas circunstancias, una situación, esa y muchas más de las que están sucediendo en Europa, que es consecuencia directa de las muertes (un millón y medio) provocadas en Irán y en Oriente Medio por Estados Unidos, Reino Unido, España y la Unión Europea?

Que los actos del país más terrorista del mundo, Estados Unidos, los venga a pagar un joven español me parece un despropósito que mi conciencia se niega a avalar. Prefiero pensar que Echevarría hizo la idiotez más grande de su vida. Un sistema que expolia a sus ciudadanos y lucra con todo esmero a una mínima parte de la población y desea enardecer, por el procedimiento de convertirlo en héroes, a un joven de buena voluntad, cuanto menos me parece un acto obsceno, algo así como si alguien intentara revestirse de honestidad y nobleza a costa de los nobleza de los otros, cuando son ellos de una manera u otra los responsables de todos los actos de terrorismo que vivimos desde hace años en Europa, de parecida manera a como España es indirectamente responsable de las masacres que comete Arabia Saudita en Yemen con la venta de armas a aquel país.

Ese es un aspecto del tema, pero hay otros, ¿no habría sido más lógico que este hombre, ante el eminente riesgo, hubiera puesto pies en polvorosa intentando alejarse del peligro? Nadie puede prever cómo podemos actuar en circunstancias imprevistas y difíciles, pero creo que hay unos límites que cada uno debe imponerse llegado el caso, si es que acaso las circunstancias nos dan tiempo para pensarlo. La vida, que es todo cuanto tenemos, nuestro bien más maravilloso, no creo que merezca ser arriesgada fuera del ámbito de lo que es esencial en nuestra vida, es decir nosotros mismos y la gente que queremos profundamente. Puede sonar fuera de lugar pero bien vale dejar las cosas claras. Hay gilipolleces como aquella de morir por Dios, la Patria o el rey que no se sostienen. Una cosa es que seamos solidarios y deseemos ayudar a los demás y otra echar por la borda la vida. Y cómo no, por supuesto, rendir nuestro reconocimiento por las personas que lo han hecho en algún momento aunque no queramos ponernos en situación de ellos.


Hoy me cansé en exceso, la subida hasta el refugio Bostan se me hizo larguísima. Me regalé una cerveza allí, pero fue poco consuelo, todavía me quedaba una hora de camino para terminar mi jornada. Coloqué mi tienda en un altillo del collado. ¿La razón? Aquí me llegarán mañana los primeros rayos del sol. Esa pequeña triquiñuela de que uno pueda despertarse con el sol en los ojos la aprendí en los días precedentes.