Sobre Vaduz,
Liechtenstein, 11 de julio de 2017
Cuando desperté
las montañas que se veían desde el interior del garaje estaban bañadas por el
sol. Bueno, menos mal. Recogí despacio mis cosas y cuando estaba terminando mi
anfitriona vino a darme los buenos días y a decirme que el desayuno estaba
listo. Aquello no era un hotel de cinco estrellas, pero lo parecía. La casa
estaba en lo alto de una ladera y desde el salón en donde estaba preparado el
desayuno se obtenía una amplia perspectiva del valle. Después de quince minutos
de charla en inglés, descubrimos, Heidi era el nombre de mi septuagenaria
anfitriona, que ella también hablaba italiano. Cambiamos de idioma y entonces
todo se hizo más fluido; la conversación, mientras degustábamos las rebanadas
de mantequilla con mermelada y el queso, adoptó la familiaridad de los amigos
que se cuentan historias pasadas. Los grandes ventanales, le decía a Heidi, me
recordaban el año en que estuve viviendo en Cevo, al norte de la Lombardía, un
pueblo acostado a los pies de macizo del Adamello. Y le contaba de aquella
época, que siendo estudiante y preparando el Preu por libre, cómo me levantaba
al amanecer y colocaba mi silla de manera que los primeros rayos del sol me
calentaran el cuerpo y cómo según pasaban las horas movía mesa y silla al mismo
tiempo que el sol se desplazaba, siempre para que éste me alcanzara por entero.
El placer de aquel sol durante todo el invierno mientras yo me introducía en el
temario, física, química, matemáticas, biología, y estudiaba con esmero formaba
parte de mis mejores recuerdos de aquella época, le contaba a Heidi, que me
escuchaba con mucha complacencia. Fue el caso que aquella experiencia hizo que
naciera en mí el anhelo de algún día tener una casa con una habitación en forma
de semicírculo a donde llegara la luz del sol del invierno durante todo el día,
cosa que se cumplió hace veinticinco años cuando compramos una casa en pleno
campo. No tardé mucho tiempo en hacer realidad mi sueño. A partir de entonces
sólo empleé unas semanas para construir una pequeña
cabaña de no más de diez metros cuadrados que acristalé totalmente y que se
convirtió en mi pequeño castillo, ese rincón que todos anhelamos para pasar la
mayor parte de nuestro tiempo, los ratos de lectura, de escritura, del fuego de
la chimenea en invierno. El salón de Heidi era un lugar acogedor con una gran
estufa de leña en medio, un medio muy generalizado en Suiza por la abundancia
de leña.
Heidi, mi anfitriona |
Se nos habría ido
la mañana de cháchara. Tan bien se estaba allí con una conversadora y anfitriona
tan agradable. Nos despedimos cariñosamente en la puerta de su casa. El amigo
Santiago Pino no dejó de aprovechar ocasiones como éstas para intentar tomarme
el pelo con su típico, Alberto, pareces un indigente. Ah, la cantidad de
anécdotas y situaciones interesantes que me ha deparado esa indigencia a la que
él se refiere.
La jornada de hoy
se presenta extremadamente tranquila por caninos que suben y bajan sin hacerlo
en demasía lo que convierten las cuatro horas de la etapa en un verdadero paseo
entre bosques y prados a una altura sobre el nivel del mar que no supera los
quinientos metros.
Después del
mediodía entro en ese país tan pequeño, Liechtenstein, que casi se parece a
aquel planeta que visitaba el Principito donde hacía de farolero y en el cual
tan pronto como había encendido las farolas de un parte del planeta debía de
correr a apagar las de la parte opuesta donde en ese momento estaba
amaneciendo. Algo así me pasa a mí, entré por un lado de este país de tan buena
pinta y alto nivel económico después del mediodía y probablemente mañana a la
misma hora esté en la frontera opuesta pisando tierra austriaca.
Vaduz, no muy
grande, tenía buena pinta. Un turismo variopinto ocupaba sus calles y terrazas
y por las laderas asomaban las formas medievales de un par de castillos. Un
museo de arte, que me hubiera gustado visitar si no fuera por la pinta
desaseada de salvaje que llevo. Cuando me invitó a desayunar Heidi, me había
puesto la ropa de los domingos y hecho un lavado a conciencia a base de
toallitas húmedas en el garaje, pero me había vuelto a vestir de guarro nada
más me vi en el bosque. Dos mallas, dos camisetas, dos pantalones y cuatro
pares de calcetines constituyen todo el ropero con el que cargo. Así que ahora,
en plena ciudad no era cosa de volver a desnudarme y volver un vez más a la
ropa de fiesta para entrar en el museo. En lugar del museo me metí en un kebab
de unos turcos muy amables que terminaron por invitarme a una cerveza turca
cuando después del diluvio habitual yo hacía tiempo mientras esperaba que escampara.
Me llevó bastante
tiempo aclararme sobre lo que quería hacer. En este punto la vía alpina se
tropieza con el trazado rojo, que es el que yo había tomado en Chamonix y
abandonado diez días después para adentrarme en Suiza camino del Eiger y la
Jungfrau, el camino que la imagen de abajo lleva el color verde. Al fin decidí
seguir por el trazado rojo hasta el punto en que se encuentra con el amarillo,
donde probablemente, cansado de oír alemán recibiré con muchas ganas la caricia
del italiano en la zona de Bolzano. En Bolzano, toquemos madera para que todo
vaya bien, se producirá el cruce de mis tres travesías de los Alpes, aunque
desde allí cada una tira por un itinerario diferente. En esta ocasión volvería
a atravesar las Dolomitas, aunque algo más al sur que en el 2014.
En el mapa el
trazado superior azul corresponde a la travesía del 2003, el inferior a la del
2014 y la línea amarilla superior al trazado propuesto para este año, que
empezó en Chamonix y terminaría en principio a la orilla del mar Adriático. La
flecha azul señaliza mi posición actual.
Bueno, después de
pasar un par de horas dando vueltas al asunto y recopilando tracks e
información parece que tengo las cosas bastante claras. Terminó de llover, así
que me despedí de los turcos, majos también los turcos… siempre y cuando no se
crucen por medio los kurdos o los armenios. El camino empezó a trepar enseguida
por una empinada ladera. Tenía que encontrar enseguida un puesto para mi tienda
antes de que volviera la lluvia… que volvería; además no la podría montar
precipitadamente; era mi nueva adquisición del día anterior. Cuando me encontré
de frente con un castillo, paré y, al lado opuesto me encontré con un prado que
formaba un recodo, en cuyo ángulo más recóndito pensé que nadie podría ver la
tienda. Ah, mi nuevo palacio. Carajo, estaba admirado de su amplitud, me
invadió la sensación que tuvimos en una ocasión en un hotel en China. Estábamos
Victoria y yo en Manchuria y nos habían instalado en pleno monzón en una
habitación pequeña a la que terminaron saliéndole goteras. A cambio nos dieron
una suite que quizás podría llegar a los cien metros cuadrados. Bueno, pues así son de
relativas las cosas, para mí un poco espacio más y la posibilidad de sentarme
sin darme con la cabeza en el techo me producía una similar impresión a aquella
lejana experiencia. Empezó a llover nada más me hube instalado. Sólo un pequeño
problema, andaba despistado y se me olvidó coger agua: paciencia.
2 comentarios:
Hoy el desayuno lo tomo en Islandia, y pienso mientras haya Heidis en el mundo, nos vamos salvando.
Espero que no os llueva tanto como aquí.
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