Enamorados



Sobre Meiringen, 4 de julio de 2017

Cuando caminar vuelve a ser un despreocupado vagar por valles y laderas porque amaneció despejado, el macuto tenía todo lo necesario y no había que preocuparse por el atosigamiento de la lluvia. Día perfecto para recuperar los ratos de lecturas y la contemplación de un paisaje que ya no se escondía entre las nubes y se mostraba agresivo y espléndido rodeado de seracs que se abalanzaban sobre el vacío en el extremo inferior de los glaciares que colgaban aquí y allá como testimonio de otros tiempos.


Nada más empezar a caminar enseguida surgió a mis espaldas la silueta del Eiger hoy sin rubores ni nubes que lo ocultasen. Recordé a Ueli Beck, esas dos horas y veintisiete minutos, creo recordar, que le llevó escalar su cara norte. También estuvieron en mi memoria algunos dramas que conllevaron su ascensión. Lejanas lecturas que me propongo recuperar un día de estos, porque no es lógico que dediqué una parte importante del tiempo de mi recorrido a cuestiones de sociología y economía, más alguna novela, dejando a un lado la historia de la conquista de estas cumbres bajo las cuales llevo caminando tantos días. Mi biblioteca es generosa y seguro que allí encontraré lo que busco. Quién no recuerda con cariño y añoranza todos aquellos libros que bebimos con fruición nada más asomarnos al mimo de la montaña, El primero de la cuerda, Estrellas y borrascas, La conquista de lo inútil, tantos, y, más tarde, los libros de Messner o aquel inolvidable relato sobre la primera ascensión al Anapurna. Todo material, que como la locomotora de Buster Keaton, allí con madera, aquí con libros, alimentaba semana tras semana nuestro sueño romántico de ascender cumbres cada vez más empeñativas y lejanas.

Decía sueño romántico. Me contaba un día un guarda del Parque Nacional del Gran Paradíso con quien hice amistad y con quien consumí más de medio día de charla en un pequeño refugio, del modo en que había hablado no hacía mucho Messner en unas conferencias en la val de Aosta, de la montaña como de la sua amada. No sería disparatado comparar el shock que uno vive cuando se enamora, ese pensar continuamente en la recién encontrada amada, con la situación que se produjo cuando uno quedó prendado por primera vez de la montaña. Cuando todas las aspiraciones y proyectos se dirigían con una pasión que diría yo supera la del amor de mujer en el sentido de que uno pone con frecuencia su vida en peligro en pos de esta nueva amante a veces hasta la enajenación. Basta recordar a los amigos que perdieron la vida o estuvieron cerca de perderla en esos años en que ascender la Oeste del Naranjo en invierno era un reto que alguno no se podía quitar de la cabeza. Y recuerdo al Miembro en aquella fotografía del Blanco y Negro, cuando después de rescatado del diedro último de la pared su rostro tenía cierto aspecto de alguien que viene de otro mundo. O recuerdo a José Ángel Lucas en Los Grandes Jorasses, o a Tino en nuestra familiar Pedriza. O a Manolo el Dientes en Gredos.


 Sostiene Montaigne en sus Ensayos, que la amistad es superior al amor porque aquella es totalmente desinteresada mientras que el amor difícilmente es separable de su interés sexual, lo que implica de alguna manera una compensación, una correspondencia por parte de la pareja. Si mantuviéramos una parecida proposición en relación con el amor a la montaña a lo mejor llegábamos a la conclusión de que éste es superior no sólo al amor en el sentido usual que usamos del término, amor de hombre o mujer, sino también superior a la amistad. Montaigne naturalmente no tuvo oportunidad de escalar montañas, por lo cual no pudo argumentar en este sentido, pero si dejáramos la tarea de definir sus sentimientos respecto a la montaña a muchos de sus amantes incondicionales seguro que por delante de ella no habría nada. De José Ángel Lucas tengo un testimonio en ese sentido, una noche de invierno que vivaqueábamos al pie del Veleta. Pero no sería difícil encontrar decenas de casos dispuestos a confesar ese amor incondicional. Hasta de mi amigo Santiago Pino recuerdo una confesión más parecida hace no menos de cuarenta años, cuando aseguraba que el con la montaña tenía bastante, que no tendría necesidad de casarse.


Bueno, y va siendo hora de volver al día de hoy. El Eiger y los recuerdos que suscitaba poco a poco se fue alejando a mi espalda. A las diez de la mañana estaba en el paso Grosse Scheidegg. El tiempo para mi desayuno. Hacia un sol de invierno muy agradable. Al otro lado el paisaje era muy distinto, más suave, menos imponente, aunque por los costados del Betterhorn, erguido desde el collado, aparecían descolgádose algunos glaciares. Mil cuatrocientos metros de desnivel me separaban de Meiringen. Volví a la lectura mientras atravesaba prados, cruzaba ríos o recorría senderos que se adentran en bucólicos bosques de abetos en donde de tanto en tanto hacían su aparición algunos grupos de abedules. Valle abajo se fue destacando a mi espalda la mole del Wellhorn que se mostraba en el centro del escenario como un aparecido a quien nadie allí podía hacer sombra y que conservaba, como sus compañeros de arriba, el atuendo de los glaciares y la provocación de sus grandes paredes de roca oscura.

El teléfono me deja los ojos hechos una lástima, así que voy terminando. A una hora de Meiringen me encontré un restaurante. Perfecto. Paré, comí y una hora y media después salía, tras visitar el supermercado, de Meiringen camino del Jochpass que en mis notas dice dista de allí unas diez horas. Casi nada. Media hora después, por encima del pueblo encontré un prado perfecto para poner mi tienda. 



2 comentarios:

Paci dijo...

Claro, tenemos y leimos los mismos libros y seguros que seguiras leyendolos. A Uli Steck lo encontramos en Chukum, de hecho en el lodge donde nos alojabamos, yo tenia el cuarto contiguo al suyo, el con su compañero iban a intertar el Lohtse por la cara sur, pared de casi 4000 m, lo intento pero el mal tiempo impidio su escalada, nosotros estabamos con Carlos Soria y Uli lo conocia bien, tuvimos alguna charla interesante y Carlos invito a Uli a venir a la Semana de Montaña de Moralzarzal, Uli acepto y ahi nos volvimos a encontrar.

Alberto de la Madrid dijo...

Algún día me tienes que contar más despacio algunas de las historias de tus andanzas por la montaña. Lo que me cuentas es muy reciente. He estado durante muchos años, décadas, alejado del ambiente del monte, aunque nunca dejé de moverme por ellos. Esto hace que esté poco al tanto de muchas cosas, incluso de compañeros a los que hoy día me cuesta reconocer. Sobre Ueli Steck escribí un post cuando falleció porque me parecía un ser extraordinario pero no conocía mucho más. Lo que me llega por la prensa y algo que pesco en las redes.