La vida es una
cosa rara pero también lo somos nosotros, hombres y mujeres, cuando nos
observamos como hoy después de despiertos en una habitación común, salidos del
sueño, arreglándonos, quitándonos las legañas, yo haciendo rehabilitación de
espalda sobre la cama, ellas dedicadas a largas sesiones ante el espejo. Vida
cotidiana como cuando estás en casa pero junto a tres extrañas de allende el
otro extremo del mundo. Por cierto, que qué horror ser mujer, pienso cuando
observo a estas tres chicas en esta intimidad improvisada sometidas por la
tarde y por la mañana a la larguísima tarea de arreglarse la cara, el pelo, la
ropa.
Hasta la hora de
la salida de mi tren para Turín fui un voyeur de excepción. No tuve esta mañana
otra cosa que hacer que mirar, observar, y Venecia es un lugar excepcional para
ello. Primero, como ya había vito de sobra el panorama de las calles y los
edificios, me centré en los detalles, los reflejos en el agua, los desconchones
de los muros, las pequeñas cosas de la calle que me llamaban la atención. Se ve
que mi cámara aunque saturada de las típicas estampas de la ciudad se revolvía
en el bolsillo de puro no querer estar quieta, así que terminé sacándola cuando
descubrí algunos motivos que acaso tenían más que ver con mi visita a la
colección de pinturas del día anterior que con la ciudad. Y hago un inciso y
miro ahora algunas de las fotos que tomé en mi recorrido entre el hotel y la
estación de ferrocarril de Santa Lucía y pienso que, así, sin más, me salieron
unas cuantas obras de arte en media hora. No es que no quiera ser modesto, es
que la ciudad no tiene desperdicio, tanto si lo que utilizas es un objetivo
normal como un microscopio los resultados pueden ser fantásticos. De hecho desde
el punto de vista artístico, de la armonía de colores y la composición, las
pocas fotos de hoy me parecen de una calidad comparable a muchas de las obras
que se exhibían en las paredes de la Peggy Gugemheim .
Ya sé que generalmente no dedicamos el tiempo que merecen muchas de las fotos
con las que nos tropezamos, la fotografía se ha llegado a banalizar hasta tal
punto que cuando se tropieza con algo verdaderamente bueno ni siquiera se ve;
el mundo se ha hecho velocidad y lo que viene a continuación termina por tragarse
lo precedente sin apenas darnos cuenta, vivimos encima de un patinete sin freno
y es un pena. En este momento hablo de fotos, pero igualmente podría hablar de
estos detalles mínimos, a veces unos centímetros cuadrados, que tanto en lo
muros de Venecia, en el agua de los canales como en los musgos y líquenes que
pueblan las rocas de las montañas crean formaciones tan armoniosas y bellas que
es una lástima que no las podamos disfrutar.
Variaciones sobre un mismo tema tras el paso de la góndola
La segunda diversión de la mañana vino después cuando, llegado al Puente de
Ya en la Val de Aosta |
Un tren de alta
velocidad me dejó en tres horas y media al otro lado del país. Y dos autobuses
más y la gentileza de un chica que había caminado por algunas de las montañas
de España y que paró cuando levanté el dedo en la carretera, me dejaron en el
prado cercano donde recomenzaré mañana mi itinerario alpino, ahora en dirección
sur entre el macizo del Mont Blanc y el Gran Paraíso, que fue por donde corrieron
mis dos travesías anteriores.
Las once de la
noche, demasiado tarde para mantener mis hábitos últimos de levantarme al alba.
Se acabó por hoy.
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