Hayedo de la Pardina. Un curiosa interpretación de la democracia.



Sarvisé, 22 de octubre de 2017 


Un prado en las cercanías de Broto. Un sol que calienta agradablemente el cuerpo después de nuestra habitual caminata. Un culín de vino todavía en el vaso. Un poco de nieve reciente en las cumbres. Las laderas salpicadas con el dorado de las hayas y los robles, con el rojo de los arces, con el verde de los pinos o el amarillo pálido de los avellanos. Estamos en otoño. Ésta es militar crónica de hoy:

Era noche cerrada cuando nos pusimos en marcha. Vimos el primer sol del amanecer sobre la cumbre de monte Perdido y sus dos hermanas. Sus cimas, cubiertas por una nevada reciente, se alzaban por encima del manto azulado de nubes bajas que vagaban perezosas por los valles adyacentes. Rosadas, con el preludio blanco del invierno en sus laderas, aparecían a lo lejos como tres grandes señores que estuvieran dando su bendición a los parroquianos del valle, a los, hoy domingo, centenares de visitantes que recorrerán sin duda sus hayedos este domingo. No, no nos dirigíamos a Ordesa, que con toda seguridad hoy sufriría una concentración multitudinaria; para nuestra excursión habíamos elegido un hayedo, el de La Pardina, que se encuentra en un barranco en las inmediaciones de Fanlo inmediatamente al sur de Ordesas; un paraje que es recorrido por el GR-15 entre Broto y Fanlo y que prometía una agradable y fotográfica caminata. 

En Sarvisé dejamos la nacional 260 y tomamos la estrecha carretera de Fanlo que ya a temprana hora resulta de por sí un bello espectáculo para lo ojos. Un poco antes de llegar a Fanlo un estrecho sendero se precipita barranco abajo. Por ahí descendimos. Húmedo y sombrío, con sus colores a salvo de la cruda luz del sol, el bosque ofrece su mejor aspecto para mi cámara. Más adelante sé que mi cámara me mirará de reojo con escepticismo reprochándome no haber madrugado más, pero cualquiera le decía a la paisana, que ya viene pidiendo un día de descanso, que nos levantáramos a los cinco o seis de la mañana, y todo para tomar contacto con los colores en su momento preciso, es decir antes de que el sol viniera a confundir la delicadeza y la moderación de las tonalidades, la suavidad de las transiciones, los pequeños matices de luz y sombra. Había por ahí algún fotógrafo que salía al campo armado con un serrucho para cargarse todo aquello que se interpusiera en la composición de una toma fotográfica. Siempre hay algo que sobra o que falta cuando uno quiere hacer una buena fotografía. Hoy el Photoshop puede sustituir eficazmente al serrucho e incluso a la dinamita para volar una montaña que molesta a nuestra fotografía ideal, pero es imposible deshacerse del sol a no ser que el fotógrafo disponga de una barita mágica que convocara a las nubes a su gusto. 

Pues eso, que cuando tocamos el fondo del barranco y ascendimos por la solana mi cámara se quedó compuesta y sin novio; sí, se le acabó la fiesta, porque a mi cámara lo que le pirria es la oscuridad, el silencio, lo que se insinúa entre las sombras, los verdes profundos de los musgos allá donde los troncos de los avellanos y los bojes están cubiertos por una espesa capa de verde profundo. Los rincones donde no llega nunca el sol y el verde les sube lánguidamente a plantas y árboles desde la tierra a la cabeza dispuesto a tapizar la existencia de toda la umbría. 

De allí en adelante el camino, como una montaña rusa que quisiera jugar con los caminantes, sube, baja, llanea en medio de un bonito bosque que, aunque no del gusto de mi exigente cámara, siempre resulta encantador. Pensábamos hacer el recorrido hasta Broto, siguiendo el GR15, pero en cierto momento, cuando desaparecieron las hayas para el bosque hacerse robledal, optamos por un itinerario circular que nos devolvía a la carretera en el camino de regreso. Fue una buena opción, porque aunque el asfalto no es santo de nuestra devoción, al abrirse la perspectiva encontramos nuevos rincones de colorido, especialmente en la ladera opuesta, donde todas las especies estiraban el gaznate para atrapar un poco de luz a la vez que mostraban sus bellas pelambreras llenas de colorido. 

Sólo hicimos la mitad del camino de la carretera. Unos colegas catalanes, amantes también del otoño, que venían de vuelta de su paseo, nos llevaron hasta donde habíamos aparcado nuestra chozacar. 

La desnudez con que las hayas amenazaban en Les Ports han hecho que dejáramos para otro año el Hayedo de La Grevolosa, en la comarca de Osona y el parque natural del Montseny (Barcelona), así como la Fageda d’en Jordá en la Garrotxa, con la esperanza de encontrar todavía los vinosos y espectaculares colores de los viñedos de la Rioja, más los bosques vascos y astures; y si nos apuran hasta Galicia y Extremadura podríamos prolongar este viaje si el encanto del otoño no se nos pierde por el camino.

De amigos nos llegan noticias del exterior a este otoño sobre ruedas. Marga Fuentes, la mujer de la voz bonita, me recuerda que el sábado que viene cambia la hora, a las 02.00 será: 1936, dice. Santiago Pino, que anda ocupado con la actualidad, comenta de este raro país en el que mientras 900 empresas se van de Cataluña y trasladan su sede central a Madrid, el PP y el PSOE  trasladan la suya a Catalunya; tan raro, agrega, como que se apruebe el 155 por haberse declarado la independencia y que la independencia se quiera proclamar por el hecho de aprobarse el 155. No leo la prensa estos días, un ejercicio de salud mental que me ha recomendado el cardiólogo y que me está viniendo muy bien; sin embargo algo me estuve ilustrando a través de una entrada, y sus comentarios, en Facebook de  José Manuel Vinches. En ella él citaba palabras de Junqueras en el sentido de que no se convocarán elecciones ordinarias al Parlamento (que evitarían la aplicación del articulo 155) porque "eso no es la mejor manera de avanzar". Decía José Manuel: “No entiendo, hace unos días las urnas, aunque fuera sin garantías democráticas, eran siempre la mejor solución; ahora unas elecciones amparadas por el Estatuto y el resto de leyes y, por lo tanto, asumidas por todos dentro y fuera de España, no son la solución. Ahora no. Antes si.
Mañana, ya veremos si me interesa”. Y terminaba José Manuel: “Una curiosa interpretación de la democracia”. Quizás en esa curiosa interpretación de la democracia esté la clave de la “democracia”; sí, entre comillas porque es una palabra que siempre aquí y en Pekín debería escribirse con comillas. Y para demostrarlo, más abajo Miguel Ángel Morcillo se limitaba a contestar con una cita que venía que ni pintada. Era: "Mi partido está en la legalidad mientras ésta le permita adquirir lo que necesita; fuera cuando ella no le permita alcanzar sus aspiraciones...“ (Pablo Iglesias Posse, diario de sesiones 1910). No dice otra cosa Junquera; no hace otra cosa el PP pasándose por el forro cuantos artículos de la constitución sean necesarios para atender a sus fines partidistas; no hace otra cosa Iglesias con la comisión de garantías de su propio partido o Echenique inventando una norma electoral que les favorezca. 

No fui a más. Bueno sí, allí encontré al amigo Narciso de Dios con el que alguna vez disiento amigablemente, y nos divertimos de paso, que en medio del batiburrillo catalán aseguraba que él escribe en el teléfono con todos los dedos (todos con mayúscula), a lo que yo contesté ilustrándole con mi experiencia de uso del teléfono con la punta de la nariz, un habilidad que adquirí atravesando las montañas de Córcega el pasado mes de septiembre cuando el frío me obligó a llevar guantes. Descubrí entonces que podía evitar la dificultad de quitar y poner guantes activando el gps y la app de orientación con la punta de la nariz. Vamos, que me parece mucho más fácil utilizar el teléfono con la punta de la nariz que con todos los dedos, como aseguraba el amigo Narciso. 




















No hay comentarios: