En el hayedo de Eume







Fraga do rio Eume, 16 de noviembre de 2017 

Ayer terminé con Tolstoi y hoy paso la tarde recorriendo el Camino Norte de Santiago ya a pocas jornadas de Irún. Allí acaba de inaugurarse la primavera y la lluvia y el barro inundan todos los caminos del País Vasco, encantador camino por otra parte donde la niebla todo lo viste de misterio y poesía. Son largas horas de caminar con el tintineo del agua sobre mi capa impermeable, que siempre termina siendo permeable. Inolvidables días de peregrinaje aquellos cuando los brotes de las hayas empezaban a vestir el bosque de la esperanza de un tiempo nuevo y donde el encuentro con otros peregrinos vadeando charcos o compartiendo una animada  conversación animaban ese ambiente terco y ceniciento de la niebla apretada contra los prados o enmarañada entre los robledales que aparecían como condenados de brazos en alto inclinados a nuestro paso dispuestos a contar alguna historia de duendes o lobos. 

Ahora me espera Dino Buzzati y su obra El secreto del Bosque Viejo, que fue recomendación de un amigo de Miguel Ángel Sánchez Gárate cuando apareció por ahí El desierto de los tártaros, que tanto me gustó tiempo atrás. Pero antes de proseguir voy a hacer un inciso. Esta mañana no despedimos del mar y decidimos pasar a continuación por el último hito de este recorrido otoñal, la Fraga do Eume. Fue después de comer, así que el recorrido no podía ser muy largo. Lo primero que nos sorprendió fue el encontrarnos en un paisaje de colinas, que en cierto modo llegaban a resultar monótonas después de abandonar el mar, un profundo valle en cuyas laderas todavía el otoño conservaba su vestimenta de color. Entre la central hidroeléctrica y el monasterio de Xoán de Caaveiro, el río Eume corre encajonado entre dos empinadas laderas pobladas de castaños, abedules, avellanos, hayas y algún que otro laurel. Es un paisaje umbrío donde líquenes, algas y hongos crecen profusamente envueltos en una penetrante humedad; las hiedras trepan por los troncos en compañía de líquenes de un verde intenso que cubre enteramente su superficie y sus ramas. Es un paisaje inesperado en medio de una Galicia de colinas suaves y bosques de eucaliptos. Tuve que volverme al coche a por el trípode debido a la oscuridad que reinaba en las laderas. Un estrecho sendero muy resbaladizo acompaña al río a una discreta distancia del él. Noto enseguida que después de más de un mes de fotografiar los bosques del norte desde la Sierra Norte de Madrid, Aragón y, desde Cataluña y el Pirineo a Galicia, he perdido la frescura que me llevaba a merodear por todos los rincones del bosque a la búsqueda de una toma interesante, riachuelo, hojas, robustos troncos cubiertos de líquenes, la corriente del río bajando alborotada, los helechos color hierro viejo. Paseo por el bosquejo como un coleccionista que dijera para sí: esto ya lo tengo, también aquello. He recogido con mi cámara tantos cientos de fotografías de tantos y tantos bosques, tantos días de niebla, tantos saltos de agua, tantos riachuelos asomando entre las verdes rocas y los helechos, que es difícil encontrar algo nuevo. Así que mi paseo deja a un lado al fotógrafo y sigue el estrecho sendero cubierto todo él de hojas de castaño o robles atento a los resbalones, al rumor del agua, a los colores que pasan esta vez frente a mis ojos con una tan conocida familiaridad que ni siquiera despierta el apetito de mi cámara. 

Después de una hora nos volvemos. Cabía la posibilidad de regresar por la otra orilla pero no nos atrevimos a utilizar una línea discontinua que aparece en nuestro mapa en donde quién sabe si nos podríamos enriscar. Atardece muy pronto y vamos con lo puesto, no es cosa de arriesgarse. El terreno no es difícil, pero fuera del sendero es imposible caminar. La ladera cae abrupta hacia el río Eume. 

Las recomendaciones para leer un libro o cierto autor que a veces uno se encuentra accidentalmente en una conversación o, también, en alguna de nuestras lecturas, tienen a veces una singladura tan fructífera que bien merece la pena probar a leer eso que alguien te aconsejó o que leíste aquí o allá. Mis resultados de encuentros de este tipo son a veces excelentes. La lectura de toda la obra completa de Joseph Conrad, por ejemplo, se la debo a Borges, pero hay un enorme puñado de libros que me encantaron que fueron localizados aquí y allá a partir de un amigo, un comentario o, como en el caso de El secreto del Bosque Viejo, a una accidental entrada en las redes. El que uno pueda descubrir así una obra que va a llenar un montón de horas de agradable e intensa lectura, que te va a hacer descubrir un mundo nuevo o proporcionarte una visión particular del él, que va a acompañarte con sus miedos e inquietudes hasta cumbres que te están vedada o simplemente que van a relajar tu ánimo de parecida manera que lo hace la cercanía del mar, merece nuestro sincero agradecimiento a todos aquellos de que nos convertiremos en deudores si la obra realmente nos llega a encantar. 

Aquí queda mi crónica. Me voy con Dino Buzzati. Hoy damos por finalizado nuestro viaje otoñal de este año. 















La constelación de Orión vela el sueño de los durmientes de la choza ambulante. 



No hay comentarios: