El Chorrillo, 9 de febrero de 2018
El Mesías de
Haendel suena desde temprano en mi cabaña. Hace un saco de años que no lo oía.
Algo menos el Alelulla que nos recibía
en la meta por la megafonía a los corredores caminantes en un estadio de Madrid
hace una década después de haber caminadocorrido cien kilómetros en las últimas
veinte horas. Por cierto, que sonaba magnífico después de semejante trotada,
incluso a mis pobres pies que se arrastraban exhaustos en la última vuelta del
estadio en un nopuedomás que ni yo mismo ni mis ampollas supieron cómo pudieron
llegar al final. Hace días que mi sensibilidad anda despertando de un letargo
invernal y la música de Haendel es sólo una muestra de ese despertar. He hibernado
como un oso en su cueva entre los roquedos cubiertos de hielo. Ahora poco a
poco despierto. Hoy, después de muchos propósitos fallidos, he logrado
levantarme antes del alba y comenzar a caminar en el frío de la madrugada. Era
alentador sentir el frío, unos pocos grados bajo cero, en el rostro. Es curioso
cómo las sensaciones alentadas por el frío, el desentumecimiento de los
músculos, un cielo desteñido con algunas estrellas aquí y allá que empieza a
clarear por levante, pueden engendrar por mor de las concomitancias y el
paisaje nuevo de la mañana, asociaciones y recuerdos que, dejándolos mecerse
entre los olmos, los charcos helados o el silencio de la hora, saliendo una de
dentro de otras como las muñecas rusas, son capaces de cambiar el rumbo de los
acontecimientos.
El oso, hasta ayer adormecido en
su cueva entre sus libros y el contemplar el mundo desde su soledad, de pronto
despierta y siente que su cuerpo empieza a pedirle ponerse en movimiento. Un
suave manto de rocío cubría el campo; las cebadas, altas ya más de un palmo,
yacían con su cerviz caída yerta de frío; el hielo de los charcos, con un
grosor de más de un centímetro, dibujaba formas ovaladas en el blanco sucio de
su superficie. A mis pensamientos amodorrados todavía por el dilatado letargo de
la primera mitad del invierno, les costaba entrar en este mundo nuevo que
empezaba a abrirse cuando los recuerdos del pasado invierno empezaron a asomar
la cabeza por el umbral de la memoria. Recordaba el último tramo de la Ruta de
la Lana, los cantos de los monjes del monasterio de Silos, los diez bajo cero
de las seis de la mañana cada madrugada; luego el Camino de San Salvador y el
tramo para llegar al puerto de Pajares abriendo huella con nieve hasta las
pantarrollillas después de abandonar de noche el pueblecito de Poladura de la
Tercia; las subsiguientes jornadas de lluvia en el Camino Primitivo, el
espléndido paisaje invernal; en fin, el Camino Mozárabe al que me volví después
de pasar en enero por el hospital a primeros de marzo. Los recuerdos se
agolpaban y al oso empezaban a entrarle ganas de nuevos caminos. Las profundas
rodadas de los tractores, duras como piedras por en frío, me recordaban también
largas jornadas por caminos arcillosos donde mis botas se hundían hasta la caña
cuando el calor de media mañana volvía a reblandecer el campo. Recordé también
a una simpática peregrina del Camino Norte que al intentar pasar un barrizal e querer
levantar las botas de nuevo a base de tirones sólo consiguió sacar el pie. Las
botas se habían quedado enterradas en el barro. Todo bondades que se recuerdan con
una sonrisa cuando rememoro mi tránsito en invierno por los Caminos de
Santiago.
Con estos y otros recuerdos
similares se me fue calentando el alma; mi faceta de vagabundo estaba entrando
en ese punto en que un paso más y ya estaría en un tristrás de llegar a casa y
ponerme a hacer el macuto. Al alcanzar la cima del cerro antes de los almendros
el sol ya había asomado taciturno por encima de las cebadas, ya me había
convencido de que un día de estos me volvería a echar al campo a patear los
caminos de alguna parte del mundo. Ahora sólo faltaba determinar dónde. La
noche anterior había estado preparando mis próximas lecturas y había sopesado
leer a algunos portugueses. Leer autores de lugares que uno atraviesa pisando sobre
la tierra del país fue siempre una afición productiva; y recordaba cómo
llegando a la frontera portuguesas por el GR10 después de salir de Valencia un
par de meses antes, se me impuso la lectura de Fernando Pessoa y Eça de Queirós
con una fuerza que hizo que me bebiera prácticamente El libro de desasosiego y La
ilustre casa de Ramires. Había seleccionado algunos libros de Saramago y
Antonio Antunes como posibles lecturas, así que no hubo duda, ya tenía el lugar
donde caminar: Portugal. Ahora, ¿qué parte de Portugal? Tenía algunas pistas.
Una provenía de Manuel Coronado, el amigo trotacaminos de Mérida que en algún
momento me había sugerido una ruta por el Algarve; después estaba el Camino de
Santiago Portugués de la Costa. Así que si quería completar el recorrido de la
ribera atlántica podría hacer la Vía Algarviana, terminar en el cabo San
Vicente, seguir después la Ruta Vicentina hasta Lisboa y desde allí continuar
por uno de los caminos de Santiago hasta la plaza del Obradoiro.
En estas condiciones esta mañana,
después de caminar mi largo paseo matinal por los cerros que rodean mi casa, me
puse manos a la obra. El proyecto de salir de las inmediaciones de Huelva con
destino Santiago de Compostela era alentador pero pronto surgieron
dificultades. Me gusta pernoctar en mi tienda, pero en esta época las noches
son tan largas que prefiero utilizar un albergue o un hotel. Rastree la Vía
Algarviana y los precios de alojamiento que me encontré, salvo en un par de
etapas, no me gustaron. Me sucedió lo mismo con el Camino de la Costa. La
alternativa barata pasaba por utilizar la infraestructura de albergues del
Camino Portugués. Así que, mientras llega la primavera y sus noches más cortas
que las hagan más habitables para vivaquear, decidí acogerme a la hospitalidad
de los albergues del Camino Portugués. Después ya veríamos.
Como quien no quiere la cosa, un
simple paseo matinal ha logrado de bóbilis bóbilis ponerme en camino. En un par
días dejaré el confort de casa camino de Lisboa y el sendero que me llevará una
vez más a Santiago de Compostela. Los Caminos de Santiago son una delicia en
esta época del año, sosiego, silencio, la siempre entrañable charla con algún
peregrino despistado a quien no arredra el frío.
1 comentario:
Como diría Clint Eastwood, ! Anímame el día¡ si alguna vez en tu camino te das la vuelta e intuyes una presencia detrás tuyo, no te alarmes, soy yo.
Te pido mil perdones por no haber ido a verte, pero desde que nos vimos no he parado, Nepal, Ruanda, USA, el pirineo, y las Dolomitas.
Ya te contare. Y mi admiración al oso que sale de la hibernación y empieza el camino.
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