Hoy va de Torquemadas, sueños y caminos convertidos en ríos





Viana do Castelo, 1 de marzo de 2018 
Etapa Esposende – Viana do Castelo 

La luna aparecía nada más echarme al camino como una dama misteriosa escondido su rostro en alargados fulares negros. Los primeros kilómetros, de asfalto, por una carretera a hora tan temprana con un discreto tráfico, requieren de mí atención continuada. Los conductores portugueses no parecen muy respetuosos con las distancias que deben dejar entre su automóvil y el peatón que circula por el arcén. La velocidad que llevan le parece excesiva al caminante, más si se quiere en estas carreteras pavimentadas con adoquines. A lo lejos aparecen los potentes focos de uno de estos fantasmas nocturnos con las luces largas. Enciendo mi linterna para hacer evidente mi presencia. Pasa como una exhalación. Luego es un camión; tras él queda el sordo estertor de un monstruo que se aleja en la noche.


Paro en Belinho a desayunar. No sé por qué esa “nh” del portugués me suena más cantarina y alegre que la sonora y particular ñ de nuestro castellano. ¿Por qué será que el italiano y el portugués nos suenan tan dulces frente al adusto castellano de la meseta? Al salir a la calle tengo que ponerme mi equipo de agua. Llueve, primero suave, como si la mañana se fuera a vestir de chirimiri, pero la cosa no tarda en convertirse en aguacero. Llueve en toda regla durante casi todo el camino.

Cuando el camino se aleja de la carretera, oh, bendita ilusión, el entorno se hace enseguida de cuento. Una estrecha trocha corre por una inclinada ladera abrigada por un apretado bosque de eucaliptos, pinos y sauces blancos que lucen la gala de sus amentos amarillos, ahora ya bajo la cortina de un diluvio. Bosque no muy grande pero encantador, con sus rocas vestidas con el verde brillante de los musgos, con el río, ruidoso y de aguas abundantes rugiendo allá abajo como gigante enfadado con la giganta de turno que deseara menguar su enfado dándose trastazos con los árboles y las rocas de la orilla. Más allá, en un claro, un solitario molino de agua testigo de otros tiempos. Cuando cruzo el río por una pasarela de grandes bloques de granito me paro en la mitad para hacer una fotografía. Y levanto la cabeza y me encuentro a una chica bajo un paraguas que está fotografiando mi paso del río. La saludo levantando el brazo y ella me contesta de igual manera y entonces yo la fotografío a mi vez.


Esta mañana caminaba preocupado pensando en mi amiga desconocida que en un par de semanas viene a continuar el GR10 que dejó a la altura de Bustarviejo y que quiere continuar ahora. Mitad de marzo no es una buena fecha para atravesar en toda su extensión la sierra de Guadarrama, que igual te la encuentras impracticable por la nieve que despejada. Una incógnita porque si te toca abrir huella tras alguna nevada la cosa puede ser muy dura. Tampoco hay muchos lugares para abastecerse y desconozco si mi amiga va sola o acompañada, si lleva tienda, si su equipo y su experiencia se corresponderá con las dificultades que puede encontrar en el camino; aunque si está despejado y si ha desaparecido la nieve puede ser un agradable paseo. En fin, que me preocupa un poco.


Cuando comencé este camino, me subscribí a algunos grupos de Facebook relacionados con los caminos de Santiago con intención de llegar con mi crónicas a peregrinos que pudieran estar interesados en ellas. Una caminata en invierno por los caminos que llevan a la plaza del Obradoiro siempre puede ser sugestiva para otros peregrinos. El caso es que no esperaba que alguno de estos grupos de Facebook estuviera guardado por Torquemadas cuyo beneplácito es necesario conseguir para compartir mis experiencias del camino. Hoy, andando bajo una intensa lluvia me hacía gracia que para que otros peregrinos pudieran acceder al relato de mis crónicas tuviera que esperar ese beneplácito de alguien que, caliente en su casa y lejos de la lluvia y del barro que el peregrino debe atravesar calado hasta los huesos, tuviera a bien conceder el acceso a la publicación de su crónica. Nada que objetar, porque cada uno hace en su casa lo que quiere o lo que los otros les dejan, simplemente que me hacía gracia. Y es que al peregrino que esto escribe nunca le gustaron los Torquemadas ni las censuras previas, que le parecen cosas de otro mundo en donde uno o unos pocos tienen la facultad de decidir si algo es publicable o no. Y peor todavía, que recibí la invitación de un grupo de Facebook llamado “Camino Primitivo”, insisto, que recibí la invitación, que no la pedí, y en ese grupo los señores Torquemadas de turno, lo comprobé después, ni han dado paso a mi publicación ni se han dignado dar ninguna explicación. La elegancia y las buenas costumbres se ve que están lejos de la mente de algunos que acaso se llamen “peregrinos”. Hice el Camino Primitivo el pasado invierno y me sienta mal que algún Torquemada de turno, usurpando el nombre de un camino que es de todos, decida por su cuenta y riesgo lo que en ese grupo se publica o no. La persona que me invitó en su momento a ese grupo quizás tendría algo que decir. Por cierto: ¡Viva la libertad de expresión!


Hoy atravesé lo que será con mucho, pienso, el paraje más bello de todo lo que veré en este caminar de invierno. El bosque ahíto de agua, la belleza húmeda del entorno, todo ello me recordaba mi paso por el Camino Norte de algún invierno anterior. La extraordinaria belleza de los umbríos hayedos del País Vasco bajo la lluvia es algo que no se olvida y a cuyo recuerdo me remitía algún paraje de la mañana.

Esto era el Camino de la Costa esta mañana en muchos lugares

Al entrar en el pueblo de Anha las campanas golpean los tímpanos sin piedad. Las calles aparecen desiertas como en el limbo, pero las campanas, dueñas de repente del aire y del espacio restallan contra los oídos como dioses caprichosos con derecho de pernada ante los oídos de toda la población. Las campanas son un fenómeno bucólico que llena de resonancias nuestra disposición a la nostalgia, pero cuidado, que también pueden ser un coñazo en manos de un párroco puntilloso dispuesto a no dejar dormir al vecindario con su grito a fuego de badajo de “aquí estoy yo”. En país laico, y aunque nuestra nostalgia sufra por ello, el comedimento de las campanas debería ajustarse al volumen proporcional de los fieles practicantes de los ritos relacionados con el campaneo. Recuerdo que hace muchos años me vine a vivir a un pueblo cercano a Madrid y tuve “la suerte” de habitar una casa próxima a la iglesia del pueblo. El capricho de echar a volar la campana cada media hora me quitó el sueño durante mucho tiempo antes de que me acostumbrara a soportar tan desmedida costumbre. Ni los tapones de cera servían. Todo mi sueño nocturno estaba seccionado en fracciones de media hora.


Diluviaba cuando estaba cerca de Viana do Castelo y me tropecé con un cartel que invitaba al peregrino a visitar el Hotel do Casi. La sugestiva idea de tener en un mismo sitio lavandería, restaurante y un lugar para dormir me atrapó. Diez minutos más tarde, acordados los precios de la estadía del peregrino en esta moderna posada del camino, estaba bajo una ducha de agua caliente, placer donde los haya en un día de intensa lluvia. Comí como un señor, escancié mi sed con más de medio litro de vino de la tierra, dioses de las vides y del rojo fuego que da este país, sucumbí al placer de algún sofisticado postre, al buen café que se hace en esta tierra lusa y, por fin, llegó, sí, el descanso del guerrero, la siesta bajó el arrullo de la lluvia golpeando en los cristales de mi habitación.

Uno puede teorizar cuanto le dé la gana sobre lo que sea, incluso si se trata de Pessoa, pero el placer que se siente después de siete horas de caminar bajo un diluvio al encontrarse con la ducha caliente, una buena comida, un vino de la tierra y la posterior inmersión en una apacible siesta bien merecen todas las mojadas y los fríos de la mañana. Además, el verbo aquecer, en portugués, que me ha costado hacer comprender a la chica de la recepción, ha terminado por poner la guinda encima del pastel de la tarde. El traductor de Google ha terminado por funcionar perfectamente ante mi insistencia: Você não pode me fazer algo para aquecer o meu quarto? Es decir: ¿No me puede conseguir algo para calentar mi habitación? El traductor funcionó perfectamente. Cuando volvía de comer a mi habitación, ya sentí nada más abrir la puerta el runrún del sonido del conector de aire. Mis botas se secarían con él en un santiamén.


Y tengo por ahí un whatsapp de mi amigo Jorge, al que días atrás envié una cita del poco enamoradizo Pessoa que se descubre hacia el final de El libro del desasosiego, y muy en el fondo profundamente enamorado. Y va Jorge y me contesta: “Tal vez no tenga otro sueño que tú...”, y me digo que quizás tenga que asentir. Y como soñar es un acto muy humano de muchos recodos y vueltas, termina citando a Borges y a García Márquez, en que uno y otro se sueñan recíprocamente y no sólo eso que también tienen la seguridad de que el otro había soñado que el segundo había soñado con el primero. Sitúese uno entre dos espejos y tendrá la imagen del objeto de los sueños de estos dos narradores.

La estricta realidad de Calderón de que la vida es un sueño es una tarea que invita de continuo a Borges a parafrasearse a sí mismo, aunque sea a costa de otro sueño como el de Alonso Quijano de Cervantes, o incluso a Shakespeare, quien en Everything and Nothing es soñado por Dios, a la vez que Shakespeare sueña a sus personajes.

No sé si viene a cuento todo esto, pero merece la pena, creo, le digo a mi amigo Jorge, Borges el cascarrabias, el que lo tuvo crudo para los amores, como Pessoa, que según recuerdo se casó después de los sesenta años y no le duró el matrimonio más de medio año, jugó tanto con la cosa de los sueños que acaso se confundieron a sí mismos con el objeto de su sueño. No es de extrañar, como él cuenta en el relato titulado El otro, que Borges, sentado en un banco al norte de Boston, en Cambridge, se encontrara con Borges sentado al otro extremo del mismo banco. Y más extraño todavía, como Borges relata, que el otro no acudiera a su cita al día siguiente: “He cavilado mucho sobre este encuentro, escribe Borges, que no he contado a nadie. Creo haber descubierto la clave. El encuentro fue real, pero el otro conversó conmigo en un sueño y fue así que pudo olvidarme; yo conversé con él en la vigilia y todavía me atormenta el encuentro”. ¿En qué punto somos sueño, soñamos o somos cosa soñada?

Acompañé en un guasap estas líneas para mí amigo Jorge:

Se me olvidó comentártelo pero sí, días atrás tropecé en el mapa, al este de Porto sobre la ribera izquierda del Duero, con un pueblo y una foz llamados Túa. Quizás tienes algún ancestro de hidalguía lusitana sin saberlo.

No sólo García Márquez juega, o sueña, que vaya usted a saber si no es lo mismo, con que Melquiades atraviesa el vano de la ventana de un lejano Macondo, volando en una alfombra mágica, o Borges se encuentra con Borges en un parque de Boston estando el segundo en la ciudad de Ginebra, que hasta yo mismo, e imagino que los demás podemos despertar algún día sin saber realmente quienes somos, lo que nos obligará a ejercer de Seguismundos a la búsqueda de la luz, de nuestra propia identidad. Quizás soñar sea seguir el hilo de Ariadna buscando la salida de la cueva del Minotauro donde estamos encerrados.

Tus líneas me sirvieron para seguir dándole a la carraca de mi escritura diaria. Hay más en mi post de hoy. Cosas de pasar un rato, divertimento para una tarde de lluvia en un lejano hotel de Viana do Castelo en el Camino Portugués de la Costa.

Otras publicaciones del autor:








No hay comentarios: