Eisberghütte,
7 de julio de 2018
Hochfügen
– Raskooehütte - Eisberghütte
El
estruendo del río se mezclaba anoche con la poesía de la película de Mizoguchi,
La emperatriz Yang Kwei-fei, con los
colores pastel de los rostros de las mujeres y los cerezos en flor. El primero
un mundo brutal y violento, hecho de la fragosidad de las aguas bravas buscando
su camino entre los accidentes de las rocas, el segundo todo maneras aprendidas
y perfeccionadas por generaciones de una educación sutil en donde la música y
las ceremonias, el amor, hacían de la
vida un arte en el que la naturaleza jugaba el papel esencial de despertar los
sentidos a la belleza.
De
momento las montañas se han hecho de paisaje suizo de grandes prados donde
pastan las vacas y en cuyas laderas viejas casas de madera con flores en los
balcones y las ventanas salpican el paisaje. El día está turbio, el tiempo no
se decide a poner buena cara y en las alturas hace frío. A mi espalda, lejos
ya, aparecen las escarpadas montañas que escalé ayer. Son ya el pasado. Todavía
permanecerán un poco en mi memoria pero en unos días solo quedará el rastro del
refugio y la capilla de la cima, y por supuesto el rostro travieso de una chica
que me hizo una foto en la cumbre. El día de hoy me predispone a mirar desde el
presente a mi alrededor. Una vida sin sentido, tal cual es, tiene a veces
el sabor a una cerveza caliente.
***
La
pista es monótona y aburrida. Por ella sube un individuo cargado con una
respetable mochila, este hombre ha dormido bien, lo acunó el río; anda algo
preocupado con lo que parece una infección de la uretra y cada vez que pasa un
arroyo se le ve ingerir grandes cantidades de agua. Hoy le sorprende a menudo
la pertinaz manía de preguntarse por qué está ahí, subiendo por una ladera sin
atractivo de parecida manera a como lo haría un dócil borrico. El caso es que
si no estuviera ahí estaría en otra parte, quizás sentado en casa sin tener que
cargar, simplemente mano sobre mano o leyendo un libro; también podría
estar viendo las pinturas de Kandinsky en un museo de Munich. ¿Esto sería mejor
que aquello? ¿Lo de más allá sería más conveniente que lo de más acá? ¿Pero si
la vida no tiene ningún sentido a qué hacer esto o lo otro si todo para en
nada? En ese circo anda metido el hombre ese del macuto.
Hoy
está como el tiempo, algo circunspecto. Sólo se le ve esbozar una sonrisa
cuando la chica que trabaja en el refugio Raskogelhütte le pregunta con su
carina de pan candeal por su nacionalidad. Lo hace con una sonrisa tan encantadora
que al caminante le produce flojera en las piernas. Pero es una flojera
invisible para los demás, uno de esos ramalazos que un amante siente como una
caricia.
Como
otras muchas veces tocó desayunar salchichas. ¡Qué poco originales son estos austriacos
con sus salchichas y sus tres, no más, variedades de estas cosas con carne
dentro, poco variada también, que atan por ambos extremos. El vagabundo no hace
ascos a las salchichas, cuando se embarcó en esta aventura ya sabía lo que le
esperaba, los mendrugos de pan que lleva en el macuto, el queso y el embutido
dan testimonio de ello, del tipo de comida de asalto con que se merienda cuando
no pilla una buena cocina en su camino… que son muchas veces.
El
paisaje ha cambiado ahora descendiendo del refugio y, junto a las grandes
praderas y el cencerro de las vacas, al fondo aparecen altos picachos rodeados
de neveros. Ha salido el sol y en una de las revueltas se le ve cómo se para,
descarga y saca su alfombrilla solar que la coloca delante del pecho como si
fuera un babero. Después de dos o tres horas el babero pasara a colgarlo en la
parte derecha del macuto acorde con la orientación del sol. Luego se le ve
sacar el auricular bluetooth y enseguida se sumerge en la escuchalectura de
Erick Fromm que está mañana le va a soltar una inesperada charla sobre
narcisismo. Así mientras las revueltas de una cómoda pista van quedando atrás,
el caminante refresca su memoria con la historia de aquel Narciso tan enamorado
de sí, que Némesis, la diosa de la venganza quiso castigar su engreimiento
haciendo que se enamorara de su propia imagen reflejada en el agua de una
fuente. En una contemplación absorta, dice la Wikipedia , incapaz de
separarse de su imagen, acabó arrojándose a las aguas. En el sitio donde su
cuerpo había caído, creció una hermosa flor, que hizo honor al nombre y la
memoria de Narciso. Mientras el caminante va escuchando a Fromm sospecha que el
narcisismo no es del todo malo, que todo depende, como en tantas cosas, del
grado en que uno sea narcisista. La autoestima, ese bien tan necesario para
estar en la vida cómodo y no sentirse tan poquita cosa como para tener que ir
con la cabeza gacha por el mundo, al caminante le parece muy deseable, pero no,
no se trata de eso. Sería más el caso de aquel escritor que se encuentra con un
amigo y durante mucho tiempo le habla de sí mismo. Después dice: «Hablé de mí
hasta ahora. Hablemos ahora de ti. ¿Te gustó mi último libro?». Este tipo de
comportamientos, que cita Fromm, es típico para muchos que están preocupados con
lo suyo y que prestan poca atención a los demás salvo como ecos de ellos
mismos.
Bueno,
al vagabundo le vienen a la cabeza enseguida un par de personas que conoce que
son la quintaesencia de ese narcisismo, narcisismo salpimentado con un
engreimiento tal que cuando no puede evitar un comentario en las redes o una
conversación se las ve crudas para mantener la compostura con tales sujetos.
Unas revueltas más y de pronto se para al caminante y, como quien vuelve a leer
unas líneas para comprenderlas del todo, se concentra y rebobina el párrafo,
que dice: “En muchos casos, la orientación narcisista puede ocultarse detrás de
una actitud de modestia y humildad; no es raro, realmente, que la orientación
narcisista de un individuo tome su humildad como objeto de su autoadmiración”.
Vamos, que mi vagabundo no arranca; que aquello le ha llamado la atención.
¿Quizás sea porque le he visto yo alguna vez hablando de sí mismo como poquita
cosa, llamándose ignorante o pobre maestro escuela, o cuando incluso se dedica
apelativos como mediocre? Me temo que debe de haber algo de eso, porque mi
caminante, que también gusta reírse de sí mismo de vez en cuando, se ha
mosqueado. Y me le veo yo diciéndose en secreto para sí mismo, y sin que le
oiga nadie: ¿Oye, tú, no será como dice el tío ese, Erick Fromm, que “mis actos
de humildad” no sean otra cosa que narcisismo sin más? ¿No estaré tomando la
humildad como objeto de mi autoafirmación?
Y
habría que verle ahí en mitad de la pista rascándose la cabeza como quien tiene
ante si un problema complicado de resolver.
Complicado
le sería una hora más tarde seguir su itinerario cuando en la parte opuesta del
valle le tocaba hacer una subida de setecientos metros de desnivel. Primero el
sendero se fue esfumando poco a poco hasta quedar convertido en algo muy
impreciso. Pero lo peor vino después, de golpe se abrió una claridad en el
bosque de la que aparecieron unas monstruosas máquinas que habían destrozado
todo el entorno convirtiéndolo en un enorme barrizal mezclado con ramas y
troncos esparcidos por todos los lados. Aquellos monstruos oruga, que debían de
estar abriendo camino a un teleférico habían hecho desaparecer totalmente el
sendero. Le vi vagar durante una hora de acá para allá en pendientes
complicadas llenas de alta vegetación hasta que no tuvo más remedio que darse
por vencido y dirigir sus pasos a una lejana carretera doscientos metros de
desnivel más abajo.
Más
tarde le sucedieron otras cosas, estaba en su sino hoy, sí. Varios restaurantes
que aparecían en su mapa estaban cerrados. Tierra esta de mucho público en
época de nieve, hoy aparecía solitaria sin un alma entre los remolques o los
edificios de alquiler o restaurantes. Y aunque no tenía apenas comida, esas
consabidas salchichas o sus primas hermanas y un trozo de pan, no quiso seguir
adelante y allí se quedó a las cuatro de la tarde junto a un arroyo,
prefiriendo pasar algo de hambre a renunciar a su hora de contemplación. Ahora
ha puesto la tienda junto al arroyo y por la puerta de tela le veo absorbido en
menear sus dedos índices sobre la pantalla del teléfono. Me pregunto si este
chico no estará algo zumbado.
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