Rasun
di Sopra, 17 de julio de 2018
Refugio
Vedrette di Ries – Anterselva di Mezzo - Rasun di Sopra
Antes
del amanecer las contraventanas empezaron a golpear con la fuerza del viento,
un tac tac que no me dejaba dormir. Al poco rato empezó a asomar un día turbio
y desagradable. El refugio, a 2800
m . era un oasis en esta hosca mañana. Las cumbres de los
alrededores estaban parcialmente cubiertas por las nubes y por los cristales de
la ventana resbalaban gotas de agua. No me quedó más remedio que levantarme si
es que no quería perder el desayuno. Con ese tiempo habría sido una excelente
opción quedarse bajo el edredón hasta el mediodía.
Abajo
el padre de Iris ya hacía tiempo que trajinaba en la cocina. A los alemanes de
la noche anterior, que parecían no haberse movido desde entonces, se había sumado
ahora un contertulio más, un hombre joven y extrovertido que hablaba
interminablemente acaparando la atención de los otros que escuchaban como se
escucha al prete que larga su sermón desde el púlpito en la misa de los
domingos. Cuando me disponía a marcharme aparecieron también Iris y su madre.
Tuvimos una calurosa despedida.
El
viento, que era muy fuerte en el collado, desapareció momentos después cuando
el camino empezó a hundirse en la ladera norte. Aquello parecía una vía
ferrata. La imaginación del que diseñó este sendero no ahorró esfuerzos para
llevarlo en todo momento recorriendo las paredes de un espolón rocoso. Largos
tramos de escaleras construidas con robustos troncos describían un complicado
zigzag equipado parcialmente con cables de acero. Me volví en algún momento, el
refugio en lo alto parecía un huérfano abandonado a la suerte del viento y el
frío. El aspecto que ofrecía el valle y las montañas colindantes en la primera
hora eran las propias de un mundo oscuro impropio para ser habitado. Las
escaleras, como las de Jacob, pero como si descendieran de un lúgubre mundo del
alturas, sorteaban continuos resaltes de roca oscura y angulosa. Pero fue
llegar a la base del espolón y entonces la vida cambió de color, junto a las pedreras
surgieron pequeñas manchas de vegetación y más abajo no tardó en aparecer el
bosque.
Ahora
llovía, pero no era desagradable. Me paré a charlar con una pareja que iba
camino del refugio y que estaban interesados en saber qué tal estaba el último
tramo del camino. Bueno, pues no muy bien, pero se sube. Lloviendo tendréis que
tener cuidado con el suelo, les dije. Más abajo me crucé con dos ángeles que
dieron unos muy agradables buenos días. Una pareja me detuvo sin más para
charlar. Hoy tenía la sensación de que me acercaba al Mediterráneo con más
rapidez que de costumbre. Caminar de norte a sur desde Alemania tiene esa
característica. En el mundo siempre hay gente simpática y comunicativa pero a
los centroeuropeos les cuesta más sonreír, aunque no pierden puntada cuando
están en grupo en los refugios para divertirse con las bromas de unos o los
chascarrillos de otros.
Bueno,
pues allá en lo hondo estaba el valle, mil seiscientos metros de desnivel de
bajada desde el refugio, pero el caso era que después de llegar allí abajo
había que volver a subir, en esta ocasión mil doscientos metros. No me hacía
gracia aquello lloviendo como estaba y sabiendo que después de subir tendría
que bajar otro tanto para encontrar algún sitio donde comer algo. Después de
consultar el mapa no tardó en pasárseme por la cabeza la idea aquella de Paulo Coelho
de si te tropiezas con una montaña por medio, hablaba, claro es de esa clase de
obstáculos con que uno se tropieza en la vida, lo mejor es rodearla. Sí, así
sin más decidí tomarme unas pequeñas vacaciones rodeando aquellas enormes
estribaciones. Donde la guía daba jornada y media ahora mi app, rodeando la
montaña, me lo dejaba en una marcha por pulidos senderos de cuatro horas y
media.
Una
vez en el valle me daba la vuelta de vez en cuando para observar casi incrédulo
de dónde venía. Las montañas del macizo de Vedrette di Ries que había
descendido aparecían imponentes desde abajo. La situación del refugio sobre el
espolón rocoso parecía inverosímil. Ahora tenía por delante un bucólico camino
a la vera de un riachuelo que atravesaba prados y bosques y pasaría a la hora
de la comida junto a un coqueto lago a cuya orilla había un bar donde la gente
tomaba cerveza. Me apañaron algo de comida.
Atravesaba
un bosque, eran las tres de la tarde y me acercaba a una zona poblada, Rasun di
Sopra, cuando decidí que por hoy ya estaba bien; al fin y al cabo había
decidido horas antes que hoy era día de vacaciones.
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