Camino del Pirineo. Kurtyka, el arte de la libertad



Madrid - Jaca, 20 de agosto de 2018


Al fin logro despabilarme, el autobús atraviesa un paisaje de rastrojales y pequeños encinares, un pueblo del que sobresale el campanario de piedra, algunas lomas donde los molinos de viento yacen de brazos caídos como obreros en paro, el tapizado amarillo de los girasoles, la negra silueta del toro que se yergue junto a nuestras carreteras. Voy camino del Pirineo. Hice de vagabundo durante mes y medio en los Alpes y a la altura del Cervino me entraron ganas de volver a casa y para allí me fui. Diez días más tarde las montañas volvieron a llamar a la puerta de mi ánimo y allí me voy, obediente como corresponde, de nuevo.

Sucedió, además, que en el mes de junio había dejado empezadas algunas lecturas, entre ellas unas relacionadas con ascensiones en el Himalaya que a los pocos días de retomarlas ya me habían puesto al borde de un nuevo deseo. En algún momento de la hora de la siesta, mientras Voytek Kurtyka escribía en El mandarín chino que comprender que el único anhelo verdadero de todo ser, impreso en su interior, es precisamente el deseo de transformarse y crear, o afirmaba que la escalada “es en realidad un difícil intento de alzarnos por encima de nosotros mismos, de alcanzar la libertad”, ya empezó a bailarme en la cabeza una nueva necesidad. Tendemos a la comodidad y la pereza es en ocasiones una tenaza sobre nuestras disposiciones, pero ahí está también para hacerlas frente ese maravilloso instinto de supervivencia que transforma nuestro ser en un buscador de emociones, en un atrevido individuo al que se le arrebola el ánimo cuando vuelve a encontrarse entre las palabras de un libro la caricia de ese caro sentimiento de libertad, de encuentro con uno mismo del que hablaba Kurtyka. Y es que hay sensaciones, estados de ánimo e intensas vivencias que parece que fueran del dominio exclusivo de ese tiempo tan especial que pasamos entre las montañas.

Ayer, cuando apenas había leído unas pocas páginas del libro de Kurtyka, tuve que detener la lectura porque, teniendo el volumen apenas un poco más de un centenar de páginas, empezaba a temer que se me acabase demasiado pronto. La recomendación del amigo Paco, y más tarde mi intuición al hojearlo, ya me habían puesto sobre aviso de que aquello me iba a estimular en gran manera. Detalles, algo que has leído de un hombre; me sucedió con otro alpinista que aparecía en el relato de Kukuczka de su ascensión al K2, esta vez era Renato Casarotto, un hombre que parecía pasearse por la cumbres del Himalaya como a lo Messner pero sin ningún ruido mediático y sin tantos medios. Sólo encontré un libro suyo en italiano, Goretta e Renato Casarotto. Una vita tra le montagne. Cuando era niño me estimulaban las lecturas de la biografías de personajes famosos, incluso la de libros religiosos como aquel de Santo Domingo Sabio, un discípulo de San Juan Bosco que ponía piedras en su cama para “dormir” sobre ellas a mayor gloria de Dios (cosa de haber estudiado en los Salesianos), ahora que soy mayorcito, como si ese ánimo de superarse o de no adormilarse me siguiera persiguiendo, de vez en cuando lo que me meriendo son libros de aventuras o de montaña entre otras cosas, que ayuden a mi fantasía a inventar o persistir en formas de vida alentadoras e imaginativas. Y la verdad es que los alpinistas son una buena fuente de nutrientes para mi dieta vital, glúcidos, lípidos y prótidos con que alimentar esa parte del alma que necesita del ejemplo de los hombres fuertes y creativos.

En la portada del El maharajá chino una serpiente acecha por encima de las manos de un escalador que tantea un agarre sobre el que izarse. Es un bello dibujo a la pluma a cuyo simbolismo mi lectura todavía no ha llegado; ¿acaso la lucha con la Mermelada, el miedo informe tomando el cuerpo del reptil? ¿El acecho de la muerte como en la película de Bergman?



¿Quién es este Kurtyka?, me preguntaba ayer mientras el ventilador ronroneaba como de costumbre desde la mesilla de la esquina donde un juego de ajedrez con piezas talladas en madera esperaba que me acordara de él? Había algo de enigmático en tener un par de libros suyos al alcance de la mano sin más y sentir esa extraña curiosidad mezcla de admiración e intriga por la vida de alguien. El segundo volumen llevaba el título de Kkurtyka, el arte de la libertad, y su autora es Bernadette McDonald. Su título añadía un motivo más para sumergirme en la lectura y tuvo su parte también en mi decisión de partir de inmediato hacia las montañas.


 Ahora, mientras espero mi autobús que me llevará a Astún, me tomo un granizado de limón frente a la estación. En fin, que he terminado de despertarme del sopor del viaje de autobús entre Zaragoza y Jaca y ahora vuelvo a ser persona. Esta noche dormiré en los alrededores de Astún y mañana emprenderé camino hacia la montaña más bonita del Pirineo. Justo esa misma, el Midi d’Ossau, efectivamente. Siempre que contemplo esta montaña desde cualquiera de sus vertientes me recuerda la majestuosa silueta del Cervino, bajo cuyas paredes instalé mi vivac precisamente hace unos días. Con el Midi me sucede una cosa curiosa, he escalado hace muchos años una de sus grandes paredes pero no hay rastro en mi memoria de ello, así se comporta la ingrata conmigo; tuvo que venir un día Laure Esteras a decirme que la había subido con él y, como yo lo mirara escéptico, días después se me presentó con una fotografía que lo atestiguaba (¡Qué cosas!). También estuve “encerrado” en el refugio de Pombie unos cuantos días de invierno bloqueado por el mal tiempo y la nieve… pero vaya usted a saber, lo mismo lo soñé. Menos mal que uno tiene amigos que le recuerdan las cosas, pasa con Laure que un día viene, te echa la mano sobre el hombro y te dice: ¿te acuerdas de aquel vivac en la cumbre del Balaitus después de hacer la arista norte o cuando hicimos la Crestas del Infierno, o a casó eran del Diablo, y nos encontramos colgando una cuerda, o cuando… Intentaré aprovechar estos días para desempolvar alguno de mis largos recorridos de hace medio siglo, o quizás de menos, cuando me dio por atravesar la cordillera más de una vez, unas veces partiendo de Port-Bou, otras desde Irún, unas con mis hijos y Victoria, otras solo. Siempre la trotada del Pirineo fue una aventura que alenta los mejores recuerdos de mis travesías de montaña, las largas jornadas de caminar, las tormentas, los interminables días de lluvia de un recorrido por el GR-10 francés, los vivacs de altura, todos un universo que habrá que seguir recorriendo hasta que las piernas, pobrecitas ellas, se rindan a la evidencia de los imponderables de la edad. No en vano uno acaba de entrar en el club de los septuagenarios.



El Cervino desde su  vertiente italiana y el Midi parecen primos hermanos. 






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