Atención, peligro en el 651



 Cercanías del paso Pordoi, 5 de agosto de 2019. 

Alta Vía de las Dolomitas 2. Sobre el paso Gardena – Forcella del Pordoi.


Hoy mi ruta pasaba por atravesar el macizo del Sella, o por lo menos llegar a las cercanías del refugio Boé. El día estaba algo desteñido, había que esperar a ver qué hacia y en qué se decantaba. Fue a mejor durante la mañana. Había estudiado el itinerario y dos de ellos, los que llevaban más directamente al refugio tenían excesivas cruces para mi gusto, vías ferratas y cosas así, y aunque vi a gente subir por ambos itinerarios me decidí por el tercero que suponía una gran vuelta y una considerable pérdida de desnivel, un estrecho valle del que no se veía el final y que venía nombrado como el 651. Arriba del todo había una cruz, lo que significaba algún tipo de atrezo, pero nada más. Casi mil metros de desnivel hasta el refugio.


Todo fue normal hasta que en la parte alta el sendero se dirigió a una abrupta canal ocupada por un couloir, una empinadísima pendiente de nieve. La cosa empezó a ponerse jodida. Delante de mí iban un alemán, una chica italiana y un hombre de edad madura. El couloir era impracticable con el material que llevábamos. La roca una empinadísima pendiente de piedra suelta con pequeñas terrazas cubiertas de grava fina. Subimos unos metros por la rimaya pero cuando fue imposible seguir por allí los dos que iban delante pasaron a la roca. Todo estaba suelto y era difícil encontrar un sitio firme para los pies. Llegué a donde estaban los dos de cabeza que miraban aquí y allá sopesando qué hacer. Era un lugar sumamente inseguro. Desde donde estábamos la caída era rigurosa. Estaban decidiendo si se volvían o no. A mí me parecía que descender lo que habíamos subido, dada la inestabilidad del terreno, la verticalidad y la imposibilidad de encontrar presas firmes, los pies resbalando de continuo en la grava, parecía mucho más peligroso que lo que tenía por encima.

La experiencia, que podría haber sido en su final para estar exultante, de hecho me deja un poso de tristeza y nerviosismo, la certeza de haber hecho algo que no debería haber emprendido. De todo modos no había muchas opciones, cuatro personas en una situación tan peligrosa de piedras sueltas, verticalidad y ausencia de presas sólidas porque todo estaba cubierto por un fina gravilla, evolucionando unas junto a otras, cualquiera que tuviera un fallo o una roca que se desprendiera podía haber supuesto arrastrar a los otros tres en una caída. En una situación tan embarazosa lo primero que tuve claro es que tenía que alejarme de ellos como fuera a fin de no depender de movimientos ajenos a mí mismo. De hecho una chica que iba delante ya había desprendido algunas rocas que pasaron a mi lado camino del vacío. De haber estado solo quizás me hubiera vuelto, pero decidí seguir, mientras ellos se preparaban para dar marcha atrás. Estas situaciones en las que el mayor peligro depende de la gente que tienes a tu lado son un tanto exasperantes. La chica, que había decido regresar, me pedía paso cuando ni mis pies ni mis manos tenían nada seguro a que agarrarse. Aguanté hasta que ella encontró el modo de alcanzar una repisa más abajo.

No sabía qué me encontraría más adelante, pero la pared estaba formada por pequeñas terrazas que parecían accesibles. Un par de metros más arriba encontré un buril oxidado, señal de que aquella parte de la pared había estado equipada en algún momento. Con extremada atención en mis movimientos fui superando terraza tras terraza. La canal nevada de la que había salido aparecía en línea vertical ahora bajo mis pies. Una expuesta pendiente llena grava y enseguida llego a la una terraza más sólida. Sobre ella aparece la familiar señal rojiblanca. Alivio. No estoy en ningún laberinto, por allí hay salida. Sigue una leve terraza inclinada que gira a la izquierda y no me permite ver la continuación. Tiento varias veces la soledad de los agarres. Algunos se desprenden y debo probar aquí y allá. En algunas pendientes de grava debo tallar un pequeño escalón, unas veces con el pie otras con la mano. Saber que por allí hay salida me da confianza pese a que ahora me encuentro con una pequeña pared de un par de metros. Recojo los bastones y me los pongo a la espalda sujetos con los tirantes del macuto. Estoy algo tenso, pero nada más, en algún momento me acuerdo de Alex Honnold y de un alpinista que haciendo free solo perdió la vida recientemente al desprenderse un agarre. Qué simple puede ser a veces la vida, un agarre que se desprende y ya no existes. Pero cómo brota densa y concentrada en momentos así. Me imagino llegando a un sitio de no retorno teniendo que llamar al  socorso alpino y se me llena el cuerpo de vergüenza. Cuando leí el libro de Honnold, Solo en la pared, creo que estuve más nervioso que esta mañana. Me produce tanta admiración esta gente, ese muchacho, por ejemplo, Alex González Úbeda con sus solitarias sin cuerda al Naranjo. Sé que lo que estoy escalando es ridículo en comparación con ninguna pared pero me pone en situación, me acompaña mientras terraza tras terraza voy acercándome al final de la canal que cada vez tengo más cerca. Cuando me alzo sobre la última terraza siento un alivio definitivo. Esta termina en la última parte del canal a donde todavía tendré que escalar un nevero cubierto de grava que me dejará sobre la plataforma que precede al refugio Boe. En lo alto hay un ostensible cartel que dice: “Sólo para expertos con equipo de escalada”. No, esta vez no iba de broma, como días pasados bromeaba yo con eso de los "expertos”.


Obviamente los responsables de estos avisos cometen un grave error no poniendo un cartel similar donde comienza la subida de este itinerario. Yo me habría dado la vuelta ante una indicación así. Sin embargo, ahora en la distancia siento una gran satisfacción por haber vivido esa experiencia.

He dejado el refugio Boé atrás, los caminos que hasta hace un momento estaban muy concurridos han quedado solitarios, el funicular que desciende al paso Pordoi cierra en unos minutos y la gente se ha apresurado a coger el último, y, aunque apenas tengo comida me he encontrado con un paisaje tan salvaje y bello que no he resistido la tentación de pasar la noche aquí pese a que todo es un pedregal. De momento la tormenta ya está amagando desde hace un rato. Desde aquí veo el vivac de la cumbre del piz Boé y me da pena no haber caído en la cuenta de que podría haber subido a dormir allí, un vivac a 3000 metros como un nido de águila colgado sobre un precipicio. No había más que una hora a la cumbre desde el refugio.

Mi tienda hoy estará instalada a 2900 metros.

















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