Plenitud y felicidad, dos ideas a la gresca



Refugio Contrin, 7 de agosto de 2019.

Alta Vía Dolomitas 2. Lago Fedaia – Refugio Contrin.


La tormenta vuelve a tomar fuerza en un momento en que la película que estoy terminando de ver, Hijos y amantes, empieza a llegar a su final. Es una rara mezcla ésta de truenos y lluvia torrencial con mi intención de terminar de ver una película. Tengo el volumen al máximo y a veces me cuesta escuchar lo que dicen los personajes.
Una idea al final del film que hace coherente el comportamiento del protagonista a lo largo del relato. Son palabras de Paul Morel, una respuesta al padre, que tras la muerte de la madre le aconseja que busque a un mujer con la que pueda ser feliz. La respuesta de él: “Maldita felicidad. Que la vida sea plena, eso es lo que he deseado siempre”.

La idea que me perseguía cuando oí pronunciar a Paul estas últimas palabras es que aspirar a la felicidad como objetivo de la vida siempre me pareció una idea errónea. Tuve una amiga con la que discutí mucho sobre esto porque ella, de igual modo que no quería oír pronunciar la palabra “muerte”, hablaba con excesiva frecuencia de que ella lo que quería en la vida por encima de todo era ser feliz.

Tendría que ser capaz de dar razón de esta idea. Es tarde y la lluvia cae intensa sobre mi tienda, un momento propicio quizás para intentarlo, pero mis ojos están tan cansados de mirar la pantalla del teléfono en la oscuridad que soy incapaz.


Recuerdo una situación de peligro, la de ayer, por ejemplo, que narraba aquí, u otras ocasiones en este verano, situaciones de esfuerzo, sintonía con la lluvia o las tormentas, quizás la espléndida soledad de algún instante en los bosques llenos de niebla o agua, y en ellos, en los que yo tampoco buscaba la felicidad, sí que encontré eso que buscaba Paul, que la vida sea plena. Cuando alguien aspira sin más a ser feliz en abstracto, sin más, pareciera que ese alguien que desea ardientemente  la felicidad, tuviera en mente como objetivo último el hecho de estar allí, en la cumbre, cuando lo que da sentido a la pasión de escalarla no es estar allí arriba sino el camino que te lleva a ella. Es un ejemplo que quizás aproxime a lo que quiero decir. Desear que la vida sea plena significa algo muy distinto a aspirar a la felicidad. La plenitud deriva de situaciones anímicas y espirituales,  de confrontaciones con la realidad en la que el individuo ha puesto a prueba sus mejores capacidades, se ha superado, ha conseguido con su esfuerzo y su tesón un estadio de superación, de penetración extraordinaria de la realidad que hace posible que de su organismo, de su alma broten instantes de íntimo placer y felicidad. Nada que ver esto con la aspiración así, a palo seco, de ser feliz.

Convertir la vida en un acto de plenitud en lugar de aspirar a una fofa felicidad convierte a Paul en un personaje interesante y atractivo del que cabe esperar una fuerza vital fuera de lo común. Esto es hablar muy en general y cada cual podrá encontrar el particular camino que acerca a cada individuo a un estado de plenitud, pero ya que estoy entre montañas y en su ámbito son innumerables las personas que han encontrado en la escalada su mayor grado de realización, quizás estos ejemplos sirvan para aclarar la profundidad que encierran algunas aspiraciones humanas, acaso siendo el individuo ajeno a lo que en el fondo busca con sus escaladas de grado extremo.

Si junto a la afirmación de Mallory, “escalo montañas porque están ahí”, colocáramos el “que la vida sea plena es lo que he buscado siempre”, de Paul Morel, me temo que estas dos ideas dejadas solas a la tarde sin la concurrencia de quienes las han expresado, con toda seguridad, la primera, escaló montañas porque… etc., terminaría confesando a la segunda, que la vida sea plena, que estaba equivocada, que en realidad lo que en las montañas hemos descubierto es que nos proporciona un grado de plenitud que no encontramos en otras experiencias de la vida.


Escribiendo estas cosas siento que uno se acerca un poco cada vez más a alguna verdad esencial. Hoy, terminando las reflexiones anteriores, ahora ya bajo la pared sur de la Marmolada el día posterior, se me aparece con más claridad que nunca la certeza de esa afirmación de Morel. Faltaría definir qué sea eso de la plenitud, pero mi ánimo no llega a tanto. Creo que los pocos lectores que se asomen a este blog no necesitarán más argumentos para entender dónde estamos.

Era la una y media, estaba comiendo y se me ocurrió mirar el parte meteorológico y de las dos webs que ojeé en la primera daba lluvia y tormenta a las dos y en la otra lo mismo. Había pensado pasar dos o tres horas allí pero enseguida se me alertó el instinto. Salí a la puerta del refugio y, efectivamente, la cosa estaba al caer. Me apresuré, pedí un capuchino y dos bocadillos y preparé todo para salir pitando. El camarero, un chico joven que enseguida se puso a mi disposición trayéndome un mapa y dándome pormenores  sobre el itinerario  me dijo que poco más arriba del bosque era todo piedra y que allí era difícil poner la tienda. Por encima del refugio hay prados, está prohibido acampar pero se hace, me dijo. Era muy pronto pero ante la inminencia de la tormenta de todas las tardes salí pitando.

Encontré un prado de lo más adecuado. Dejé la bolsa de la tienda preparada para el caso de que se pusiera a llover y me instalé junto a un tolmo similar al de la Pedriza. De momento no llovía. Escribí un buen rato. Después aparecieron las vacas, pero hoy no estaba dispuesto a marcharme como días atrás, unas vacas tan confiadas aquellas que metían sus belfos y sus babas en mis cosas apenas me descuidara. Las observo y pienso, pobres vacas, las veinticuatro horas del día tolón, tolón, ramoneando, cientos de kilos de carne, fábrica de proteínas, sus ubres enormes entre las patas traseras casi tocando el suelo. Y sin embargo tan pachonas, sus rostros simpático de matronas, sus grandes pestañas blancas, sus ojos como de pez abisal. Comer, cagar y de vez en cuando reproducirse y traer terneros al mundo. Eso sí que es el eterno retorno. Al menos nosotros, además de hacer lo mismo que ellas, podemos filosofar y permitirnos el lujo de hablar sobre la plenitud y la felicidad… :)


Había llovido torrencialmente toda la noche así que quedó por sentado que habría de salir equipado para la lluvia, pero olalá, abrí la cremallera de la puerta y resultó que allí arriba en el cielo había grandes manchas de azul. La noche anterior había recordado que junto a las posibles dificultades no añadí la posibilidad de que necesitara unos crampones, que no llevaba y que mis apuntes recogían. Así que desayuné en el refugio próximo y emprendí la tarea de rodear el macizo para alcanzar al otro lado el refugio Contrin. Fue un recorrido de bosque encantador sin un alma en el camino.







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