Cabaña Prat Cazeneuve, 18 de agosto de 2020
Llueve durante toda la noche. Cuando suena el despertador, me
asomo fuera, todo está como boca de lobo, no sé ve a más de diez metros.
Pequeñas ráfagas de lluvia sacuden la tienda. La bronca música del agua del
riachuelo esta mañana no me suena cantarina como otras veces, es el rumor
angosto de los lugares desolados que inspiran una soledad un tanto opresiva. Un
espacio bucólico, un hermoso balcón sobre las montañas que se vuelve adusto y
poco acogedor en medio de una espesa niebla. La sensación de aislamiento y
hostilidad envuelve mi tienda.
Ayer estuve estudiando mi itinerario, ahora sobre la Alta Ruta. Vi
que pasaba por el collado de Literola y descendía después por los lagos del
mismo nombre. Recordé un día que subí a dormir a la cima del Perdiguero y
allí, mientras ponía de mala manera una tienda de vivac entre grandes
pedruscos, se desencadenó una aparatosa tormenta que en una cumbre de más de
tres mil metros era para preocuparse. Me vino aquel pensamiento que me llega a
menudo cuando la tormenta se cierne sobre mi tienda con su salvaje aparato
eléctrico. Ese: de todos modos no te vas a enterar si un rayo te cae encima. De
aquella circunstancia me quedó el mal recuerdo del descenso del collado al día
siguiente, que hoy me viene como pendientes muy inclinadas de piedra o hierba
sin protección. Por ahí debería pasar mi itinerario mañana y tal como lo
recuerdo no me gusta. Así que seguí sondeando el terreno hasta dar con que el
GR10 no me pillaba muy lejos descendiendo desde el refugio de la Soula. Hice el
GR10 en una ocasión y no guardo ningún recuerdo de esta parte del itinerario.
Me salto el valle de Mulleres y esa zona tan bonita del Pirineo Catalán de
Biseberri, Restanca y Les Encantans, pero también es cierto que la tengo muy
vista.
Las ocho y media. No sé qué hacer. Como siempre el confort del
saco de dormir y el colchón de aire me hace más difícil enfrentarme al
inhóspito ambiente del exterior donde las pequeñas ráfagas de agua siguen
barriendo la ladera y mi tienda. Quizás esté a unas cuatro horas del refugio,
pero el sendero es tan leve, la Alta Ruta no está señalizada, que temo que
tenga que tribular bajo la lluvia a la búsqueda de la ruta correcta. A dos mil
quinientos metros en estas circunstancias a uno se le agudiza la tentación de
permanecer en el saco indefinidamente. Tengo comida y agua y ello acrecienta mi
indecisión.
Por fin me decido, rosquillas de anís de las que hacía mi madre cuando era niño para desayunar mojadas en un capuchino, y listo. Hace frío y llovizna. Envuelto en mi equipo de agua y cargado como un penitente que arrastrara su cruz inicio la subida. Pero me animo enseguida y de penitente paso a ser pronto un voluntarioso caminante que no se arredra ante la niebla y la respetable pendiente que empieza a aparecer delante, toda una ladera de grandes peñascos donde es necesario localizar hito a hito el itinerario a seguir.
Qué diferencia la de la pereza de hace un rato, la indecisión y
este momento, ya metido en calor. Me suena a lo de siempre, si no das un paso
adelante y te quedas repantigado en la comodidad te puedes perder medio mundo.
En el collado la niebla es tan intensa que no logro orientarme, hitos, señales
de paso han desaparecido. Tengo que recurrir al gps. Encuentro enseguida a mi
derecha las lazadas que llevan al valle. El terreno es abrupto, el sendero
sortea el vacío de algunos resaltes por un sendero que parece como tallado en
la roca. En la parte baja del valle, en medio de un prado, aparece la cabaña de
Prat Cazeneuve.
Hay gente. La estufa está encendida, el lugar es acogedor. Jean y Toni intercambian en inglés experiencias sobre sus diferentes recorridos. Dicen que hoy se mantiene el mal tiempo pero que después habrá dos días soleados. Han decidido pasar el día a resguardo de la cabaña. Son las dos de la tarde. Vuelvo a echar un vistazo al mapa. Toni prevé, si el descenso del collado de Literola está mal, subir al Perdiguero y bajar por otro sitio. Me pone nervioso la posibilidad de verme obligado a pasar por un sitio expuesto. También me atrae iniciar un recorrido por lugares que desconozco o de los que no me acuerdo. Son las dos de la tarde. Decido quedarme en la cabaña.
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| Toni y Jean |







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