Con cariño para los chicos y chicas del Navi. Gracias por vuestra compañía.
El Chorrillo, 22 de febrero de 2023
Hoy, departiendo con amigos me decía que qué cosa tan
hermosa es eso de la amistad. Ascendíamos monte arriba desde Valsaín camino de
Jacinto, Laure y yo nos quitábamos la palabra para
expresar nuestro punto de vista. Pero fue Jacinto quien contaba con emoción aquella
inesperada llamada telefónica que un día recibió de una voz que le venía de
algunas décadas atrás; fue hace años, era Martín que se había dedicado de pleno
a localizar a compañeros del antiguo Grupo Deportivo Navacerrada que no se
habían visto desde treinta, cuarenta años atrás. El club había sido el lugar de
encuentro en que habíamos formado nuestras primeras armas montañeras, allá por
los años sesenta. A Jacinto, que vivía al margen de todo aquel conglomerado
humano que había quedado atrás como quedan tantas cosas en la vida, le dio un
vuelco el corazón al escuchar aquella voz de Martín que sugería volver a
encontrase con amigos y compañeros con los que tantas horas de montaña había
compartido en aquella época. Martín, tenaz como nadie, había conseguido en su
búsqueda con tanto ahínco, siguiendo la pista a todos nosotros al modo de un Sherlock
Holmes hurgando en guías telefónicas, escritos, preguntando a diestro y
siniestro, localizar a prácticamente a todos los antiguos socios del club.
¿Y qué? Pues bueno, que siendo que la vida no es muy
larga, que vivimos una apasionante juventud y que embarcados en los rieles de la
madurez avanzada, cada uno con su vida, su profesión, sus hijos, su familia,
sus nietos, de golpe la mayoría de nosotros nos encontramos con el pedazo de
vida que fue nuestro pasado y resultaba que allí, esa amistad que había quedado
desperdigada, casi olvidada en los vericuetos de la vida de cada uno, se abrió
como una flor en primavera y de ella empezó a rezumar el néctar de aquella
amistad casi olvidada; un néctar que ahora, desde que Martín logró reunirnos, todos
degustamos con mayor o menor dedicación como un entrañable canto a la amistad.
Realmente es hermoso cuando ya has cumplido los setenta,
te has casado, has tenido hijos, has desarrollado una intensa vida profesional,
construido un hogar, tantas cosas, volver a encontrar al otro lado del tiempo
esa parte de tu propio yo, tu yo junto a los otros yos con los que velaste las
primeras armas al modo de don Quijote y nos fuimos armando caballeros poco a
poco en el arte de caminar y escalar montañas. A veces a mí me da por pensar y
me pregunto ¿pero quién coño eres tú? Y no sé a ciencia cierta quien soy, sin
embargo sí sé, estoy seguro de donde vengo; vengo de la primera noche de
invierno en Gredos pasada en un miserable saco de papel de fumar, vengo de
descubrir el firmamento estrellado desde un vivac, vengo de compartir una
cuerda con tantos amigos (días atrás, que comencé a leer el libro de Ramón
Portilla, Sueños de roca, me gustó
especialmente su dedicatoria. Dice así: “A todos los que se han atado al otro
extremo de mi cuerda”). Lo dicho, venimos de ir atados a la misma cuerda, del
peligro, de la superación de nosotros mismos, del descubrimiento del sacrificio
y la solidaridad cuando fue necesario sacar a un compañero de algún aprieto;
venimos de una vida de plenitud que nos proporcionaron las tormentas, las
nieblas, las durezas del camino.
¿O no es así? ¿No es así que un mucho de lo que somos se
lo debemos a la montaña, a nuestro encuentro con ella, a la compañía de quienes
nos mostraron su camino, su pasión, la posibilidad de soñar de por vida con esa
belleza que se cierne sobre esas cosas picudas que levantándose sobre el llano
hacen del planeta un hermoso lugar para vivir?
Bueno, pues que yo quería contar de la salida de hoy, San
Miércoles lo llaman los amigos del Navi, y que ya he pasado sobradamente las
mil palabras, y que si sigo no me va a leer ni Dios :-). Se acabó.
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