Majalasna,
16 de mayo de 2023
Me
estaba despertando esta mañana en la cima de Majalasna cuando sonó el teléfono.
Era Victoria con la noticia del accidente de Carlos. Otros guasaps llegaron
posteriormente. Malas noticias para ese reto que mantiene Carlos consigo mismo.
No es posible expresar las sensaciones que se acumulan frente a este accidente.
Esa insistencia con la que la suerte le vuelve la espalda ante una
perseverancia tal, tal que es difícil encontrar ejemplo similar especialmente
por la edad que tiene, conmociona de algún modo el ánimo. Subía el sol por
detrás de la Maliciosa
cuando al final me incorporé. Pensaba en estas cosas, en esta vida de
peregrinar desde la adolescencia por las montañas, en sus azares y sus
alegrías, en la intensa vida que nos proporcionan, pero también en el dolor y
en el sufrimiento que llevan consigo. Y sin embargo no hay otra, es un sino que
llevamos dentro, unos con una actividad cercana a los límites, otros con una
humilde relación con ella; un sino que, me temo, llevaremos con nosotros hasta
el final de nuestros días.
En el
momento en que escribo Carlos y sus compañeros hace ya dos horas que han
llegado al campamento III. El rescate se está llevando a cabo con normalidad.
Pasarán la noche en él y mañana se espera que el helicóptero pueda
transportarlo a Katmandú. Un abrazo, amigo. Esperamos verte pronto en el rostro
y en el ánimo esa enorme fuerza que brota de tu voluntad.
Dejo
a continuación intacto el texto que escribí anoche para mi blog de los caminos,
una noche más en las alturas de nuestro querido Guadarrama:
“Sólo se aburren los imbéciles”. Me lo
encontré por ahí hace tiempo, no sé en donde. Las redes están tan llenas de
frasecitas con consejo morales que de vivir en tiempos de Moisés ni falta nos
hubieran hecho las Tablas de la Ley. Consejos morales, verdades que a veces son
verdades a medias y otras simples ocurrencias. Lo del aburrimiento y los
imbéciles quizás merezca sin embargo una reflexión, especialmente esta tarde
que me encuentro aburridísimo, tanto que no sé si voy a ser capaz de hilar
algo. El escenario, las cercanías del pico de Majalasna, cercanías porque en el
mismo pico ha sido imposible extender mi vivac y me he tenido que buscar más
abajo un cobijo para protegerme del viento del oeste. Encontré un lugar más o
menos adecuado junto a un árbol seco que extiende sus brazos desnudos al cielo
como pidiendo clemencia por sus pecados. Llegué, tome unas fotos, me metí en el
saco, comí algo y a continuación me quedé mirando el rastro blanco de un avión
como un idiota, es decir aburrido, muy aburrido. ¡Menudo cuadro!, me dije. Yo
no sé de qué va esto, porque es el caso que llevo varios días así. Desde que me
dio un yuyo hace ya más de una semana estoy que no levanto cabeza, más apático
que todas las cosas, tanto que mañana tenía pensado quedar con un amigo y
tomarnos algo antes de volver a casa pero con este aspecto de muermo que tengo,
cualquiera. Dicen que estas cosas se quitan haciendo ejercicio, pero ni por
esas, que desde hace días no dejo en paz a la bici estática y mis rodillas
condropáticas echan chispas del ejercicio a las que las someto. Sólo me queda
meterme en el pellejo de Sito y Carlos e imaginar que hoy me subo otros 1700 metros de
desnivel. Ellos sí que no tienen la oportunidad de sufrir esta clase de
gilipolleces que se le cuelgan a uno del ánimo.
Por
cierto, que me voy derechito ahora mismo (las nueve de la noche de ayer) a ver
si hay noticias de Sito y Carlos. Las hay, las hay y muy buenas. Están a 7200 metros en el
campamento III. Qué coño, ¿a quién no emocionan estas cosas? El otro día
Antonio Riaño me decía en un guasap que casi estamos deseando nosotros que
lleguen a la cima del Dhaula con más fuerza que ellos mismos, porque ellos obviamente
ganas tendrán pero la legión de gente que les seguimos vivimos también el
momento con gran emoción. He escrito montones de páginas en los blogs sobre
Carlos y su infinita perseverancia y voluntad y no es cosa de repetirme pero
este hombre es tan grande tan grande… y no para él que es hombre pequeño, sino
para nosotros, especialmente para nosotros septuagenarios, octogenarios y
nonagenarios para quienes tener a este hombre donde está y haciendo lo que hace
es un respiro de vida, de vida posible, de instancia que te está diciendo a
cada momento hasta dónde la vida puede dar de sí. Por Carlos y también por Sito
al que le leí decir el otro día en una entrevista de Desnivel eso de yo con
Carlos voy al fin del mundo. Esas cosas que cuando las piensas, el uno y el
otro, te entra un escalofrío de gusto
por dentro.
Ayer
escribía en algún foro que tendríamos que hacer un esfuerzo para recuperar un
cierto sentido de la realidad de lo que es la montaña, sus valores, esos
primeros sentimientos que nos llevaban semana tras semana a ciertas paredes, a
determinadas cumbres, ese valor añadido que era la amistad, el sentido de ir
atado a la misma cuerda.
Las
emociones genuinas que nacían de la propia superación personal, perdidas hoy en
el tráfago de las portadas de los periódicos, tenían ayer sin embargo un aire
nuevo cuando me encontré en las redes la noticia de ese insólito tirón de 1700 metros de desnivel
que Sito y Carlos habían dado para llegar al campamento II. Así que con mucha
más razón esta misma tarde, que tantos aires tiene de esperanza. Esto de Carlos
tiene que ver con la montaña, pero especialmente tiene que ver con la fuerza
que puede encerrar el hombre dentro de sí, fuerza inexplorada tantas veces,
fuerza subestimada, esas cosas que hablan de lo mejor que tiene dentro de sí el
ser humano.
Observo
las entradas que aparecen en estos momentos en distintos lugares de las redes.
Miles de emocionados amigos que están siguiendo con el alma en vilo los
acontecimientos del Dhaulagiri.
Y
acabo, ya no estoy aburrido, las noticias que llegan del campamento III han
conseguido caldearme el ánimo. El viento se ha calmado, las luces del llano
madrileño se extienden a mis pies como una inmensa alfombra y en el cielo las
estrellas prometen buenas noticias.
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