Tierra de hombres


Cercanías del refugio Graf MeranHaus (47°38.9610'N 15°25.2380'E), 4 de julio de 2023

Mira que lo sé, pero aún así todavía me admiro de la rapidez con la que visto y no visto te encuentras en el centro del temporal. El refugio no me queda lejos pero encontré un lugar que me gustaba en el borde superior de una dolina cubierta de nieve y allí me dispuse a poner la tienda sin ninguna prisa. Incluso improvisé una especie de trípode y estuve tirando unas fotos. Extendí el saco sobre la tienda para orearlo, me metí en la tienda y ya mismo empezaron a caer gruesos goterones. Y en cinco minutos estaba armada una de las gordas. Si se me ocurre pasar de largo y no instalo la tienda, ya la tenia armada, ni tiempo de ponerme el equipo de agua habría tenido.


Este año mi comunión con la lluvia es una relación platónica. ¡Bumm…! No podía faltar. El señor de los truenos hace su entrada en el concierto del temporal, una entrada así a lo bestia, como cuando a Mahler le da por ahí y pone la orquesta a todo trapo tal de venirse abajo el auditorio. Hay gente a la que tantos decibelios asustan, sin embargo otros no sólo disfrutan con ellos sino que cogen determinadas butacas en el auditorio para mejor sentir vibrar la música en su trompa de Falopio. Conocimos una vez Victoria y yo en el Auditorio de Madrid a un melómano que cuando tocaba Mahler, aquel día era la Segunda Sinfonía, compraba una butaca en uno de los pisos justo por encima de la orquesta porque decía que por allí la música subía como por una chimenea hasta sus oídos.


Vivir estas tormentas en una pequeña tienda de campaña es como estar en la primera fila de butacas de este grandioso espectáculo que gratuitamente se le ofrece al vagabundo, este año con más frecuencia de lo que éste deseara.


Menos mal que tuve la precaución de aprovechar un pequeño rato de sol al mediodía para secar la tienda de la lluvia de toda la noche. Había aprovechado también para comer algo y, mientras esperaba a que la tienda se secara del todo, me tumbé a tomar el sol. Hacía tiempo que no sabía de Carlos, un día que Pedro Mateo sacó un video de su pie, el de Carlos, probando hacer unos breves primeros pasos. Como el día anterior le había mandado un guasap para saber cómo le iba con su pierna, y suponiendo que en Moralzarzal debía de hacer mucho calor, le ofrecí un sitio en mi tienda, que suele ser un lugar fresquito, estando al sol eché mano al teléfono para ver si había cobertura y comprobar de paso si Carlos se venía al frescor de los Alpes . La había. Me contaba de lo lenta que va su recuperación. Un día que Pedro Mateo le preguntó que por qué había tanta gente que le quería, no le cupo otra respuesta que decir que no sabía, que lo único que él había hecho había sido subir cuestas. Genio y figura… lo cierto es que es un regalo gozar de la amistad de este hombre. Yo estos días lo paso mal a veces, las rodillas que me duelen, el excesivo peso del macuto que me hace pensar de la conveniencia, quién sabe, de dedicarme a cosas más suaves, eso, cuando los desniveles se me hacen excesivos, pues que no dejo de acordarme de Carlos en esas circunstancias. Es un buen tonificante acordarse de él y de esa su voluntad de hierro. En general cuando pienso en Carlos mis dolores o mi cansancio se atemperan. Si con nueve años más que yo Carlos puede subir de un tirón 1700 metros de desnivel entre el campamento 1 y el 3 del Dhaulagiri… Pues saque usted la conclusión. Quizás pueda decirse que no todo el mundo tiene la misma fuerza, facultades, lo que sea, pero reconociendo en Carlos a una persona corriente, sólo que con una pasión por superarse casi infinita, uno se sentiría falto de voluntad si de alguna manera no intentara ponerse un poco, un poco, digo, en su lugar y asumir que, un siendo la edad un condicionante importante, a la vista de la vida que ha llevado Carlos desde su jubilación, es claro que la vida puede ofrecernos parajes y actividades insospechadas pocas décadas atrás.


Y no sólo físicamente. Pienso ahora en Eduardo Martínez de Pisón con sus 86 años, su tremenda actividad intelectual, homenajes en Aragón por la defensa del Pirineo, un libro publicado recientemente hace un par de semanas, otro en ciernes en este momento, conferencias aquí y allí en diferentes partes del país, esa tan fértil jubilación que como Carlos, aunque en diferente aspecto, hace de la vida algo verdaderamente hermoso. Tierra de hombres, de Saint-Exupéry, es el título de uno de los libros que leo actualmente. Hombres que con su trabajo y su ejemplo llevan adelante el mundo y la civilización. Por cierto, la sugerencia de su lectura se la debo a otra de esas personas que hacen del hecho de ser hombre algo hermoso, Ramón Portilla.


¿Qué mejor regalo pueden hacernos los amigos, algunas personas en concreto, que servirnos de ejemplo, de estímulo para enfrentar y mejorar nuestra propia vida? ¿No sucede algo así desde la infancia, que ciertas personas, ellas, su ejemplo, sus ideales, hayan servido tantas veces para ayudarnos a encontrar nuestro propio camino?


Yo no disfruto entrenando, como le sucede a Carlos, pero soy del parecer de un amigo que dice que el entrenamiento se lo plantea como una responsabilidad, responsabilidad si quieres seguir haciendo lo que quieres, pero también responsabilidad para poder darte a ti mismo la posibilidad de tener una vida lo más rica e interesante posible, caso de que no te toque el gordo de un imponderable.

Y mientras escribía estos párrafos no sólo paró de llover y se esfumó la tormenta, sino que salió un pedazo de sol.








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