Luna llena sobre La Mira

 





La Mira, 23 de abril de 2024

El placer que proporciona el saco tras una larga tiritona. Hacía frío y un fuerte viento cuando llegué a la cumbre y entre hacer unas fotos y preparar el vivac me quedé frío, una de esas tiritonas que te agitan todo el cuerpo y que no hay modo de parar. Quince minutos más tarde el placer de volver a ser una persona normal. Ahora, tras el atardecer bonito allá por el norte de La Galana y Cabezo del Cervunal, una gama de naranjas que adornaban la sucesión de colinas al norte de Béjar y la cena, sólo queda el rumor del viento que se cuela por el muro del corralillo de la cumbre y por encima una luna gorda y redonda como un queso manchego.

Mi destino era dormir en Los Campanarios por aquello de las colecciones. Hay quien colecciona sellos o billetes de banco, yo colecciono noches de vivac en las cumbres de nuestras montañas. Sobre gustos no hay manera de ponerse de acuerdo. Poco antes de llegar a la cumbre había una luz muy bonita hacia la sierra del Valle. Me paré un momento y saboreé brevemente el placer de recordar todo ese espinazo que se extendía entre la Mira y el cerro de la Escusa allá por encima del embalse del Burguillo, el traer a la memoria tantas noches bajo las estrellas en cada una de las cumbres sobre las que ahora caían los últimos rayos del sol. El Torozo erguido como un gigante que sacara pecho, el Lanchamala y sus vientos helados que terminaron por arrancar mi tienda de cuajo un invierno, el mar de piornos en la ladera oriental de la peña de Mediodía, todo un puñado de historias y de íntima convivencia con las cimas. Largas noches de invierno haciendo del saco de dormir el cuarto de estar donde leer, escuchar música, ver cine, jugar al ajedrez, escribir mientras fuera titilaban las estrellas y la temperatura bajaba hasta hacer del agua de mi desayuno un bloque de hielo. Tardes de primavera en que dedicaba las  horas del día a pintar alguna acuarela mientras por poniente el horizonte se vestía de fiesta. En fin, esas cosas que quedan grabadas en la memoria como un regalo de la vida.

Fue un magnífico descubrimiento que era posible dormir en nuestras cumbres en invierno. Las primeras semanas del primer invierno pasé frío, pero sólo hasta que comprendí que para esa época tenía que renovar todo mi material de vivac. Después ya fue coser y cantar, cuando tras las primeras experiencias le tomé gusto y descubrí que no había nada extraordinario en tender el saco sobre la nieve o al resguardo de algunas rocas y pasar allí la noche. Así fue como comencé eso de las colecciones, algo que me recordaba mi afición infantil a completar los álbumes de cromos cuando tenía cinco o seis años. Un gusto volver a la infancia.

Hoy pasaba por completar una cumbre más, Los Campanarios, pero cuando llegué allí procedente de la Plataforma de Gredos, resultó que aquello era todo una masa de enormes pedruscos; eso y que hacía un fuerte viento me hizo cambiar de parecer y aunque había subido la tienda para el caso, enseguida recordé que en la Mira había un magnífico corralillo a prueba de viento. Así que seguí adelante. En Los Pelaos recordé mi vivac del pasado invierno, unos días en que el valle estaba cubierto de grandes chorreras de hielo, y continúe hasta la Mira.

Tenía que haberme parado a ponerme el pluma y los guantes gruesos pero apuré tanto que llegué helado y a la cumbre en medio de un fuerte viento. Y, claro, cómo no dejar contenta a mi cámara que viendo el espectáculo que se estaba produciendo por poniente, me estaba pidiendo a voces que la sacara de su estuche para cumplir su trabajo. Por levante el largo y agreste espinazo de Los Galayos, que ya se había sumergido en la sombra; la redonda testuz de Cabezo del Cervunal por el sur, el Circo todavía con las últimas nieves sobre sus abruptas laderas. Y naturalmente el rastro de oro y ámbar que cubría las colinas que esta noche servirían al sol para su merecido sueño nocturno.

Y hago una pausa, me asomo por el periscopio del saco y resulta que han desaparecido la luna y las estrellas y estoy sumergido en una nube de smog. Uffff. Confiamos tanto en las previsiones del tiempo que… Mira que si se pone a llover, o nevar. La previsión de ayer en Meteoblu para la cima de La Mira era de seis bajo cero y menos diez de sensación térmica, así que si le da por ahí vaya usted a saber.

Y antes de dormirme naturalmente me fue imposible no rememorar aquel encuentro con la mujer pequeña, que fue mi novia de la edad madura, en los peldaños que llevan al torreón de la La Mira. Su cuerpo pequeño entre mis manos, desnudos como vinimos al mundo rindiendo homenaje a la vida. Tan poderoso era ese recuerdo, tan como de ayer mismo que me fue imposible rendirme a su llamada. Yo, que tanto me quejo de mi mala memoria me admiro de la densidad y profundidad que puede adquirir a veces ésta en busca de detalles.

A las cuatro de la mañana ya estaba otra vez despierto. Imposibilitado de pegar ojo en algún momento en mi cabeza bailó alguna cifra enigmática, el 69, asociada a ciertas bonitas circunstancias que fue imposible desaprovechar.

El saco tenía medio centímetro de escarcha, la nube que me envolvía se había marchado con viento fresco, la luna gorda lucía en las alturas, en el saco se estaba confortablemente caliente y la sensación de soledad y las caricias se me subían como una borrachera a la cabeza. Me despertó la alarma que anunciaba la salida del sol. Adormilado me incorporé, admiré el espectáculo, hice un par de fotos al astro rey, una más al Circo bañado por la luz ambarina de la hora e inmediatamente quedé dormido.

Me desperté a las diez de la mañana cuando el sol bañaba de lleno mi vivac. Hacía frío, la bolsa del agua como era de esperar se había convertido en un bloque de hielo. Previéndolo había dejado el agua para la leche del desayuno preparada en el poto. Era grato desayunar sentado al sol con el saco hasta la cintura. Era grato no tener prisa y parsiomoniosamente recoger y descender por la nieve con la vista del Circo siempre enfrente. Se lo decía a Victoria el otro día bajando de Peña Citores, el momento de regreso después de pernoctar en las alturas, me resulta uno de los ratos más agradables de la semana. Lleno el cuerpo de un no sé qué dejarse llevar por la pendiente, aquí una flor que fotografiar, acá un liviano pensamiento, el placer de experimentar el cuerpo, los músculos, el instante.

 





  



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