Gredos II: me rindo, los piornos me pueden

 

Al fondo La Covacha, el Juraco, etcétera.


Chozo bajo la Portilla de la Lucía, 12 de mayo de 2024

Esta mañana me despertó la fanfarria de los pájaros madrugadores. Demasiado pronto para mi gusto. Así que me di la vuelta, aprisioné contra la almohada el oído que oye, el otro necesita una trompetilla, y seguí durmiendo. Ayer me había dicho que para evitar el calorazo madrugaría, pero ya se sabe que el ánimo va a su conveniencia, así que esta mañana lo que me decía es que tan temprano seguro que haría frío o merodearían los lobos por los alrededores. Con lo cual ya me permití el lujo de seguir durmiendo.

Cimas de Cinco Lagunas y Almanzor

Cuando volví a despertar lo primero que vi sobre el techo fue el nombre con el que algunos usuarios del refugio quisieron inmortalizar su presencia en el lugar. Así van algunos, los escasos imbéciles que discurren por los montes tienen esa propensión a dejar su cagadita allá por donde pasan. Vieja disposición que hasta las tropas de Napoleón dejaban en los monumentos egipcios, ello si no se dedicaban a desnarizar a tiro limpio la esfinge de Giza.

Nada más arrancar a andar lo primero que me sorprendió fue una grata sensación relacionada con la desierta soledad de estos páramos gredenses. Mares de piornos a mi alrededor, los hitos de dos y tres metros marcando la ruta, a la izquierda sobresaliendo ya las cumbres del Circo, la Galana, el risco de las Natillas, el Almanzor, principales señores ellos de estas tierra. Y en el lado opuesto, casi tan apuestas como los anteriores, todo ese manojo de atractivas montañas que se yerguen por encima de las lagunas de Caballeros, la Nava y el Barco, la Covacha, el Juraco, la Azagaya o el Corral del Diablo; atractivo singular del cual han sido desposeídas algunas de nuestras montañas guarrameñas como Peñalara, a la que las multitudes han robado esa serena soledad que desprende esta parte de Gredos.

Los hitos del contrabando

Hablaba de ese plus de soledad que tienen estas montañas. Andaba preocupado por el asunto de los piornos, que si se te cruzan en plan salvaje por medio apañao andas, pero no, al menos en lo que se veía por delante hasta la cumbre del Peludillo. Una vez alcanzada la divisoria, a ambos lados del muro de piedra medianero que marcaba el confín provincial, se caminaba bien. Bien hasta el Peludillo y un poco más allá.

Después no, después fue la de San Quintín, y más tarde las de Villa Diego, por aquello de salir pitando de allí lo más rápidamente posible. Mamma mía el lío en que me estaba empezando a meter. Llevaba un track por si las moscas, pero ni track ni leches. El monte se convirtió de repente en una selva intransitable. No se las hubiera don Quijote, por muchas batallas y aventuras que tuviera, en peores forcejeos como aquellos de luchar contra los piornos, caídas, un pie que se te engancha, los nudos de las botas que se traban hasta deshacerse, la impenetrable fortaleza vegetal como muros a tu alrededor. Ni por aquí ni por allá. Había que buscar el límite del piornal por el sur, allá donde la pendiente se hace piedra y entonces si, trepando, destrepando, huyendo del enemigo que como un pulpo gigante te engulle, encontrar un poco de alivio fuera del piornal, pero sólo un poco porque irremisiblemente tienes que buscar alguna ruta que baje hacia el sur, que si no quieres piornos lo que toca es bajar dos mil metros de desnivel hasta la Vera. Así que vuelta a los trabajos forzados  de nuevo entre los piornos, ahora abriendo paso subterráneo bajo su arbórea techumbre; a ratos un poco de alivio siguiendo pequeñas trazas que dejan la cabras, que por cierto no sé como pueden caminar por aquí, que una apareció a pocos metros y tenía un aspecto tan perplejo como yo ante la dificultad de atravesar este pequeño infierno.

Ahí estaba a mano la Portilla de la Lucía donde el mapa señalaba un esperanzador sendero que me llevaría valle abajo, valle abajo porque continuar el cordal hasta el Cancho, ni soñando. Mi cuerpo había perdido todas sus energías en esta desigual lucha cuerpo a cuerpo contra los piornos, así que urgía llegar a la portilla como fuera. Todavía me llevaría una hora atravesar aquel apretadísimo incordio de agresivo piornal. Encontrar el sendero, breve, pero claro y decidido entre los piornos descendiendo valle abajo, fue un alivio. La travesía y la lucha cuerpo a cuerpo con los piornos me habían dejado exhausto.

El descenso de este larguísimo valle, tras los esfuerzos anteriores, se convirtió en un verdadero placer. Volvieron los hitos enormes y poco a poco fui perdiendo altura hasta que avisté allá la choza, el refugio cercano a la Portilla de la Lucía. 

Resistir la tentación de volver a casa. Descendía entre los piornos cuando allá en la ladera opuesta vi la choza. No hay valle ni ladera en el norte de Gredos que no haya sido agraciada con una confortable choza. Cuando vuelvo por aquí todavía me asombra este tropezar continuamente con un agradable habitáculo, casi siempre en óptimas condiciones y provisto de leña. Es curioso en este mundo de salvajes y de burocráticos servidores de las administraciones públicas, encontrarte con gente cuerda, ese tipo de gente entre los que siempre quisieras vivir. Lo he dicho alguna vez más, esta parte de Gredos es un ejemplo que no tiene igual en ninguna parte de Europa (aquella que conozco). En Alpes o Pirineos, especialmente en el Pirineo Francés, es posible encontrar alguna choza habitable, pero ni mucho menos en la cantidad que aquí. Creo que alguna vez las conté y entre el Torozo y Tornavacas me salían cerca de cuarenta de estos refugios.

Descendía con tiempo suficiente, pero tropezar con una imprevista choza más me hizo cambiar de opinión. Llegando al refugio mi memoria rescató un verso de la infancia: Maestra de soledades, enséñame a estar conmigo. El verso era del monárquico José María Pemán. Olvidé el resto del poema, pero ahí quedó en mi memoria esa temprana invocación a la Virgen del poeta que me sigue acompañando; ahora sin virgen, una invocación a mí mismo que estando en donde estoy perdido en apartadas laderas de Gredos, seguro que compartiría don Miguel de Unamuno, tan afecto él a esta gredense tierra y a la soledad que se respira en ella. Me surgió la idea de quedarme allí a pasar la noche. Aprender a estar con uno mismo en silencio, contemplando en este caso las montañas, es algo que a uno le puede llevar toda la vida. Algo necesario que Pascal ponderaba cuando decía que todos los males de este mundo provienen de la incapacidad del hombre de estar largo tiempo solo y en silencio. Así que cuando vi el chozo resistí la tentación de volver enseguida a casa y deseé pasar un día más en soledad en este agreste paraje. En casa uno puede estar solo, pero no es lo mismo; aquí la soledad concita en torno a sí un estado de ánimo y un curso de los pensamientos que favorece esa sensación de pertenencia a la naturaleza, al Todo. Ese sentimiento que purifica la mirada y te deja en disposición para que tu cuerpo y tu mente entren en comunión con la tierra y los hombres.

Chozo bajo la Portilla de la Lucía 

 

El Chorrillo, 13 de mayo de 2024

Sin embargo de parecida manera a como me había propuesto madrugar para cambiar después de parecer y seguir durmiendo, tras un largo receso, de comer y de dedicar un buen rato a la escritura, mi ánimo cambió de rumbo y decidí bajar esa misma tarde. Un larguísimo descenso por un sendero bien trazado me esperaba por delante. Me sorprende aquí, y en otros lugares de esta parte abandonada de la sierra, la solidez con la que en muchos tramos está trazado el sendero. Grandes bloques dispuestos, como si de una calzada romana se tratara, jalonan una parte considerable del camino. Bajo estas líneas puede verse un ejemplo. Cuesta imaginar trabajos tan ímprobos en lugares de tan difícil acceso con la finalidad de servir de desplazamiento al ganado. Los he encontrado por toda la sierra. Viniendo del Meapoco uno se sorprende al encontrarse tras un dificultoso paso por rocas, senderos trazados como para que los delicados pies de Alfonso XIII pudieran transitar sin dificultad por el lugar.

A los amantes de los lugares agrestes y solitarios llenos de una belleza adusta y pétrea, les recomendaría este itinerario. No más allá de la Portilla de la Lucía, donde los piornos ya se sable, pero sí hasta allí, y quizás más si se camina en dirección oeste, donde está por ver que los piornos no sean tan agresivos.



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