Día 2. El cuerpo resiste

 



47°33.6830'N 14°44.5950'E, 26 de junio de 2024

Eisenerz – Radme - 47°33.6830'N 14°44.5950'E

Había olvidado que desplazándote hacia el Este amanece mucho más temprano, tan temprano que es mejor volver a dormirte. Las seis de la mañana más o menos cuando me despierto. Lo primero que constato es que mi cuerpo, pese a que la caminata de ayer tarde fue relativamente corta, está algo cascadito. Lo segundo, después de comprobar la hora temprana que era, es que me entra un gusto por todo el cuerpo pensando que todavía puedo dormir una hora y media más. Ha llovido una parte de la noche, pero tan suave tan suave que más que otra cosa parecía un sonajero que estuviera destinado a proporcionarme un agradable sueño.

Me despierto a la hora fijada, las siete y media. Pequeñas manchas de sol se posan sobre mi tienda. Abro la escotilla. Bueno, no está mal; lo del sol es sólo un amago porque el cielo está realmente encapotado. La cocina se quedó en casa, así que toca desayunar frío.

Miro a mi alrededor con cierto placer. Estuve hasta última hora sin saber qué tienda me llevaría, la china piramidal que es la que he usado estos últimos años en verano, siempre apetecible por el peso, 700 gramos sin piquetas, y que resistió bastante bien lluvias y tormentas, o una un poco más amplia. Opté por esta última y me alegro, esta mañana mi tienda me parece un palacio. Se ve que voy ganando en status social porque la anterior a la china tenía una anchura de setenta centímetros y esta no sé pero cabemos dos bastante bien. El placer de vivir durante tanto tiempo con estas anchuras me parece esta mañana un verdadero lujo.


Cuando salgo al camino veo allá frente a su casa ya faenando a la señora con la que estuve de charla ayer tarde. Nos saludamos y nos deseamos mutuamente una bonita jornada. Bye bye, madame, me despido de ella con el gusto de quien saluda a una vecina con la que me cruzo a diario.

Después de media hora de descenso no me queda más remedio que chuparme unos cuantos kilómetros de carretera. Hasta la llegada de la nieve este valle estará muerto. Les sucede a muchos lugares de los Alpes, los que no han conseguido clientela fuera del esquí o cierran o buscan actividades alternativas como las pistas para bicicleta. Esta gente tiene tantas montañas que no son capaces de buscarles clientes a todas. ¡Menos mal!, porque uno de los atractivos de estas montañas es precisamente su soledad. Hoy sin más no me encontraré absolutamente a nadie; ni siquiera en el pueblo donde comeré me cruzaré con otros que no sean lugareños.

Paso algunas pistas de esquí de fondo, un par de trampolines y por fin mi sendero se encarama al monte. En el collado una curiosidad: una regleta eléctrica destinada a cargar las baterías de bicicletas eléctricas. Del collado a Radme, mi destino, son 7 kilómetros, sin embargo un cartel indica un descenso de más de dos horas y media ???. No tardaré en comprender este supuesto error. A poco más de un centenar de metros las señales de repente dejan la pista y se precipitan por el interior de un bosque empinadísimo de apretada vegetación, un sendero que en ocasiones se hace difícil seguir y que requiere toda mi atención. Pasos angostos que terminan en algún riachuelo caudaloso, pendientes que llegan a los cuarenta y cinco grados y unos caminillos que se pierden entre la vegetación. Todo muy entretenido. Y para que resulte aún más divertido a mitad del descenso se pone a llover. Las cercanías del arroyo están cubiertas por una ubérrima vegetación en la que me abro paso intentando adivinar por dónde transcurre el sendero. El despeñadero no obstante es bello, un rincón salvaje donde de vez en cuando encuentras las consabidas señales blanquirrojas, siempre un alivio cuando los rastros del sendero desaparecen.



En Radme no existen restaurantes, casitas con su césped bien aseado siempre, sus enanitos en el jardín, sus molinillos de madera sobre los parterres, todo de aspecto extremadamente pijísimo. En compensación existe un supermercado. Así que me aprovisiono, disfruto de la amabilidad de las empleadas que ofrecen su ayuda al despistado caminante y con la compra cruzo la calle y me instalo en un prado junto a una fuente erigida en honor de un personaje de abundantes bigotes. Como siempre me he pasado con la compra y al final tengo que cargar con las cerezas y alguna cosa más pese a que me había prometido que no iba a meter ni un gramo más en mi ya pesadísimo macuto.

Lo que sigue es una subida de más de mil metros de desnivel, así que se comprenderá que después de una abundante comida y un amago de siesta la cosa no iba a estar más que para un ratito de subida, el suficiente para encontrar agua. Un suficiente que se transforma al final en seiscientos metros de desnivel después que me encontrara con un hilillo de agua que fue el idóneo para llenar mi bolsa. Un pradito muy chulo del que salía otra buena arremetida que me dejará mañana sobre la cota 2000 y al final de la jornada en un conocido refugio, el Hessehütte.  


Segundo día concluido. El balance no está nada mal. Pese a la enormidad de macuto mi cuerpo resiste. Siempre los primeros días tienen algo de calvario. Después es cosa de que mi cuerpo y yo vayamos cogiendo ese ritmo que hace que los días sean menos sufridos y que vayamos encontrando esos ratos de placer que dan el esfuerzo y la contemplación de los paisajes que él y yo atravesamos.








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