Tras la leyenda de la Cueva de la Mora



El Chorrillo, 16 de junio de 2024

Hoy, sentado en la Cueva de la Mora, me preguntaba si habría algún lugar en nuestra sierra más privilegiado que éste y, mientras Toti me contaba la leyendo que rodea la cueva, ya estaba pensando que algún día debía vivaquear en ese espectacular rincón tan lleno de encanto. Por cierto, que digno sería para esos vándalos que administran la Pedriza y que destruyen cobijos señeros de cultura ancestral, verles trepar hasta allí para comprobar si algún “delincuente” vivaqueador se ha saltado a la torera, a la torera como se tienen que saltar ciertas prohibiciones de timoratos administradores que en absoluto respetan mínimamente al personal. Se me escapó, y es que pensar en esta gente, tan ajena a las montañas y sus usos, siempre me revuelve las tripas. Vuelvo al hilo.

Encuentro inesperado de amigos después de medio siglo


La leyenda, como puede esperarse, encierra una historia de amor de los tiempos del Renacimiento, uno de esos amores imposibles a los que siempre ronda la tragedia. Una joven mora, Ftima, perteneciente a úna rica familia musulmana se enamora de un noble cristiano y no ateniéndose sólo a pelar la pava… que de hecho fueron mucho más allá, sucedió que un día fueron sorprendidos in fraganti, lo que acarreo a la bella Fátima un castigo exótico. Visto desde el carril de la ribera izquierda del río y pasado peña Sirio, allá en los altos e inaccesible para moros y cristianos, es bien visible el lugar, una gran cueva franqueada por robustas encinas. Allí aquellos benditos padres, guardadores de la virginidad de su hija, decidieron encerrarla. No puede imaginarse soledad más desasosegante que aquella, un lugar que, seguro estoy, algunos como Julio Gosan o yo mismo elegiríamos con sumo gusto para pasar unos días, balcón sobre el vacío, balcón para contar estrellas al modo de El Principito, no  por saber cuántas hay, ni para hacer especulaciones astronómicas, sino simplemente para divertirse, para charlar un rato con Casiopea, con Orión, para imaginar a la Osa Mayor como una cometa que hacer volar por las Torres; balcón para soñar y especular sobre tantas tontunas que hacemos en la vida; balcón para lejos del mundanal ruido aprender a ser bueno, ese ser bueno que el otro día hablando con Carlos (Soria) él comentaba de un amigo diciendo que si todo el mundo fuera como su amigo el mundo sería un paraíso. Pues eso, hablar con las estrellas, hablar con uno mismo y después dormirse como un bendito y soñar con las cosas bonitas del mundo y de la gente, que también las hay, ¡caray!

Bueno, pues que aquella joven musulmana estuvo esperando en la cueva durante años a su amado (imaginación le echaba el urdidor de aquella historia), pero su amado, que mientras tanto no había encontrado la posibilidad de subir a tan arduo lugar, tal como me sucedió a mí, que llegué allí de la mano de Toti y Pilar en un par de largos de discreta dificultad, pues que seguro encontró algún otro amor de más fácil acceso. De la humedad de las tantas lágrimas que derramó la dama nacieron unas encinas. Cuentan que Fátima se suicidó tirándose al vacío desde la oquedad y que ahora su alma despechada vaga entre las formaciones rocosas tratando de buscar a su amor perdido. Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

Se había acabado porque, ahora después de contada la historia, Toti se afanó totalmente en meter en la cabezota de un servidor, escalador de los años sesenta y principios de los setenta y actualmente ayuno de técnicas y asuntos relacionados con la ferretería que ahora acompaña a la escalada, los principios técnicos de seguridad y rápel; se afanó con la inestimable ayuda de Pilar que revisaba mis seguros, mi cabo de anclaje, el nudo ballestrinque que yo no terminaba de hacer adecuadamente… en fin esas cosas. Vamos, que parecía un párvulo asistido por el rector de la universidad y su chica. Como la cabezota de un servidor es desmoriada y se hace un lío con tanto cacharro, mosquetones de trescientas clases, eslingas, nudos marsard, ochos de distinto tipo, alondra, etcétera, etcétera, pues que para no perder ripio todo quedó grabadito, con lo cual cuando este neófito en los próximos días tenga tiempo, tendrá que darse una panzada a repetir paso por paso todas las enseñanzas recibidas. Así que ya me veo subido esta semana que viene a mi catalpa, es decir mi arbódromo, donde practico parte de la escalada, haciendo subidas y descensos tras las enseñanzas recibidas.

Y bueno, que la Pedri estaba preciosa, no hacía mucho calor y que el jefe de la expedición una vez pasada la charca Kindelán salió pitando y sus acompañantes, Pilar y un servidor, se perdieron en las anfractuosidades de las jaras, los brezos y los pedrusco y trabajo les llevó llegar a buen puerto, que allí estaba el Toti repantigao bajo la cueva de la Mora enterito mientras nosotros sudábamos tinta.

Cuatro o cinco años antes allí había estado también yo con Laure y Carmelo Rada. En aquella ocasión ya me ofrecieron escalar con ellos la misma vía, pero amigo, entonces yo estaba muy viejito y ya hacía un pegote de años que había decidido que eso de escalar ya era agua pasada; sin embargo años después, hace no mucho, ese mismo yo, un servidor, que ha empezado a cumplir años al revés, ya lo he dicho más de una vez, creo, es decir que si ahora tengo 76 al año que viene cumpliré 75 y después 74 y más tarde etcétera, así hasta que llegue a la niñez, si no la palmo antes; recuerdo, empezado a cumplir años al revés alentado por amigos como Toti, Vinches, Carlos (Soria) o Pedro Mateo, pues que siendo más joven, pues hoy no había más remedio que tirar pa arriba. Tirar pa arriba y muy bien, y contento y disfrutando del cálido granito primavera como en los mejores tiempos.

Y sí, hasta la misma cueva de la señorita Fátima, aquella enferma de amores cuyo espíritu vaga como alma en pena por el lugar. Sólo me queda decir que si el enamorado de la tal señorita hubiera contado con la compañía de Toti y Pilar, otro gallo habría cantado porque con seguridad hasta su amada habría llegado y lo que fue lugar de llanto y anhelo, habría sido nido de amantes en donde gozar de un amor eterno.

Al párvulo le echa humo la cabeza durante la intensísima clase 




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