En el pic Carlit




Junto al lago Bouillouses, 13 de julio de 2024

En estos momentos es imposible echar de menos mi tienda, y mira que la quiero y lo a gusto que estoy en ella. Pero es que junto al lago Bouillouses no puedo instalarla hasta las ocho de la tarde y como estaba cansado, hacía algo de fresco y me apetecía tumbarme un rato a echar la siesta, he decidido extender la cama de la furgo y… maravilla, como en la tienda pero mucho más ancho. Es guapo este pequeño refugio sobre ruedas a dos mil metros de altitud junto al lago.

(OJO. OS PODÉIS SALTAR ENTERITO ESTE PÁRRAFO, que más que dar cuenta del día intenta aclarar la diferencia que existe entre acampar y vivaquear) La verdad es que los franceses en este caso son una joya. Éste es uno de los entornos más hermosos de los Pirineos, altas cumbres, lagos a montón y un paisaje muy atractivo. Pues bien, yo no sé si la cordura en el uso de las montañas llegará alguna vez a buen puerto. En España creo que nunca a juzgar por los besugos que administran el Guadarrama, que además tienen mucho de vándalos. Me refiero a esa corriente tan extendida y agresiva que existe en nuestro país contra el camping libre (hay que hacer una aclaración antes de seguir. En Francia distinguen netamente hacer camping y hacer bivouac, vivac en castellano, el camping es estable y a todas horas y el bivouac, generalmente regulado, es cuando usas tu tienda por la noche y la levantas por la mañana). Hacer camping libre, que deberíamos traducir por vivac, poner la tienda por la noche para protegerte y levantarla por la mañana, en España es poco menos que delito en casi todo el país. A nuestros regidores, en general de cabeza muy dura y ajenos a los intereses de las minorías, no les va a caber en lo que queda de siglo el sentido común que rige en esta parte del Pirineo Francés y que es el siguiente: 1. Está prohibido acampar. 2. Está permitido hacer vivac (poner tu tienda al final de la tarde y levantarla por la mañana antes de las 8, en cualquier zona). Sentido común y el deseo por parte de la administración de poner a disposición de los ciudadanos las bellezas naturales del país. Hoy durante todo el descenso he visto subir numerosos grupos equipados para pasar la noche, un precioso entorno lleno de lagos y bucólicas praderías. En España tenemos un atraso desde hace muuuchas décadas respecto a Europa y probablemente tendríamos problemas con los brutos y sus basuras, parecido problema que tenemos con los otros brutos de nuestra administración, de algunas administraciones, no  generalicemos demasiado. El problema, aparte de que les falte imaginación y ganas de hacer un servicio, a nuestros administradores, es que tienen una predisposición innata que consiste en confundir el verbo administrar con el de prohibir.

Se acabó. Esta mañana mientras subía me vi atrapado en un numerosísimo grupo de catalanes que hacían la misma ruta que yo. Subir con un grupo así es como ir dentro de una nube de smog. No recuerdo a qué se refería Italo Calvino cuando en uno de sus escritos usaba esa expresión, pero se puede entender, una nube tan densa que no deja oír los pájaros, ver los riachuelos, las flores o el reflejo de las nubes en las calmadas aguas de los lagos. ¡Cuán gritan esos malditos!, que decía el Tenorio. Pues así, hasta que pude pasarles y perderlos en la distancia. Más arriba charlaría con otro catalán solitario que enseguida me espetó: ¿has visto a esa gente que va detrás? Parecen una colección de sordos en la fiesta de su pueblo. Y es que eso parecía. A mí ocasionalmente me gusta ir en grupo con los amigos del Navi, una charla apacible mientras subimos una ladera. Es verdad que en tales ocasiones me entero poco de por donde voy y que entonces prima la compañía y la conversación. Pero es que esta gente, que parecía venir de Barcelona, igual podría haber caminado por Las Ramblas, porque enterarse de lo que les rodeaba, nada de nada.

Sin embargo, y pese al dichoso grupo, hoy al solitario le sucedía una cosa curiosa con la gente. Creo que nunca había subido y bajado con tanta gente una montaña. En principio no me extraña porque de verdad es que esta ascensión, una ruta circular por los lagos a la cumbre del Carlit, es un hermosísimo itinerario. Curiosa porque niños, jóvenes, ancianos, chicos, chicas, y hasta los perritos me parecían pertenecientes a una misma tribu, una tribu en la que yo era uno más, claro. Un cuestón de mil metros de desnivel, unas tres horas y media o cuatro con un largo tramo final que hay que subir a cuatro patas, no es un paseo que todo el mundo pueda hacer. Empecé a sentir esa sensación de pertenencia a una tribu de amantes de la montaña en el tramo empinado que lleva a la cumbre. Subía tras los pasos de una pareja de octogenarios a los que me costaba dar alcance. Detrás venía Kilian Jornet y su tropa que momentos antes me había pasado cargado con un macuto voluminoso corriendo a todo correr por una cuesta de cuarenta y cinco grados. Joder, qué complejo me entró. No, y será posible que suba así hasta la cima, me dije. Pero no, paró un poco más arriba. Me detuve cuando llegué a su altura. Qué complejo me ha entrado viéndote, le dije, creí que serias capaz de subir a esa leche hasta la cumbre. La cosa era más prosaica: es que he perdido a mi novia y buscaba un resalte para hablar con ella con el walkie-talkie. Estos eran catalanes. Más abajo venían unos angloparlantes y detrás dos niños con su papi que se movían por este empinado terreno como Perico por su casa. La verdad es que estaba ya bastante ahogado. Un repecho más y a la derecha ya pude ver el corralillo del vivac de la cumbre secundaria, ese corralillo que debería haberme acogido esta noche o la anterior y que no pudo ser por culpa de los señores que pronostican el tiempo.

La cumbre principal quedaba cerca ya y naturalmente un pequeño gentío empezaba a verse. Fue terminar la última Z que los vi, allí acababa de sentarse la pareja de octogenarios que me precedía. Ella  mostraba un rostro al límite de sus fuerzas, nuestras miradas se cruzaron. No intercambiamos ninguna palabra pero hubo una intensa comunicación entre nosotros. Los tres, su marido, ella y yo formábamos parte de esa numerosa tribu parte de la cual ya o daba cuenta de su tentempié al abrigo del viento, se sacaba la foto de la cumbre o como una pareja más allá, se abrazaban y se comían a besos celebrando su llegada a la cima.

Tenía otro aire esta estancia mía allá arriba, tan diferente a días atrás en el pic Cabirolera, cuando después de una ascensión solitaria llegué a punto de ocultarse el sol a la cumbre, pero me gustaba, me gustaba ser uno más entre esa pequeña multitud.

El descenso fue un pequeño desfile donde se oían idiomas diferentes, alguno desconocido para mí. Fue en uno de esos destrepes que me topé con uno de esos rostros femeninos en donde se mezclan sencillez, belleza, un cierto halo de candidez. Ella ayudaba a su compañera que se agarraba la roca con todo el miedo de su cuerpo, y yo le indiqué que no había cuidado, que esperaría. Esbozó una leve sonrisa y dijo: you can go. Le di las gracias y pasé por la izquierda. Todavía mire para atrás dudando en ayudar o no a su compañera. ¿Existe algo más bonito en el mundo que una sonrisa en un rostro de mujer agraciado?





















 

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