Siete Picos, 23 de septiembre de 2024
Había
planeado subir a Siete Picos desde Camorritos por Majalasna, pero yendo con
tiempo sobrado al final tiré por la senda Herreros que hacía tropecientos años
que no recorría. No recordaba yo esa senda tan complicada y larga. Tres o
cuatro veces tuve que recurrir al gps para volver a encontrar el sendero. Es un
pequeño y complejo mundo esta ladera de Siete Picos.
A
veces, cuando camino por Guadarrama, me acuerdo de Machado, que nos dejó un breve
poemario sobre nuestra sierra, una sierra que en realidad sólo conocía, creo, muy someramente. Machado trabajó como
catedrático en Segovia entre 1919 y 1932 y algo debió de visitar la sierra,
pero me da que mucho no pudo ser y que su conocimiento acaso se reduce a
esporádicos paseos o al simple hecho de contemplarla desde el tren en sus
frecuentes viajes de Segovia a Madrid. No es raro que con cierta frecuencia
poetas y pintores se refieran a lugares de la naturaleza específicos de manera
pasajera y que generaciones posteriores, queriendo engalanar con el valor
añadido de la poesía o el arte en general determinados lugares, sobrestimen la
importancia de obras de estos artistas acaso con la intención no manifiesta de
celebrar un encuentro entre el artista, en este caso Machado, y cierto entorno,
nuestra sierra. Vestir nuestra sierra con los versos de un gran poeta puede
adornar, como la nieve o la delicadeza de un atardecer, nuestras montañas, pero
entiendo que ello tiene algo de artificio, en este caso artificio porque el
poeta difícilmente puede hablarnos del alma de nuestra sierra si no la ha
visitado. Y si no la ha visitado sólo nos puede ofrecer el producto de su
imaginación. Que no puede ser en ningún modo la sierra del poeta la de quienes
la han recorrido durante más de media vida, la de quienes han dormido en sus
bosques o sus cumbres. El sentimiento que me surge cuando compruebo cómo tantos
identifican la poesía del poeta con nuestras montañas, como si se tratara de la
misma cosa, es de rechazo. Traer por los pelos a un poeta para ensalzar nuestra
sierra, un poeta bastante “ajeno” a ella, encaja mal en la lógica de la
coherencia. Se da además el curioso detalle de que Machado detestara el deporte o la gimnasia.
Lo dejó bastante explícito en su Juan de Mairena: “…Absurda y
ambiciosa es la expresión educación física…, no hay que educar físicamente a
nadie…, todo deporte es trabajo estéril, cuando no juego estúpido…”. Como se ve
la extraordinaria sensibilidad de don Antonio, al que leo como uno de mis
poetas preferidos, dista mucho de sintonizar con los sentimientos que suscitan
nuestras largas ascensiones, el esfuerzo de caminar por nuestras montañas; algo
que probablemente a Machado le pudiera resultar un trabajo estéril, cuando no
un juego estúpido. Acaso, quizás, no estoy seguro. Leí hace muchos años Juan
de Mairena y creo recordar que su mucha sabiduría a veces desbarraba.
Otra
cosa es el caso de Sorolla cuando pinta Tormenta sobre Peñalara. Sorolla
pinta lo que ve, lo que le inspira aquello que tiene delante; no inventa, como
Machado barrancos, por ejemplo, que no existen en nuestra sierra. Vale que
aceptemos y disfrutemos lo que a él le inspira de nuestra sierra cuando la ve
desde el tren, pero no más…
Me temo que esta noche voy a pasar frío, al
menos en los pies. Hice el macuto no con mucha atención, como quien se va a dar
una vuelta alrededor de casa y ni desayuno ni ropa suficiente me he traído con
las prisas.
Vivo
esta segunda salida a Guadarrama, después del largo verano de ausencia en otras
montañas, como un regreso a casa. Sigo si poder quitarme de encima esa
sensación de que unos usurpadores convertidos en okupas, los administradores
del llamado PN, hayan venido a perturbar la paz de nuestra sierra erigiéndose
en dueños y señores del lugar, pero ya apenas me molesta, los ignoro del todo.
El hecho me lo recuerdan esos cartelitos que esta gente ha clavado en los
troncos de los árboles diciendo que “eso” es un PN. Los veo aquí y allá. Son
como las meaditas que van dejando los perros cuando marcan su terreno. Me sigue
molestando esa intromisión de administradores y ecologistas, pero ya cada vez
menos. Ahora vuelvo a estar en casa de verdad. Lo estaba el otro día subiendo a
Bailanderos y en lo que me quede de seguir visitando nuestras montañas creo que
voy a renovar esa agradable sensación de quien corretea por las habitaciones de
su casa.
Es una
sensación que nace precisamente de la soledad y que poco a poco creo que se ha
ahondar con el tiempo. Y ello porque confío en seguir caminando por Guadarrama
o su prolongación, los Carpetanos, sin encontrarme un alma. Es cosa de huir de
los horarios habituales de la gente y dejar a un lado las rutas concurridas.
Esta actitud hace que el vínculo entre mi persona y la montaña siga siendo de
una perfecta intimidad.
El otro
día charlando con Julio Gosan sus palabras me transmitían sentimientos similares. La profunda relación
que mantiene Julio con alguna parte específica de Guadarrama y con
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