Dos solateras perdidos en un barranco

Hoyo Borrascoso desde el sendero de Malagosto

 

El Chorrillo, 5 de octubre de 2024

Quizás debía de haber comprobado antes de soltar la carcajada que Julio no se había roto un hueso, pero el caso es que me dio por reír como hacía tiempo no me salía. Ver allí a Julio, vamos no precisamente a Julio sino los pies de Julio sobresaliendo por encima del mar de brezos y enebros, un sector donde con creces la vegetación sobrepasa nuestras cabezas, era una escena que ni Chaplin ni Buster Keaton podrían haber representado mejor. Vamos, que podéis imaginar la escena. Llevábamos caminando un buen rato no por el suelo sino sobre una espesa vegetación, bueno eso de caminar es un decir, más valdría decir abriéndonos paso como en medio de una selva impenetrable, cuando de repente la vegetación cede y Julio desaparece totalmente como si hubiera sido tragado por la tierra. Hay que decir en mi descargo que la escena la conocía de sobra, porque minutos antes yo había caído igualmente succionado por la masa vegetal en un punto en que un metro más debajo de donde yo pisaba corría un arroyo que no había visto. Sólo que cuando yo fui succionado por la vegetación boca abajo no llegué a reírme. Salir a la superficie me costó algo más de ese ejercicio que hago en el Sputnik trepando, sólo que allí me agarraba a las ramas como podía y ni flores. Cinco minutos estuve allí pataleando y moviéndome como alguien que no sabe nadar entre las olas. Así que se comprenderá que viendo que aquello de caer en las profundidades del riachuelo entre brezos, zarzas y enebros no era cosa de hospital ni de llamar al 112, que más bien se trataba de una secuencia cómica, se comprenderá, digo, que cuando viera a Julio asomando la cabeza intentando salir a la superficie me saliera del cuerpo una carcajada.

Aquí está Julio intentando salir de las profundidades marinas

Amanece sobre Peñalara y Claveles

Y es que la excursión, amén de las muchas penalidades, para las que ya íbamos preparados, Julio portaba consigo un machete de esos que debía de llevar Tarzán cuando con la mona Chita trataba de abrirse paso en la selva, Julio eso, y yo una motosierra de mano que al final se quedó en casa, que Julio ya me convenció por guasap que probablemente no sería para que la sangre llegara el río; amén de las muchas penalidades hubo cosas muy curiosas. Por ejemplo, yo, tan acostumbrado a ver las fotografías de Julio, tan buenas, montes, noches, atardeceres y esas cosas, estaba sorprendidísimo porque comprobé que en una buena parte de la salida Julio se paraba, sacaba la cámara del macuto, examinaba algo que había en el suelo, algunos zurullos de mucho cuidado, y con la lente macro se dedicaba a fotografiarlos. Sí, porque por mucho que fueran dichos zurullos de lobo, la cosa no dejaba de ser curiosa. Y es que los había en cantidad. La única manera de alcanzar a Julio, que siempre iba bien por delante, era ponerle un zurullo de lobo en el camino. Digo yo que ya puestos a hacer comprobaciones bien podría haberse metido uno de ellos en el bolsillo para examinarlo cuidadosamente en algún laboratorio.


Y por cierto, que no se crea que esa selva era una selva cualquiera, que por los restos que encontró, también Julio, que no se le escapa ni una y es un observador extraordinario, excepto cuando la espesura de la vegetación le obliga a hacer submarinismo, no como un servidor que parece caminar pensando siempre en las nubes; por los restos que encontró en el subsuelo de la selva descubrimos que por allí hubo una guerra. Lo prueban los restos de un obús, un nido de ametralladoras y una larguísima trinchera camino del collado de Malagosto. Ah, por cierto, también encontró una cantimplora. Cómo todo esto pudo llegar a la susodicha selva, ni Dios lo sabe.

Bueno, a todo esto, que digo yo que algo tendría que contar sobre el susodicho Hoyo Borrascoso. Fue un descubrimiento que hice en un invierno en que semana tras semana me dediqué a subir a dormir a cada uno de lo cerros que levantan la cabeza sobre el resto entre el puerto de Somosierra y Peñalara. Haciendo la cuerda entre el Nevero y el collado de Malagosto observé que en la ladera sur se abrían tres escapados valles franqueados por altas rocas que no daban muestras de tener descenso fácil. Así que un día subí a vivaquear a Peñacabra (no confundir con Peña de la Cabra, sierra del Rincón) decidido a bajar por uno de esos Hoyos, el Hoyo Cerrado. Iba solo y fue una buena aventura de la que salí escaldado y lleno de arañazos. Más de quinientos metros de desnivel de absoluta selva intransitable, pero con unas magníficas praderías entre selva y selva y con un aspecto tan alpino que me hizo recordar alguna parte del Pirineo. Era invierno y hacia lo alto subía algún magnífico corredor de nieve que bien habría merecido una breve ascensión en hielo.


Julio comprobando el rastro de los lobos

Después desde Bailanderos y la Najarra volví a ver aquellos tres hoyos y los puse en mi agenda. Así hasta que se me ocurrió invitar a Julio a probar descender por el más occidental, el Hoyo Borrascoso.

Y no vaya a creerse que todo fueron penurias, sarna con gusto no pica pero mortifica. No sé qué pensará Julio, pero quizás tenga que decir que ese hoyo, ese y el Cerrado (no confundir con el que hay sobre la Hoya de San Blas) es uno de los rincones más bellos de nuestras sierras.




Ahora un poco más en serio, que hoy me salió algo chistosa la cosa, decir que el recorrido es muy recomendable, siempre que se esté dispuesto a salir de allí con un buen número de arañazos y alguna que otra incursión subterránea bajo la masa vegetal, de cabeza o de costado, y de abrirse paso como a golpe de machete en muchas zonas. En compensación están los prados altos, bellísimos, rodeados de altas rocas y el postre, un hermoso recorrido final por un robledal junto al cual canta un caudaloso arroyo. Los prados hoy estaban además adornados por la presencia de multitud de crocus y merenderas (mataburros las llaman en tierras de Zamora). Echamos en la excursión cerca de ocho horas (media hora para personajes bala como Kilian Jornet probablemente), horario para tarras como nosotros que además de gustar caminar viendo crecer la hierba apreciamos cada rincón del monte como un regalo.


Por último agradecer a Julio su compañía y sus enseñanzas, setas, flores, topónimos. Fue una jornada realmente guapa. Una curiosa jornada donde dos cualificados  solitarios, esos raros amantes de las montañas que gustan caminar y vivaquear en soledad, dejaron a buen recaudo esa pequeña pasión para compartir y charlar por los codos durante horas.

 

Nota: Si alguno está interesado en repetir la experiencia, le puedo regalar el track que hemos seguido nosotros.

 

El fotógrafo en acción



2 comentarios:

Manu Gar dijo...

Bonita ruta, me has dejado salivando, te agradecería que compartieras el track para disfrutar estos territorios. Gracias

Alberto de la Madrid dijo...

Hola, Manu
El Track hasta Malagosto lo puedes obtener de Wikiloc (no es mío). Aquí:
https://es.wikiloc.com/rutas-senderismo/alameda-del-valle-puerto-de-malagosto-18080655
El de la ruta que hicimos nosotros no está publicado, te lo puedo enviar si me das un email o si tienes una cuenta de Facebook el nombre de la cuenta.
Saludos