Chorrillo, 10 de junio de 2025
Ya, ahora sí. Hasta este instante era estar fuera de mí, es el momento de volver al centro, yo mismo. Me imagino que a todo el mundo le sucede algo parecido. Estar muy ocupado, hoy en
Hacía tiempo que había descubierto a este nuevo jubilata, Tino, un día que coincidimos de la mano de Miguel Ángel Gárate en la despedida del chiringuito del Torrero. No demoramos mucho la oportunidad de podernos volver a encontrar. Un encuentro que prometía; parecidas inquietudes culturales, ganas de conversar, una trayectoria la suya atractiva, y sobre todo la posibilidad de sumar conocimientos y rastrear las inquietudes intelectuales que en un primer momento asomaron en su interés por algún asunto de psicología y política, amén de nuestra mutua pasión por la montaña.
Sucede además que mi timidez congénita en los últimos años se ha vuelto tan descarada que no me pienso mucho la cosa cuando me cruzo con alguien que barrunto interesante. Así he conocido a un buen puñado de amigos en los últimos años. Esta mañana Tino me ha regalado un libro de su cosecha y de su amigo Pablo Mazariegos. El libro se abre con una cita de Khalil Gibran que dice: “En la dulzura de la amistad, dejad que haya rosas y placeres compartidos / Porque en el rocío de las cosas pequeñas el corazón encuentra su mañana y toma su frescura”. Recuerdo una vez viajando por México… Estábamos paseando por un mercado donde se vendía de todo, cuando de repente mi atención cayó sobre una mujer, una señora gruesa del mundo rural, que tenía un amplio repertorio de cosas a vender alrededor de ella, y mientras las vendedoras vecinas gastaban su tiempo atrayendo a los posibles clientes, ella se encontraba abstraída en la lectura de un grueso libro. Tanto me llamó la atención el detalle que me las apañé con el telex para fotografiar a ella y al libro. El título de éste era: Cómo hacer amigos. La verdad es que me sorprendió descubrir a aquella aldeana entrada en años embebida en la tarea de procurarse amigos. En el rocío de las cosas pequeñas el corazón encuentra su mañana y toma su frescura. Pues eso mismo.
Habíamos quedado a las ocho de la mañana en Canto Cochino. Hora en que el revuelo de los pájaros, especialmente los carboneros garrapinos, todavía no asediados por el calor, animaba el bosque en las laderas al otro lado de la pradera de los Lobos. Las grandotas flores de las jaras resistían aún el embate del calor y allá, a la derecha, el coloso diluvial de Peña Sirio saludaba a los caminantes que a esa hora, nosotros mismos, ya andábamos liados en una charla que no se interrumpiría ni siquiera en las pequeñas trepadas más allá de Cancho Amarillo, donde nos detuvimos e hicimos un pequeño paréntesis para recordar aquel doloroso accidente en donde Tino (Celestino García) acompañado por el Mogoteras (Francisco Caro) sufrió un accidente que le llevó a la muerte.
Del refugio-vivac a donde nos dirigíamos no teníamos otra referencia que un waypoint que me había proporcionado un amigo. Nos costó andar de un lado para otro en el bosque, pero terminamos dando con él. Qué admiración cuando me encuentro con uno de estos refugios, el trabajo acumulado, el suelo enlosado con grandes placas de granito, su cerco de troncos de maderas. El cobijo aprovecha una enorme roca bajo cuya protección está construido un recinto medianamente grande cuyo fondo se encuentra cubierto por una tarima bien trabajada. A la izquierda del receptáculo se abre una puerta que da paso a una pequeña habitación en cuyo fondo se alza un pequeño lecho de rocas planas que sirve para instalar el vivac. Detalles como una pequeña ventana de madera coquetamente trabajada, un banco, elementos de cocina, un tablero de ajedrez completo y una limpieza total, dan al lugar un aspecto ordenado y confortable. Se entenderá que no dé detalles de la ubicación en un medio público como éste.
Pues allí nos sentamos bajo la ceja de roca a tomar un tentempié y allí nos liamos a no dejar títeres sin cabeza. La conversación empezó por el deseo de quitarnos de encima el magisterio sin discusión que a veces arrastramos de personajes de la cultura universal, Heidegger, Aristóteles, Nietszche, un puñado de personajes cuyo magisterio poníamos en duda al descubrir fallas importantes en la estructura mental de muchos autores. Si bien yo andaba algo más comprensivo esgrimiendo la idea de que el contexto histórico era importante para “perdonar” deslices como la consideración de la mujer como ser inferior, la defensa de la esclavitud, etcétera en pasados siglos, lo cierto es que no parece que llegáramos a un acuerdo para sacar del pozo de sus miserias a personajes como Picasso, al que mi amigo atribuía una misoginia congénita, a Rousseau o al mismo Nietszche que percibíamos como avalador de una especie de hombre superior y al que descubrimos personalmente como un personaje un tanto ñoño y excesivamente dependiente del qué dirán. Llegó un momento en que fue imposible seguir. Se nos hacía tarde y queríamos también llegar al Jardín de los Guerreros, en donde yo había pretendido vivaquear hace tiempo sin lograr encontrar el paso.
En esta ocasión, gps en mano, no tuvimos dificultad en localizarlo. Antes de llegar, ya nos estaban, desde las altura posados sobre la cima de
De bajada La rosa de los vientos (Serrat, naturalmente) nos llevó por otros parajes ya lejanos a la filosofía, ya fue vagabundear, entre el cielo y el mar vagabundear. Prometernos escalar la próxima vez
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
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