Refugio Bognour, 44,61334841°N, 07,07667589°E, 2 de julio de 2025
A las cinco y media de la mañana el despertador ya andaba danzando junto a mis orejas. Desayuno, me despido de Franz y la gente del refugio y con las manos en los bolsillos emprendo mi camino, hoy cuatro kilómetros de carretera cuesta abajo hasta la pequeña localidad de Pleyne. Primeros momentos de la mañana de paseo. El sol brilla en los prados sobre los tallos húmedos. En Chiazale le doy los buenos días a un paisano que trepa por una abrupta ladera cargado con postes de algún pastor eléctrico. Después de Pleyne tengo que acelerar el paso urgido por el olvido de no haber pasado por el baño. Salgo escapado del asfalto , me interno en una estrecha pista y al fin encuentro el lugar. A mitad de faena oigo subir un 4x4. Súbete las mallas, hazte el tonto, deja que pase el coche y termina de una vez. Ufff. Gajes del oficio de un caminante con prisas.
Y ahora así, ahora echar mano de ese paso con el que se llega al fin del mundo. Tan metido estoy en el mío propio, que ya bastante arriba me asusta una voz que da los buenos días a medio metro de donde paso. Una pareja, se sonríen por mi sorpresa. Ya lo he dicho, paso tantas horas ensimismado en el espacio que se abre a cada paso a medio metro de las puntas de mis botas, que si se hundiera el mundo no me enteraría. Una curiosa pareja que a la sombra daba cuenta de su desayuno, él un suizo regordete que ha atravesado los Alpes ya cuatro veces y en un par de ocasiones también el Pirineo, y ella una simpática mongola, pequeñita, comunicativa y dispuesta a hacerse una fotografía ya mismo con el vagabundo. Utilizamos tres lenguas diferentes para comunicarnos. Tiene tantas ganas de hablar y de compartir su entusiasmo de correcaminos que a poco nos liamos a recorrer mundo juntos, incluido un viaje en el Transiberiano que ella ha hecho cinco veces. Mi Transiberiano no pasó por Mongolia, pero es lo mismo, el caso es encontrar nexos comunes. Él tiene un año menos que yo y se le ve orgullosísimo de su vida y sus aventuras. Hoy nuestro destino será el mismo, el refugio Bognour, así que, ci vediamo dopo. Nos despedimos hasta la tarde.
Andaba yo desde hacía un rato espantando con los bastones un tábano empeñado en mordisquearme el trasero. Desconozco las experiencias de otros caminantes con estos insidiosos insectos, pero yo a lo largo de los años he acumulado las mías con ellos de rellenar alguna crónica. Vas tan pancho caminando pensando en tus cosas y de pronto sientes el mordisco, lo espantas pero es lo mismo, el animalejo, que es terco como una mula, vuelve una y otra vez al lugar del delito, ese mismo sitio en donde ya ha sacado tajada. El tábano a veces puede sobrevolarte alrededor durante kilómetros. A veces me he parado un buen rato esperando cazarle en un descuido. Nada. Vuelvo a caminar y en el momento que dejo de abanicarme el culo con los bastones, ahí está a pegar un nuevo mordisco. He de decir que la preferencia por los culos del susodicho es proverbial. ¿Por qué? Ni idea. A los tábanos les sucede como a un servidor, que siempre le gustaron los culos a rabiar… ciertos culos. Seguro que algún estudioso antropólogo o antropóloga habrá investigado el hecho. Bueno, pues parado estaba yo intentando cazar al tábano, cuando me di la vuelta y, hete, allí estaba el amigo Amali (eso entendí), el amigo alemán con el que había hablado un buen rato la tarde de lluvia del refugio Campo Base. Los amigos del camino se suelen esfumar en los senderos, se esfumó Tatiana, se esfumó Martin, se esfumó Franz que llevaba dirección opuesta a la mía, pero mientras tanto desaparecen y aparecen otros. Nos despedimos pero diez minutos más tarde vi que se había salido del camino –???– y trepado unos metros por la ladera. El tío se había olido que desde esa altura se podía ver algo excepcional. Efectivamente. Trepé a mi vez y lo que teníamos delante era, ahora en primer plano, el Monviso, de nuevo espléndido, reduciendo, por encima de los valles abyacentes con su corpachón pétreo, a las otras montañas a condición de vasallas.
Lo de bajar de las alturas en pocas ocasiones es un agradable paseo. En ésta era un auténtico rompepiernas, una especie de tobogán en picado donde echar el freno era imposible y había que dejar todo el trabajo para frenar con el motor, vamos, las piernas, en este caso seiscientos metros de desnivel en que las bielas terminaron echando humo antes de llegar al lago de Castello, en el término municipal de Pontechianale. El único alivio era derramar aceite y hacerte el desentendido, lo que conseguí leyendo Tirano Banderas. Al final terminando el Tirano como deberían terminar todos los tiranos. La novela es una peli de buenos y malos, una buenísima peli, quiero decir, en donde al fin los buenos se despojan del yugo criminal del opresor. Acabé la novela cerca del lago, donde un sendero de paseantes y turistas jalonado de sombras, bancos y farolas bordeaba el lago hasta el pueblo de Castello.
Nada peor que después de un descenso rompepiernas tener que arremeter una cuesta de cuatrocientos metros de desnivel para alcanzar el refugio, pero era lo que había. Subiendo empezó a llover, poca cosa, pero suficiente como para que me planteara de nuevo una tarde de refugio. Cuando llegué a él, el amigo Amali, yacía despanzurrado en un banco. En Castello se había bebido un litro de cerveza, esa tradición alemana, y ahora la exudaba al aire tras el amago de lluvia.
Después charlar un buen rato con los guardeses, un animado matrimonio que se tiraba pullas entre sí y que enseguida me preguntaron por los años que llevaba casado. Conocido lo cual, rieron en connivencia dando por sabido lo que eso significaba.
A esta hora de la tarde seguro que mi amiga la mongola y el suizo deben de andar por abajo. Ya les veré después, ahora hago la hora de la siesta en una de las habitaciones superiores del refugio, un excelente miradero sobre la nada nubosa de los alrededores. Una habitación con varias literas toda muy bien iluminada por ventanas que dan a levante y al sur.
Joder, le estoy empezando a coger gusto a los refugios. Muy especialmente cuando tengo una habitación para mí solo, o somos pocos y bien avenidos. Hoy creo que habitado sólo por esos amigos de los caminos con los que he venido encontrándome. Muy especialmente cuando… bueno, cuando puedo disfrutar de una vista excepcional, un buen colchón, un repollete en el alfeizar y guardeses con los que gozar de una agrable conversación.
Hoy no hay cobertura, así que mi chica tiene que conformarse con el ok del satelital y mi posición. Finito, me entrego de pleno al gusto del far niente.
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