Trattoria Villanova, 44,79836542°N, 07,05511808°E, 5 de julio de 2025
El lugar, una pequeña habitación con dos literas, una amplia ventana por donde entra la estrepitosa música del arroyo cercano. Enfrente una pequeña huerta, más allá el bosque y más allá todavía una espesa niebla que lo cubre todo. También llega el campaneo de las esquilas de las vacas. Un ambiente apacible, tranquilo, ideal para el final de una larga jornada. Comparto la habitación con Giulia, una ragazza con la que parece he coincidido días atrás.
Cuando salí de la tienda esta mañana, el sol remontaba costosamente entre las nubes. A mis pies la niebla peinaba el valle con desordenadas guedejas de ceniza clara. Una mañana más, mochila a la espalda y piano piano volver a hacer camino. La niebla me pisaba los talones, subía por un valle lateral y componía un lienzo claro en medio del cual una soñolienta montaña se dejaba ver a través del delicado tul de la niebla. Aquí las montañas se han dulcificado, muestran perfiles nada agresivos y en sus laderas dejan correr un simpático senderillo que poco a poco termina ganando el Col de Barent. A partir de aquí es cosa de dejarse llevar curva tras curva hasta la profundidad del valle. Bueno, los primeros cien o doscientos metros, después el sendero se hunde en la floresta y arrean ganas de atajar casi por la vertical.
Es sábado, así que el monte está menos solitario que lo habitual. Los corredores, esos runers que tanto admiro por la resistencia que le echan en las cuestas, no se arredran con lo pino de las laderas. Me cruzo con tres o cuatro parejas que suben a buen ritmo. Cuando llega un tramo de pista empiezo un nuevo libro, en esta ocasión La destrucción de la democracia en España, de Paul Preston, pero me dura poco. El recorrido de la democracia desde principio del siglo pasado no entra de momento en el campo de mis motivaciones. Así que cierro éste y continuo con Enquiridión, de Epicteto. Llevo días pensando que si el mundo está loco, si lo estuvo desde el comienzo de la historia del hombre, se lo debemos a una mala higiene mental, una tarea en la que se empeñaron con ahínco los filósofos de la Antigua Grecia. Un tiempo en que la filosofía no era una profesión, ni una actividad literaria. Era simplemente un arte de vivir. Era una forma de llegar a ser más justo, más sensato, más razonable, más sereno, más sincero, más respetuoso, más magnánimo, más libre. Era una forma de conseguir eso que llamamos «crecimiento personal».
Metido en el arnés de esta vida simple que he inaugurado hace dos semanas y media, en ocasiones se me ocurren ideas “baladíes” sobre el correr de la historia y el mundo. Me pregunto, por ejemplo, cómo habría sido éste si no hubiera existido la ambición de esos “grandes” personajes de la historia, Alejandro Magno, Napoleón, Hitler, Felipe II, etcétera; la ambición por crear imperios y despojar de materias primas y riquezas a otros pueblos. Si en vez de ese camino los sapiens hubieran asumido la filosofía de los estoicos, por ejemplo, o el espíritu de Jesús (no la bazofia que vino después)…
De hecho hubo grandes personalidades que predicaron a los cuatro vientos una forma de vivir opuesta a ese espíritu insaciable de conquista y acaparamiento. Pero ni puto caso. El cristianismo podría haber hecho mucho en favor de una filosofía así, pero la corrupción y las pasiones desordenadas acabaron a la vuelta de la esquina con el espíritu primero.
Una de las cosas que me sorprenden leyendo a Epicteto, es la proximidad que encuentro en sus ideas en relación al Evangelio. Jesús no fue un filósofo estoico, pero habló desde una sabiduría que comparte muchas intuiciones éticas y espirituales con el estoicismo. Los filósofos antiguos y las religiones hicieron, éstas al principio, mucho por refrenar las pasiones destructivas del hombre, pero como si quieres arroz, Catalina. Olvidémonos por un momento de la conflictividad del mundo en que vivimos; contemplamos la tierra fértil, sus posibilidades, la de que todo el mundo pueda vivir en cierta armonía. Y una vez hecho esto, contemplemos simultáneamente el panorama que vivimos donde priman sobre todas las cosas la insaciable acumulación de bienes por unos pocos, la obcecación por alimentar un nacionalismo insensato… en fin, ese tipo de cosas que para alguien que nos estuviera viendo desde Marte con un catalejo sería motivo cuanto menos de risa, si pensamos en lo que duramos cada uno de los seres humanos.
Cosas así, así de tontas, así de simples, se me ocurrían esta mañana leyendo a Epicteto mientras la niebla se enroscaba y desenroscaba por las laderas de las montañas.
Una vez llegado a la parte alta del fondovalle, tenía dos posibilidades, una pista a la izquierda del río o un sendero a su derecha. Vencí la tentación de lo fácil, una pista por donde se veía transitar algún coche, y tomé el sendero de la derecha. Resultó el tramo más bonito de todo el recorrido que llevo andado desde que salí junto al mar. El río rompía con bronca energía allá abajo en todo momento, mientras el sendero, sorteando a ratos grandes bloques de roca, otras paseando apaciblemente por el bosque, otras menos pidiendo el empleo de las manos para progresar, terminó cruzando el río y entrando suavemente en las calles de la muy pequeña aldea de Villanova, donde una muy bien apañada trattoria ofrece a sus clientes todo lo que éste pueda necesitar.
La guardesa, visto el tiempo, que amaga lluvia ya, me ofrece quitar el coche del prado donde está para que ponga mi tienda si quiero. Lo que sigue de camino son mil metros de desnivel sin respiro, así que termino optando por pernoctar en la trattoria.
![]() |
No hay comentarios:
Publicar un comentario