45,39186783°N, 07,26513416°E, 14 de julio de 2025
Me llevó el complejo descenso de collado Triones a Pialpetta, mil bajadas y subidas para sortear; primero unos farallones por encima de los lagos de Triones; y más abajo grandes paredes que salpicaban una ladera que caía a poco sobre el valle. Y ello en la compañía de las aventuras de Goldmundo, curioso personaje que salido de los claustros de un convento en donde había de parar su entera vida, habiendo caído dormido en una de sus excursiones por los alrededores de dicho convento y siendo despertado como Príncipe Azul por el beso de una misteriosa moza, tronca a partir de ese momento su amor a Dios por los más mundanos amores de las mujeres. Goldmundo descubre que su existencia ha de estar regida por una libertad sin límites, y así emprende una azarosa y aventurera vida, llena especialmente del perfume de la feminidad, del recuerdo de su amigo Narciso. Sus caminos le llevan también por los senderos del arte. Su vida atraviesa posteriormente un mundo diezmado por la peste… Y mientras, mi sendero daba vueltas y vueltas. Me detuve en el primer manantial que encontré a saciar una sed que llevaba agarrada al cuerpo desde la tarde anterior cuando me sorprendió la lluvia y tuve que montar la tienda sin dar lugar a llegar a las orillas del lago donde pensaba acampar. Mis riñones no están para bromas, ya me pasaron factura los veranos anteriores cuando escaseó el agua, así que saqué del macuto mi poto, lo colgué de la mochila y cada vez que atravesaba un arroyo me daba una panzada a agua. Lo del poto colgando fue como llevar a una vaca tras de mí durante todo el día, por eso de la música del tolón tolón que emitía mi poto.
Estaba convencido cuando me desperté de que me encontraba rodeado por la niebla. A las seis y media abrí la cremallera de la tienda y me asomé. Curioso haber atravesado durante el día de ayer un macizo importante y no poder verlo hasta la mañana del día siguiente. Tantas veces esas montañas que recorres, y de las que no te llevarás en la memoria más que la masa blanca de la niebla que te ha acompañado durante días. La última vez que hice el GR11 atravesando el Pirineo, recuerdo que mi paso por el Pirineo Navarro, fue eso, caminar durante cuatro o cinco días con la visión reducida a unos pocos metros a mi alrededor. Me gusta caminar con la niebla, pero ya se sabe que ningún exceso es bueno.
Al poco de empezar a caminar esta mañana, una mañana realmente fría, me tuve que poner el equipo de agua. Nubes cargadas de agua se alternaban con grandes manchas de cielo despejado.
Cuando la peste empezaba a hacer estragos en los caminos que Goldmundo recorría, fue cuando en una de las revueltas del camino vi el pueblo, Pialpetta. Era una vista muy similar a la que se ve desde un avión, tan rigurosa era la caída. Mi preocupación, primero, encontrar un restaurante, y después, la hora. Me era casi imposible llegar allí antes de las dos, esa hora en que italianos y franceses cierran sus cocinas.
La historia de Narciso y Goldmundo es retrato de dos formas de estar en el mundo: la del que busca sentido en el pensamiento, y la del que se lanza a vivirlo todo con el cuerpo y el alma. Goldmundo se va, se pierde, ama, crea, sufre; Narciso permanece, observa, comprende. En estos días de andar constante, la novela me acompaña, como tantas veces que leí a Hesse, como una constante indagación y profundización sobre los significados de lo que hacemos. Hace veintitantos días que no sé lo que sucede en el mundo. La vida ha dado un giro. Se me hace que el encuentro con estos dos personajes, el que piensa la vida y el que se lanza a vivirla –días atrás hablaba de vivirse sorbito a sorbito–, es un encuentro fortuito que acaso expresa cierto trabajo de síntesis en donde prevalece la certeza de que este aislamiento –ahora incluso ausente al trajín de las redes y desconociendo si lo que escribo es leído o no– es un ejercicio más de aproximación a las fuentes. Hablé alguna vez de esas fuentes tras las que es necesario caminar; la fuente de la emoción es una de ellas; pero existen otras. La vida corriente, presionada, rodeada por la realidad del mundo circundante, sus pulsiones, sus distracciones, sus locuras, añadiría yo, con frecuencia nos hacen perder el norte, hacen difusa nuestra realidad interior. De ahí que volver a las fuentes, a lo que uno se debe, a lo que uno entiende que debe ser la vida, en cierto modo este caminar solitario durante semanas y semanas –caminar es una forma de meditación– le venga bien al vagabundo.
Terminó haciéndose tan complicado el descenso entre aquellos farallones, que acabé dejando la lectura para centrarme en el sendero.
Eran las dos pasadas cuando pisé la entrada en el restaurante. Venía agobiado y sudoroso. Cuando pregunté si todavía podría comer, creo que me miraron con cierto aire de simpatía y comprensión al verme la pinta de sudor y cansancio que debía de llevar encima. Lo consultaron. Sí, podía. En el comedor unos pocos comensales terminaban con los postres. Comí bien, fueron amables y accedieron a prepararme algo para la cena. No quedaba nadie en el restaurante ya, así que apresuré, pagué y salí al sol pensando en buscar una sombra para descansar y echarme acaso una siesta.
Resultó que no encontré un lugar que me placiera y como me encontraba bien y el cuerpo tiraba para arriba sin rechistar, terminé subiendo mil metros de desnivel… hasta que pude encontrar una pequeña anchura en el sendero donde instalar la tienda.
Y fin, es hora de dar cuenta de mi cena.
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