Día 32. Hacerse mayor. El trabajo de vivir

 


45,52929425°N, 07,70887077°E, 19 de julio de 2025

Es difícil reflexionar con un poco de profundidad haciendo esta vida que hago. Pienso someramente en asuntos mientras camino y surgen temas, pero me falta la tranquilidad, y el tiempo de esta última parte de la jornada suele ser, entre unas cosas y otras, reducido. Hoy me hubiera gustado escribir sobre la vejez, que quieras llamarlo como quieras llamarlo, es eso. Dos asuntos me motivan. Por una parte el haber finalizado la novela de Hermann Hesse y por otra el haberme cruzado en mitad de la lluvia con un hombre mayor con aspecto de profesor universitario despistado al modo de Jerry Lewis en El profesor chiflado

Leí un libro anterior de Hesse que se ha traducido al castellano como Elogio de la vejez, traducción, que yo recuerde, que en absoluto hace justicia a la realidad. No recuerdo yo ni mucho menos optimista a Hesse, como no es optimista el modo en cómo cierra su novela Narciso y Goldmundo, en donde el primero aparece realmente como un fracasado al final de una vida plena y aventurera que hubiera merecido un trato más optimista a quien satisfecho de la vida de libertad y creación que ha vivido le acoge un sentimiento de satisfacción y deber cumplido. Hesse ensalza en sus libros la aventura, la relación con la naturaleza, la vida plena, pero al final, si consideramos estos dos libros que menciono, da la impresión de que en el fondo lo que venía haciendo con su escritura era una impostación, expresar un deseo que al final es frustración y desengaño. Entiendo que es bastante probable que este guión fallido de su personaje tenga que ver con su propia vida y con los problemas que tenía con su pareja. En definitiva, no acepto este derrotismo que muestra Hesse en estas dos obras. 

La segunda razón por la que me siento esta tarde dispuesto a reflexionar sobre la vejez, viene del encuentro con ese hombre de aspecto de profesor universitario. Llovía bastante y de repente veo subir a un hombre con gafas en camisa. Sobre su mochila, al aire, el aislante. No llevaba ninguna protección contra el agua, ni él ni su macuto. Me paré con intención de hablar con él. Yo llevaba caminando seis horas, de ellas dos o tres bajo la lluvia, y él se ve que pese a la lluvia había salido de donde fuera tal cual iba, algo excepcional, porque lo normal era esperar a que por lo menos la lluvia mengüe, y más excepcional todavía pensando en lo que tenía por delante, al menos dos o tres horas de subida y más de tres de bajada por terreno complicado balizado en muchos lugares por cadenas, cuerdas y peldaños de hierro. Un larguísimo y empinado barranco que yo había subido sin lluvia con cierta dificultad, este hombre lo haría en descenso lloviendo. Le dije que en la parte alta se podría proteger de la lluvia en una borda abandonada bastante limpia. Hizo caso omiso. Contestó que llevaba una tienda… para qué te servirá una tienda pensaba yo para mis adentros, yendo como iba su macuto sin protección y sabiendo de sobra que poner una tienda en estas condiciones al final cuando entras dentro puede ser como hacerlo en una bañera... Parecía indiferente a lo que le esperaba; tras los cristales de sus gafas sus ojos traslucían indiferencia. Desde luego no era un novato. A los pocos metros de despedirnos, me di la vuelta. De su macuto colgaban de los cordones, bailaban sería mejor decir, dos deportivos. Y colgaba también una bolsa negra. Admirable, parecía la mochila de un adolescente que saliera por primera vez al monte. Y llovía. Y vaya que si llovía. 


Total, que me quedé pensando en eso de ser mayor. ¿La razón? Quizás fuera esa indiferencia que mostraba ante la lluvia y ante el hecho de que tuviera que caminar seis, siete horas bajo ella por lugares difíciles y complicados; y así al desgaire, sin preocuparse, en camisa. Me era difícil meterme en la cabeza de ese hombre, pero reconocía en él una entereza, un algo que no lograba captar del todo, pero que me gustaba. ¡Dificultades a mí!, parecía decir desde su disposición. Era todo lo contrario de lo que yo había rescatado de la lectura de Hesse. Uno no puede ser un eufórico aventurero toda la vida y llegada la vejez rendirte, o peor, seguir cumpliendo años pero vegetando. 

Confieso que tengo algún que otro momento difícil en que me digo, oye, yo creo que esto de caminar meses sin parar por las montañas es demasiado duro. ¿No será momento de parar, de quitarle un poco de empaque a esto? Hablo de caminar, pero igual podría aplicarlo a asuntos intelectuales, a otras tareas… ir relajando la tensión para adaptarse a la edad. ¿Hacerse mayor con un nivel de empeño menor? ¿En vez de ir a vivaquear en invierno a alguna de nuestras cumbres, quedarse mejor a disfrutar del confort de la casa? 

Sucede que me encuentro muy bien siendo mayor, que aprecio este momento de mi vida más que ningún otro que he vivido. En muchos años nunca he tenido la ilusión que tenía este por venir a los Alpes y cumplir una vez más esa peregrinación de atravesar todos. Ha disminuido, y mucho, mi memoria, pero mis placeres están ahí intactos, incluso después de la extirpación de la próstata. Los libros, la familia, los amigos, la montaña, la simple contemplación de la vida, el susurro de las hojas de los árboles, o en este mismo momento, la música de la lluvia sobre el techo de mi tienda.


Hay que seguir diciendo que la vida en absoluto tiene sentido, que el único sentido que tiene es el sentido que cada uno le damos. Si cada mañana me despierto con todo el cuerpo dolorido y me cuesta tanto levantarme, pero después me alzo y me enfrento a la mañana, a las cuestas, al esfuerzo y estoy bien. Y llega la tarde, y descanso, y escribo y siento que durante este día he vivido, vivido intensamente, ¿para que quiero más? 

No es que haga algo para después sentir etcétera, no, no es ese el planteamiento. Hay gente que estas cosas no se las plantea, no las piensa. No me imagino al amigo Carlos en esa tesitura, creo que es cosa de instinto, algo así como lo que le sucedía a Yavhé cuando creó el mundo. Creó la luz y vio que aquello era bueno y… y así con toda su Creación (hasta que creó al hombre y entonces la cagó :-)) A Carlos tener un sueño por delante, le da la vida; y si el sueño es grande, más vida. Asunto aparte los esfuerzos que conlleva llevar a cabo una buena preparación, y que evidentemente también tiene sus réditos personales. 

El trabajo de vivir, no el del mero existir, parece que sea una conditio sine quanon, creo, para seguir encontrando en el camino esa fuerza que te hace estar bien contigo mismo. 

Cerrando el tema pienso en el profesor universitario despistado. Cuánto me gustaría saber qué hace, cómo lo está pasando en este momento. Después de haberme cruzado con él, a la lluvia, yo ya estaba comiendo en la trattoria de Fondo,  siguió una horrísona tormenta, que seguro le pilló de camino.

 

Resumiendo mi jornada. Esa sensación primera de que vengo de lejísimos, una larguísima subida por un terreno expuesto al fondo de cuyo barranco un caudaloso torrente dejaba cascadas asalvajadas. El cielo totalmente cubierto, las nubes envolviendo las cumbres y poco más arriba la espesa niebla y la lluvia. Cuatro horas me llevó el descenso hasta Fondo y que aproveché para terminar la novela. 

En Fondo, con tormenta en pleno desarrollo, no sabía qué hacer. La trattoria tenía todas las camas ocupadas y me ofrecieron habitación en un pueblo de más abajo. Coge un microbús, baja, duerme en no sé dónde, mañana coge de nuevo el microbús al punto de partida… Uffff… no. Decidí probar suerte y esperar. Una hora más tarde la tormenta cesó y seguí mi camino. Encontré un pradito en las cercanías de un grupo de casas que también tenía una pequeña iglesia. De hecho pensé que en el portico de la iglesia o en alguna casa encontraría acomodo, pero no fue necesario. 

















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