Día 39. Por las nubes. Algo sobre el prestigio.

 


45,89860466°N, 08,01852375°E, 26 de julio de 2025 

No estoy habituado a frecuentar restaurantes u hoteles, digamos que están fuera de la condiciones económicas y sociales en que me he movido siempre. Ayer fue una excepción y como tal adquirí por un rato la condición de espectador. La distancia que hay entre la situación humilde en que nací y me desarrollé posteriormente y la de la gente que maneja pasta o vive una condición social, digamos muy irónicamente, superior, ha provocado en mí desde siempre curiosas reflexiones. Ya de muy jovencito esas distinciones que la vestimenta parece desear enfatizar, adjudicando al porte, el vestido, la posesión de bienes, un rango de distinción sobre el resto de los mortales, fue algo que percibí como estrafalario e incluso ridículo. Los lores ingleses, su vestirse de gala para cenar, la gente de rango social importante y económico alto con sus hábitos de distinción, cuando me los encontraba en las novelas, en las películas o en la vida real en cierto modo me hacían sonreír.

El haber nacido en una familia humilde y el haber desarrollado tempranamente un sentido crítico con buenas dosis de rebeldía, ya me creó tempranamente algún pequeño problema, por ejemplo al negarme a usar chaqueta y corbata cuando trabajé como empleado de un banco.

Los elementos en litigio. El prestigio, el que los otros nos reconozcan ricos, guapos y poderosos es uno de los hechos más importantes que hacen que muchos, tantísimos, pierdan la cabeza convirtiendo su vida en una carrera contra reloj cuyo objetivo es ese ser importante. Si anduviera por aquí el Principito soltaría enseguida una serie de ingenuas preguntas: ser importante ¿para qué?, tener una enorme y lujosa casa, ¿para qué? Ser, tener más que el vecino, distinguirse de estos y aquellos, acumular bienes...

Y en el lugar opuesto todos a los que se les cae la baba viendo cómo el vecino…  ah, si yo pudiera tener esto o lo otro, ah, ser famoso, rico, bonito… ¡Qué gran cosa! 



La historia de la humanidad es en gran parte una historia de la ostentación. Y los caminos que llevan a la ostentación casi siempre son perniciosos. Las personas, las instituciones, la Iglesia Católica, los templos budistas en donde el oro y la plata etcétera. Todos de cabeza tras el becerro de oro. Si tienes ese oro gozas de la consideración de los otros, si no, eres un paria. Siempre ha habido en la historia del mundo quienes se lo han montado a lo grande a costa de la generalidad. Y bien que se han organizado para perpetuar las diferencias. 

Y no veo yo que nuestra sociedad actual se rija por criterios muy diferentes; más, siendo el prestigio un valor social de tan altísimo valor, es de cajón, que los que lo tienen harán todo lo posible para acrecentarlo (vestidos, riqueza, conspicuo consumo, poder, etc.), mientras que los que no lo tienen se esforzarán por alcanzar tal prestigio. O buscarán un sucedáneo, por ejemplo, dándose el gusto una vez al año en pasar una noche en un hotel de treinta o cuarenta estrellas. 


Jajaja… Es que he parado de escribir y me ha hecho reír este irme por los Cerros de Úbeda con algo que aparentemente no tiene nada que ver con mi caminar. Pero bueno, algo sí tiene que ver. A veces me da por mirar el mundo con ciertas gafas, las del vagabundo sin más, y veo cosas tan ridículas que me hacen sonreír. No se trata de tirar de la cuerda de las circunstancias de ayer en el restaurante, que era gente muy normal y extremadamente amable, lo que realmente me interesa es cualquier cosa que me sirva para acercarme a la realidad, para comprobar de qué está hecha esta realidad, y el asunto del prestigio la verdad es que daría, en caso de que la gente aspirara a una vida tranquila y sencilla, esa vida simple por la que creo que tendríamos que abogar; daría, decía, de hurgar en las tripas, para reconsiderar muchas de nuestras tendencias, muchos de nuestros  hábitos. 

He instalado mi tienda junto a un nevero y a mi lado corre un chorrito de agua. Estoy a una altura aproximada de 2400 metros y la temperatura para los que pasan el verano en Madrid o sus alrededores, algo que envidiar. Casi hace frío. 


Salí de Alegna como nuevo, todo ordenado, todo limpio, y enseguida tuve que enfrentarme a la cuesta. Hoy habría cuestas para dar y tomar. Por aquí ya había subido hace dos décadas. Me parece que lo contaba ayer. Despedí a Victoria en el 2003 en la parada del bus y tomé el mismo sendero. Pero ni idea. No reconozco nada. Después de veintidós años no ha quedado ni rastro en mi memoria. Hoy subía tan bien que después de mil metros de desnivel y llegar al refugio Ferioli, ni siquiera paré en él. Había llovido algo durante la ascensión, las nubes se habían enredado entre las montañas y lo que había quedado era un paisaje interesante. Desde el Col Mud, a media hora del refugio, el sendero se hundía por algo de más de mil metros en otra empinada ladera. Eran las once y media. Muy buena hora para llegar a comer algo más arriba de la localidad de Rima. 

El dueño del restaurante donde comí me dijo que podría poner la tienda en el collado Termo, mil metros de desnivel más arriba, y también en algún prado antes de llegar. Ni de coña. Este hombre no había subido por aquí en su vida. Tuve que bajar doscientos metros para encontrar un lugar adecuado. Pero, que no se me olvide, era magnífico el espectáculo de las nubes que iba dejando atrás antes de llegar al collado. Hoy más de dos mil metros de desnivel de subida, y unos mil trescientos de bajada: ¡Una buena caminata! 









No hay comentarios: