46,38768989°N,10,68529844°E, 12 de agosto de 2025
Al ruido de un arroyo cercano se une el tronar de la tormenta por las alturas. De momento sólo llovizna, algo más que llovizna. El tintineo sobre la tela de la tienda, el merecido descanso tumbado sobre el colchón, la tronada como una conversación de bajo tenor que se trajeran los dioses por las alturas, el cuerpo cansado. Ahora graniza, el tintineo ha subido de tono y pega sobre el techo de la tienda como si fueran piedras.
Estaba chispeando cuando he puesto la tienda, pero no he llegado a mojarme. Tras dejar todo en orden he comido un plátano, chocolate, leche y pan, una de las meriendas clásicas de casa. Me entra sueño. No sé si dejar esto y dejarme llevar por ese estado de laxitud al que me empuja el momento.
No tengo mucho que decir hoy, estoy muy cansado. Mientras comía he pasado un buen rato sopesando mis jornadas próximas. Estas montañas carecen de refugios, largas jornadas por lugares como apartados del mundo.
Cuando me desperté no estaban allí ni el dinosaurio, ni la tormenta ni la lluvia. Quedaba en el ambiente una débil luz de noche incipiente. Debí de soñar muchos sueños, pero no lograba recordar ninguno. El cuerpo atorado como después de una borrachera de sexo no me pedía otra cosa que seguir durmiendo, persistía sólo la música del arroyo cercano. Lo demás era silencio. Sucumbir al cansancio de esta manera en mitad de la tormenta como dejando al caballo de tu cuerpo con las riendas sueltas, fue un placer necesario al final de un día de calor y bochorno. De vez en cuando se dejan oír la esquilas de una vaca, tolón, tolón, tolón, una expresión genuina de la monotonía, tolón, tolón.
Ayer pude hacer amistad con un zorrito que se acercó a mí amistosamente. Le podía haber dado de comer. En una lejana ocasión, en los Laoes de Transilvania, una tarde parecida a la de ayer Victoria pudo dar de comer en la mano a otro zorrito. Esta tarde había pasado frente a un cartel que informaba de que estaba en tierra de osos. No sería la primera vez que recorro regiones habitadas por estos enormes animales. En esta ocasión me gustaría ser un San Francisco, un amigo cercano de los animales que habitan las montañas que atravieso.
Cuando llegue a Peio estaba hecho unos zorros. Era tarde. De casualidad pude comer en el único restaurante. La mujer que me atendió conocía a Zeferino, me indicó donde podía encontrar su casa. Al final, mientras esperaba que abrieran un minimarket, entablé conversación con un vecino que me llevó en coche hasta su casa. Zeferino era ahora guía de montaña y por las montañas andaba con algún cliente. Me dieron su número de teléfono. Esas pequeñas cosas de la vida que quedan prensadas en tu interior, agradecimientos, personas que se fueron y no tuviste oportunidad, no te atreviste, a decir te quiero… cosas así quedan prendidas a veces en algún lugar del alma como un imposible a remediar.
Sí, hizo mucho calor hoy. El primer paisaje era de grandes praderías al fondo de las cuales se alzaban las primeras montañas del Ortles, hoy bautizadas como Parque Nacional del Stelvio. Arriba estaba el pico San Mateo, el comienzo de la cestería que recorrí con Nena, el Monte Vioz, en cuya cumbre está instalado el refugio del mismo nombre. Estas primeras montañas ocultaban el Cevedale, el Zebru, las altas cumbres siminales del Ortles. Después el sendero se metía en el bosque, un larguísimo descenso por él.
Mi cuerpo acusaba hoy un cansancio desacostumbrado. Muchos kilómetros, mucho andar. Las plantas de mis pies me parece que están acusando la presencia de algunas ampollas.
Después de comer estuve mucho tiempo mirando y requetemirando mi ruta a seguir. Mañana una veintena de kilómetros con un ascenso de más de un millar de metros para llegar a un lugar donde existen dudas de que pueda encontrar tienda, bar o restaurante. Me pasó por la cabeza la idea de acortar mi llegada a Dolomitas tomando un autobús, pero resistí la tentación. Estas montañas no parecen recorrerlas casi nadie, sólo gente que se da un paseo desde el pueblo y vuelve por la tarde a donde ha dejado el coche. De refugios por tanto nada. De todos modos, veremos. Mañana el sendero sube hasta los 2700 metros y baja después 1200 metros de desnivel, 23 kilómetros en total. Mucha tela para mi cansado cuerpo. Veremos.
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