El vuelo oblicuo de la golondrina

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El vuelo oblicuo de la golondrina. Du Fu


Hace unos días rompía el mar a mis pies, un ribete de olas que venía a desvanecerse junto a los versos breves y austeros de Du Fu. Era casi luna llena, había logrado al final de la tarde encontrar el camino de bajada entre los acantilados después de cruzar el breve desierto de El Jable y, tras celebrarlo danzando en porretas hasta el crepúsculo por una inmensa playa solitaria que se extendía por kilómetros, pero que amenazaba con desaparecer en las horas inmediatas a causa de la marea, opté por buscar un lugar apropiado para saborear los versos de Du Fu. Desde mi pequeño promontorio de roca repartí mi tiempo hasta las dos de la madrugada entre los poemas, la luna y mar sonando como una hermosa y a veces horrenda cantinela en donde la soledad, el silencio del mundo, el débil brillo de las estrellas exaltaba mi ánimo en un nudo de sensaciones contradictorias e intensas.







CONTEMPLANDO LA MONTAÑA SAGRADA




¿Cómo describir
la más sagrada de las cinco montañas?
En el límite entre Lu y Qi
no tiene fin el verdor del paisaje.
Magia y hermosura de la naturaleza allí se reúnen
y en sus dos vertientes, solana y umbría,
difieren el crepúsculo y la aurora.
Flotan capas de nubes.
Mi pecho se ensancha.
Por mis ojos, fijos en la distancia, cruzan de pronto
las aves que regresan.
Es necesario que suba a la cumbre
y desde allí contemple ese número inmenso
de montañas menudas.


736, de viaje al país de Qi.



EL AZOR PINTADO




Sobre la blanca seda
surgen viento y escarcha:
admirable pintura la de este azor.
Presto a cazar una astuta liebre, alza las alas,
y, de perfil, sus ojos parecen los de un mono afligido.
Si se soltara el cordelillo de seda
que lo ata al brillante palo
en lo alto del ventanal,
a la espera del silbido para emprender el vuelo;

si le dejaran ya
atacar a los pájaros comunes,
plumas y sangre se esparcirían por la vasta pradera.





MIRANDO EL AGUA DESDE LA BARANDILLA DEJO VOLAR MI CORAZÓN





Lejos de las murallas, en una ancha barandilla,
sin aldea que la estorbe,
la mirada llega lejos, muy lejos.
Las claras aguas del río casi rebosan el cauce.
Concluye la primavera,
y los serenos árboles están llenos de flores.
Entre una fina lluvia,
los pececillos aparecen,
y el vuelo oblícuo de las golondrinas
al pairo de la suave brisa.
En la ciudad, cien mil hogares,
aquí dos o tres familias.


761, en Chengdu.



BALADA AL BORDE DEL CIELO



Al borde del cielo, el anciano no puede regresar.
Sol crepuscular, llego por el este a la orilla del gran río, lloro.
En el Longyou, en las Fuentes del Río, ya no cultivan la tierra.
Los caballeros tártaros y los guerreros tibetanos han entrado
en los países de Ba y Shu.
Grandes olas salpican hasta el cielo, el viento arranca los árboles.
Delante vuelan las grullas calvas, detrás los cisnes.
Por novena vez envío una carta a Luoyang:
hace diez años que no sé de mis hermanos.



Otoño de 763, en Lanzhou.




BAIDI






En la ciudad de Baidi, las nubes salen por las puertas.
Al pie de la ciudad de Baidi, cae la lluvia a cántaros.
El alto río, se precipita por las gargantas, luchan los truenos.
En los árboles ancianos y en las viejas lianas, el sol y la luna se ensombrecen.
El caballo de guerra no puede compararse al caballo de labranza.
De mil hogares, hoy subsisten sólo cien hogares.
Viudas dignas de lástima son despojadas de todos sus bienes.
Gritos de sufrimiento en la llanura otoñal, ¿de qué pueblo?


Otoño de 766, en Guizhou.





















1 comentario:

Anónimo dijo...

¡¡Gúay!!